jornada


letraese

Número 217
Jueves 6 de Agosto
de 2014



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

El abonero

Las primeras lecciones de sexualidad las aprendí de los aboneros.
No hay más que torearlos si quieres hacerte de enseres domésticos. Ya sea un espejo, una colcha, un abanico, una cuna para el recién nacido, una radio y hasta un vestido de quinceaños para la niña mayor. Todo es a crédito con estos marchantes. ¿Y de pagar? ¡De eso sólo Dios!

Firmado el leonino pagaré, el cliente se convierte en eterno deudor y allí es donde surge el personaje que no se arredra ante la evidencia de que el catre que nos vendió se quedó sin resortes a los tres días. Igual se aparecerá montado en su moto, lentes ahumados y sonrisa de bagre. Y un talonario atado con una liga de goma.

El talonario le engorda la bolsa trasera del pantalón deslavado, invariablemente de color kaki. La liga produce un sonido seco cada vez que el cobrador la enreda con pericia sobre el atadillo de papeles. Usa gorra de beisbolista o sombrero tejano, el más elegante porta reluciente casco de motociclista

El abonero trae pantalones remangados hasta la rodilla, zapatones industriales llenos de lodo, camisa percudida de sudor y un palo largo a modo de lanza de caballero andante, con punta rematada en clavo para enfrentar a los demonios canes.

El abonero toca a la puerta de sus acreedores hasta que se le cansa la mano. Sólo aquella madre de familia descuidada o poco precavida puede caer presa del indeseable. Apenas es avistado, el barrio activa un código de alerta. La táctica es infalible. Pone en guardia a las señoras que se esconden como pueden y nos instruyen: no abran la puerta por nada.

El cobrador se queda un largo rato gritando hacia la soledad. Todo inútil. Nadie lo recibe. Nadie lo quiere. Sólo la jauría de mastines callejeros le responde.

La sexualidad la aprendí de estos personajes porque mi mamá me mandaba a espiarlos. Hay de todo: señores muy apuestos, viejos panzones, ogros con halitosis y hasta mujeringos como don Napoleón, que intercambia recetas de cocina y consejos de belleza con sus clientas.

Hay unos que se cobran las deudas con modos heterodoxos. Naturalmente el abonero tiene que dominar el arte de la cobranza con negociaciones inconfesables que son la comidilla del barrio.

“Fulanita mete al abonero en su casa”. Esto significa algo muy grave para el marido cornudo pero ofrece un banquetazo para los voyeristas irredentos. Escondido entre las macetas de la vecina tracalera, yo no pierdo detalle de los afanes pasionales entre el abonero y la doñita.
De aquellas evidencias nunca le he dicho nada a mis vecinos, pero cómo han nutrido con potentes imágenes mis más puercas holganzas. ¡El abono!

 

 


S U B I R