Editorial
Ver día anteriorViernes 8 de agosto de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Guerra económica y oportunidad perdida
A

yer, unas horas después de la imposición de sanciones financieras, energéticas y militares de Estados Unidos y la Unión Europea contra Rusia, el Kremlin anunció su decisión de vetar la importación de alimentos europeos y estadunidenses –carne, lácteos, frutas, verduras y pescados, entre otros–, y advirtió de ampliar las represalias a la prohibición de vuelos que atraviesen por su territorio e introducir medidas defensivas en la industria automotriz, aeronáutica y de construcción de embarcaciones.

Guste o no, la determinación referida es una medida recíproca y proporcional a la cruzada de aislamiento emprendida por Bruselas y Washington contra Moscú, al calor de las tensiones entre ambos bloques por la guerra civil en Ucrania, que se desató, cabe recordar, a partir de la rebelión del Euromaidán, impulsada decididamente por Occidente.

De tal forma, lo que se inició como un pulso en el orden geopolítico contemporáneo se ha tornado en un asunto de consecuencias serias para las economías nacionales, que permite ponderar la existencia de un contrapeso real a Occidente –el de Rusia– y remite, de manera inevitable, a los tiempos de la guerra fría, con la salvedad de que ahora el amago mutuo no radica en la posibilidad de desatar un holocausto nuclear, sino de atizar una escalada de sanciones económicas con efectos potencialmente devastadores para las poblaciones respectivas, sobre todo las de menores ingresos.

Más allá de estas consecuencias indeseables, el fenómeno descrito reviste un interés innegable. En primer lugar, porque pone en entredicho una de las perspectivas más optimistas de los impulsores de la globalización: que la profundización de la interdependencia económica entre las naciones del mundo terminaría por reducir los conflictos entre ellas, pues reforzaría las relaciones de necesidad mutua. La realidad, en cambio, es que dicha interdependencia económica está siendo usada como un factor de presión y hasta de hostilidad por potencias como Estados Unidos y Rusia.

En contraste con los factores de preocupación que esta situación genera en los hegemones planetarios, para los mercados emergentes de América Latina, Asia y África representa una ventana de oportunidad, en la medida en que uno de los efectos previsibles de los vetos y sanciones mencionados es la apertura y diversificación de un mercado de enormes proporciones, como el ruso. No es casual que Moscú haya iniciado ya negociaciones con diplomáticos de diferentes países latinoamericanos con el fin de sustituir los alimentos de la Unión Europea y Estados Unidos, cuyas exportaciones a Rusia el año pasado ascendieron, en ese rubro, a 15 mil 800 y mil 300 millones de dólares, respectivamente.

Por último, la circunstancia obliga a reflexionar sobre el papel de México, el cual podría beneficiarse de la situación al igual que otras economías emergentes si contara una estrategia de diversificación de mercados, como la que han adoptado desde hace años otras naciones del hemisferio. Sin embargo, la guerra económica entre Rusia y Occidente coincide en el tiempo con una doble sumisión de nuestro país a Estados Unidos: la política, que se expresa con la tibieza con que el gobierno mexicano suele reaccionar ante las autoridades del vecino del norte, y la económica, que se refleja en el hecho de que la inmensa mayoría de las exportaciones de nuestro país van a parar al mercado estadunidense.

En suma, la oportunidad que se desprende de la crisis geopolítica actual encuentra a nuestro país en una posición de vulnerabilidad y dependencia, resultado de un empeño gubernamental en conducir la política y economía nacionales bajo los preceptos dictados desde Washington.