16 de agosto de 2014     Número 83

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Cuerpos memoriosos


A Dani, mi madre,
mujer de pan con tomate.

“Las aspiraciones se encuentran ubicadas en nuestros cuerpos. Son las capacidades, los hábitos y las maneras de relacionarse con el entorno de nuestro cuerpo lo que configura el trasfondo de todo establecimiento consciente de metas, dicho en otras palabras: de nuestra intencionalidad”.
Hans Joas

Los pueblos defienden con furia sus tierras amenazadas por los grandes predadores. Y las defienden con todo porque esas tierras son también su historia; porque en los lugares que habitamos están las marcas de lo que fuimos, están las huellas de nuestro pasado. Los pueblos son su historia y son su tierra: son el tiempo vivido y el soñado; son el espacio habitado, cultivado, nombrado, significado.

Como colectividades somos nuestra tierra y somos nuestra historia, de la misma manera que como individuos somos nuestro cuerpo y somos nuestra memoria. Tierra y cuerpo que reinventamos a partir de la tierra y el cuerpo que nos legaron. Historia y memoria que recreamos a partir de la historia y la memoria que heredamos.

Espacio y tiempo, geografía e historia, cuerpo y memoria, pares dialécticos que nos conforman como pueblos y como personas.

Y si hay una actividad en que estas dos dimensiones marchan juntas, ésta es el baile. Porque danzar es poner en acto la memoria que llevamos impresa en el cuerpo. Y hacerlo sin previo ejercicio intelectual y mediante una acción puramente física, vale decir físicamente metafísica. Para bailar de verdad no hace falta recordar los pasos, el cuerpo los recuerda solo.

Al bailar recordamos con los huesos, con los músculos, con los nervios, con la piel... Pero no sólo recordamos nuestro pasado individual, rememoramos también nuestro pasado como especie: la experiencia física del trabajo rítmico, de la marcha cadenciosa, de la calistenia sexual, de la agresión, de la huida, del miedo, de la muerte. La danza es una experiencia a la vez ontogénica y filogénica.

A veces –cuando bailamos juntos– las coreografías son rituales: pantomimas que recrean experiencias trascendentes o fundacionales de un pueblo, de una generación, de un grupo; representación danzante de eventos y relaciones que nos marcaron y necesitamos actualizar virtualmente para así invocarlos o exorcisarlos. Pienso en los carnavales y otras celebraciones de los pueblos tradicionales, pero también en los multitudinarios conciertos retro con bandas añejas e icónicas, en las protestas conmemorativas de un 2 de octubre que no se olvida…

Para actualizar la memoria profunda almacenada en el cuerpo necesitamos desprendernos de nuestro yo consciente y de nuestra memoria superficial. Es como atarse las agujetas: si no dejamos que los dedos trabajen solos corremos el riesgo de fracasar. Y para eso hay que favorecer el trance mediante frases musicales reiterativas, luces hipnóticas o sustancias psicotrópicas que desconectan algunas sinapsis.

Los que me conocen dirán que hablo de oídas. Y dirán bien. Admito que tengo dos pies izquierdos o derechos o alrevesados… de modo que bailar, lo que se dice bailar, casi nunca pude. Salvo, quizá, en algunas fiestas sesenteras y setenteras donde la penumbra, la promiscuidad, las cubas y la música de los Doors desataron por un tiempo mis nudos corporales. Recuerdo, sin embargo, un momento en el que fui atrapado por el demonio de la danza. Fue hace muchos años en el carnaval de Tepoztlán.

Las bandas de alientos repitiendo interminablemente una breve frase musical: Tará tará tará ta ta ta… arrastraban a todos, absolutamente todos los presentes a un escueto fraseo corporal, una austera coreografía consistente en dar pequeños saltitos para cambiar de un pie a otro el punto de apoyo. Y mediante esta sencilla calistenia se iba conformando un nosotros.

Naturalmente esto no era todo, los carnavales son rituales complejos, prolongados y sujetos a normas rigurosas. Pero son también eventos performativos, de modo que en los verdaderos carnavales no hay público y comparsa; todos acabamos siendo participantes. Y participamos de un evento trascendente.

“Es como si en un solo acto ritual, todas las secuencias de la cosmovisión; las innumerables facetas de la noción de género, de metamorfosis, de sacrificio; las formas locales del espacio y el tiempo, se develaran provisionalmente, enseñando sus detalles más íntimos y más indecentes. De manera esquemática, podría decirse que el cosmos indígena es el carnaval”, dice el etnólogo francés Jaques Galinier.

Pero las carnestolendas no son sólo eventos afirmativos en que se actualiza la cosmovisión de una cultura, también pueden ser acciones contestatarias en que los pueblos confrontan burlescamente a sus enemigos, acciones que cuestionan y subvierten simbólicamente el orden existente.

“La forma de lo grotesco carnavalesco ilumina la osadía inventiva, permite asociar elementos heterogéneos, aproximar lo que está lejano, ayuda a liberarse de ideas convencionales sobre el mundo y de elementos banales y habituales, permite mirar con nuevos ojos el universo, comprender hasta qué punto lo existente es relativo y en consecuencia, permite comprender la posibilidad de un orden distinto”, escribe el ruso Mijail Bajtin.

El carnaval grotesco es rito de inversión en el que fugazmente el mundo se pone de cabeza, es decir sobre sus verdaderos pies si admitimos que desde hace rato vivimos en un orden alrevesado. El carnaval es un evento físico-metafísico que convoca a los cuerpos a pensar por sí mismos, un acontecimiento cultural pero también político que permite a los pueblos danzar sus fobias y sus filias, sus miedos más oscuros y sus deseos más recónditos. El carnaval, como las coreografías que lo animan, puede ser un ejercicio liberador…

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