jornada


letraese

Número 218
Jueves 4 de Septiembre
de 2014



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

Cabús

Es muy posible que me muera sin conocer jamás cómo me hice homosexual. Lo que sí estoy comprendiendo es cómo me hice homofóbico.

Toda mi existencia ha transcurrido en la confluencia de vías de ferrocarril. Dos líneas muy importantes rodean el barrio donde nací en el sector oriental del Monterrey obrero: las vías de Tampico y la de Matamoros. Fue bajo un puentecito de la vía a Tampico donde tuve mi primera experiencia homoerótica. El tren se acercaba y los otros chiquillos de la pandilla huyeron. Sólo nos quedamos otro chaval y yo debajo del puente. Nos decían jotos por cualquier motivo.

Nuestra acción temeraria rompió por un buen tiempo la fatalidad del estigma. Llenos de miedo nos apretamos y buscamos nuestras bocas. Mi gozoso primer beso concluyó con el paso del cabús, un carro amarillo que parece cabañita, caseta, torre de vigilancia, estación meteorológica o fortaleza custodiada por militares.

A través de océanos, conquistas, posesiones coloniales, tiempos heroicos, guerras sanguinarias, revoluciones y curtidos aventureros, es como alcanza esta voz a mi subjetividad gay. El convoy de mi barrio viene con su cargamento de productos necesarios para las industrias de la ciudad, donde se tiene una gran devoción por el hierro y sus derivados. Yo imagino aquella caseta bien equipada con su cocina, baño, camita, y otras comodidades de un hogar para hombres felices.

Ya transfigurado en niño muy valiente y muy macho, mi osadía y crueldad no tienen límites. No me satisface colocar solamente pequeños objetos sobre los rieles, con tal de comprobar el efecto de la mole en monedas y tuercas. Lo que más me entusiasma es arremeter con resorterazos sobre el humilde cabús. No hay ninguna carga ideológica o política en mis actos de sabotaje. Sólo soy un pequeñajo malvado, un terrorista en ciernes. “Joto el que no tire”, les grito a mis compinches. Pobre cabús, siempre el último después de las potentes locomotoras y sufridas góndolas y plataformas, carros-tanque y furgones de gran tonelaje. Asesto la emboscada y huyo hacia la espesura del monte. Me pierdo en las enramadas de huizaches, muerto de risa. Los soldados gritan y gesticulan iracundos, empuñando sus rifles.

Mi abuelo Eugenio anduvo en la Revolución Mexicana del lado de los carrancistas. Me dice señalando el ferrocarril: ¡mira, en ese cabús van los soldados de la patria! Yo, niño hipócrita, honrando el noble linaje de aquel camarote, me cuadro derechito, muy correcto, muy respetuoso, y hago el saludo marcial. En el cabús viajan varios militares muy apuestos y malencarados, quienes ni siquiera voltean a verme.

 

 


S U B I R