Opinión
Ver día anteriorLunes 25 de agosto de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La dignidad que entraña un salario justo
E

n el contexto de las discusiones sobre la pertinencia del aumento al salario mínimo, vale recordar que en abril de este año el presidente de Estados Unidos expresó cuatro razones fundamentales para proponer al Congreso un incremento. Ese ingreso representa escasamente 36 por ciento del sueldo medio nacional; el alza beneficiará a por lo menos 28 millones de trabajadores; más de 50 por ciento de ese total son mujeres que, en muchos casos, representan el sustento principal de la familia; es cuestión de elemental justicia social. Implícito en su discurso estaba también el enriquecimiento de uno por ciento y el crecimiento de la desigualdad. La respuesta casi inmediata provino de los sectores más conservadores del país, encabezados por un puñado de legisladores republicanos. Para ellos, un incremento salarial sería inflacionario y redundaría en la pérdida de empleos.

Sin embargo, diversos economistas, entre ellos varios premios Nobel, contradicen a quienes pronostican el diluvio universal por un aumento al salario. En las pasadas cuatro décadas el crecimiento de la inflación ha estado por arriba del alza al sueldo mínimo, en tanto que el repunte de la productividad del trabajador ha sido del doble. Hay numerosos estudios que demuestran que un incremento a dicha percepción no reduciría el empleo. Por ejemplo, en los estados del país vecino donde se ha elevado el mínimo salarial no hay pérdida sensible de empleos. Si el sueldo aumenta, es normal que los trabajadores prefieran permanecer en el empleo que tienen.

La razón más importante sobre la discusión de un aumento sustancial al salario mínimo no debiera estar sujeta a los acuerdos o desacuerdos técnicos sobre la pertinencia de ese incremento. Debe sustentarse en una cuestión de elemental justicia social. En las constituciones de varios países se establece que todo trabajador debe recibir un salario digno y suficiente que garantice su sustento y el de su familia. Tristemente, en algunas de esas naciones ello es una entelequia. Ver como algo normal que millones de personas vivan en la pobreza y que se construyan escenarios técnicos para escatimarles el derecho a un salario digno es no sólo moral y éticamente reprobable, sino de un fariseísmo propio de mercachifles.

Muchos han luchado por cambiar esa sinrazón, que no debiera tener cabida en ninguna sociedad. Uno de ellos es Adolfo Sánchez Rebolledo, Fito, quien el próximo jueves presentará su libro La izquierda que viví. Es una recopilación temática de sus artículos, ensayos, crónicas y discursos redactados durante más de medio siglo de brega por una sociedad menos injusta en la que se respete el derecho y la dignidad de los trabajadores, y en última instancia de todos los seres humanos. Es lamentable que buena parte de esa izquierda haya ignorado esa historia y el profundo sentido del pensamiento de Adolfo.

Compartir las mismas páginas que dan cabida a su pensamiento es una gran satisfacción y, creo no equivocarme, también para la mayoría de mis compañeros en este diario.