Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 7 de septiembre de 2014 Num: 1018

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Los alegres y sonrientes
Manuel Martínez Morales

José Juan Tablada: las palabras del cómplice
Teresa del Conde

Juventino anda
Sobre las olas

Leandro Arellano

La caída del Muro
de Berlín: el fin
de la dualidad

Xabier F. Coronado

Berlín 25 años después: sinfonía de una metrópoli
Esther Andradi

¿Hablar o no
hablar inglés?

Edith Villanueva Siles

Columnas:
Perfiles
Gustavo Ogarrio
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Jorge Moch
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Ni pan ni circo: infomerciales y espionaje

De poco o nada que no sea oropel o chanchullo puede ufanarse la operación mediática que se dice Presidencia de México. Sus grandes logros, según el segundo informe presidencial, once grandes reformas estructurales se realizaron en parte gracias no a que supongan verdadero incentivo al bienestar de los mexicanos, sino negocios jugosos para grupúsculos de oligarcas que son en parte los responsables financieros de ese arribo al poder. La operación parlamentaria fue más de cortesanía y avasallamiento que de análisis y ponderación de las verdaderas consecuencias de las reformas. Los alecuijes del presidente tuvieron el cinismo de poner el grito en el cielo y hacerse los ofendidos cuando en los medios y buena parte de la sociedad mexicana se les tachó de lo que demostraron ser: lacayos. Enrique Peña Nieto ha resultado el fiasco que sus críticos y detractores anunciamos: un maquillaje mediático, un instrumento de poderosos consorcios, quizá un hábil cabildero de la empresa privada, pero no un gestor del bienestar de los mexicanos, ni un representante del pueblo, ni un aval de la legalidad, y mucho menos un presidente justo, que pusiera en su lugar a tanto abusivo impune o que se abocara al saldo de tantas, rancias deudas históricas que tiene esta nación consigo misma, con sus más desposeídos, con su dolor, al que se llega sin ir muy lejos en cualquier extrarradio citadino o, si se quiere mirar el panorama, de Acteal a Hermosillo pasando por Atenco. La única promesa que, de cumplirse, podría granjearle simpatía al régimen, sería un verdadero y enfrentado combate a la corrupción, cosa por demás absurda de pedir a un gremio de vieja, interminable podredumbre. Un acto de contrición de un priísta en contra de la corrupción, vaya perogrullada.

Qué va. Lo que importa es el negocio a partir del mal escondido patrocinio electorero: en México, el presidente se ha convertido en el vellocino de oro. Las parrafadas del segundo informe presidencial, fastuosamente producidas en estudios televisivos y aireadas de continuo desde hace semanas, machacando el mismo discurso triunfalista de que ora sí, ya legitimado el saqueo por venir nos hemos hecho dignos acreedores a las migajas, han servido hasta para contradecir las propias promesas y los alegres vaticinios de hace unos meses, de ahorros y bonanzas, de mejorías de nivel de vida. Las entrevistas a modo, hechas más por palafreneros de esa carroza mediática a la que ya se le astillan las ruedas que por periodistas que se atreviesen a criticar o cuestionar las talachas empresariales en las que quedó convertida la farsa de las reformas contrarreformadas por los mismos organismos que las promulgaron, no son informativas sino propagandísticas. El gobierno ofrece un rostro pero oculta su verdadera agenda; mientras habla de reformas y libertades, impulsa onerosos organismos de espionaje, precisamente a través de esas “reformas”, y como señala Jenaro Villamil en “Mala imagen, pese al dispendio en televisión” (Revista Proceso núm. 1974, 30/VIII/2014): “lo cierto es que el primer mandatario sí destina millones de pesos para autopromoverse –en dos años habrá ejercido más de 9 mil millones de pesos, según proyecciones de Fundar– pero ni así repunta su devaluada imagen”. Se cuida esa imagen, por cierto, se oculta un evidente deterioro, se procura evitar que se le ridiculice. Como en 1975.

O como consigna hace una semana la nota de Susana González en este mismo diario (“El primer semestre, el peor en 14 años en captar nuevas inversiones”, La Jornada, 31/VIII/2014), ni con tanta alharaca de apertura comercial, ni saltando trancas legales ni óbices éticos ha llegado en el corto plazo el repunte económico tan anunciado y prometido: “Las estadísticas de la Secretaría de Economía (SE) sobre la inversión extranjera directa (IED) indican que de enero a junio hubo una reducción de 956 millones de dólares en el rubro de nuevas inversiones, uno de los tres que conforman este indicador.” Ni llegará, como no sea para el grueso de la población en más cobertura de televisión vulgar, más trampas comerciales en telefonía y si acaso en algunos trabajos remunerados en los escaños inferiores de la pirámide empresarial, porque los puestos importantes probablemente ya están apalabrados, y pronto veremos a exlegisladores entreguistas como directivos y consejeros. Como siempre. Pero peor si cabe, porque estamos más vigilados y reprimidos. Y empezamos a pagar carísima ya mismo la venta del voto, de la dignidad y de nuestro gris futuro.