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Javier Álvarez: el ajedrecista
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iempre he tenido la obra de Javier Álvarez en la más alta estima y consideración. Su continua y brillante actividad musical lo confirman como uno de los más eminentes compositores de hoy día. Desde sus primeras obras –tales como Canciones de la venta con textos del malogrado poeta mexicano José Carlos Becerra, o su vocalise Tres ranas contra reloj– hasta su reciente producción –como por ejemplo De tus manos brotan pájaros, una obra para fagot y sonidos electrónicos de intenso lirismo–, la música de Javier no deja de asombrarnos.

Todos los géneros han sido transitados por él, y en cada uno de ellos se revela su destreza y solidez de orden técnico, y una voz personal que habla, que dice, que explora un amplio abanico de emociones y estados de ánimo. Es una música que recorre los más recónditos sentimientos del alma humana, una música que hurga en ciertas esencias como el amor y el desengaño, la vida y la muerte, la fiesta y el lamento, la risa y el llanto; una música que no es otra cosa que una especulación, quiero decir, un juego de espejos en el que los sonidos se reflejan unos en otros mostrándonos, como diría José Gorostiza, la inmensidad de los mundos que encierra nuestro mundo.

En sus obras se cumple puntualmente la definición que nos da el filósofo ruso-francés Vladimir Jankélévitch para quien la música es a la vez un lenguaje cifrado y el jeroglífico de un misterio. Es un arte exacto, que no quepa duda, pero su sentido y su significado son múltiples y nunca se agotan. El proceso a través del cual Javier traslada al papel sus ideas musicales es un ejercicio de la conciencia y de la inteligencia. El resultado es una música que se abre al mundo exterior y da vida y voz a las grandes eternas preguntas de los hombres y de la mujeres en nuestro breve tránsito por esta tierra (Gorostiza). En este punto, creo que Javier estaría de acuerdo con las palabras de la gran poeta gallega Rosalía de Castro y suscribiría lo que ella dice. Escribe Rosalía: Bien sé que no hay nada/ nuevo bajo el sol,/ que otros pensaron antes/ las cosas que ahora yo pienso./ Y bien, ¿para qué escribo?/ Y bien, porque así somos,/ reloj que repetimos/ eternamente lo mismo. ¿Qué es entonces, me pregunto, lo que distingue a Javier Álvarez de otros autores? Es el estilo, la voz propia, no lo que se dice, sino cómo se dice.

Yo conocí a Javier hace ya cerca de 40 años. Fue en el Conservatorio Nacional de Música, en mi clase de análisis y composición. Nos hicimos amigos de inmediato. Durante dos o tres años nos reuníamos casi a diario y hablábamos y discutíamos de las obras que estaba escribiendo y de muchas otras cosas más. Siempre tuve la impresión de que Javier ya lo sabía todo y de que sus estudios le servían para confirmar lo que su instinto musical le dictaba y aconsejaba. Lo recuerdo tocando la jarana y el clarinete. En cierta memorable ocasión tocamos y estrenamos en México las Tres piezas para clarinete y piano de Alban Berg. Al término de sus estudios, Javier se fue a hacer su maestría en la Universidad de Wisconsin, y algún tiempo después se trasladó a Londres en donde obtuvo su doctorado y en donde permaneció 25 años componiendo y dando clases. Su regreso a México hace poco más de 10 años es una de las mejores cosas que nos han pasado. Su presencia, su saber y su generosidad han traído un aire fresco de renovación en el quehacer artístico de nuestro país. Todos nos hemos enriquecido, por igual colegas que estudiantes y oyentes.

El CD que nos ha convocado esta noche contiene varias obras seleccionada por el autor. Ellas tejen un hilo conductor que las une más allá del género instrumental al que pertenecen y de su fecha misma de composición. Es una suerte de bitácora, de diario de viaje en el que el compositor ha querido narrar la historia de los sonidos que habitan en su imaginación. En la escritura de este diario convergen la técnica y la inventiva, el rigor y la fantasía. Una afortunada amalgama en la que todo está sujeto a un juego de proporciones, a una medida, pero hay también una desbordante imaginación, hay un orden establecido y a la vez un agudo ingenio. Javier sabe que nada existe semejante a una libertad irrestricta. Aquí conviene recordar de nuevo a José Gorostiza cuando señala que las reglas del ajedrez no oprimen al jugador, le trazan una zona de libertad en donde su ingenio se puede desenvolver hasta lo infinito. En este sentido, Javier Álvarez, que duda cabe, es uno de los mejores y más imaginativos jugadores de ajedrez.

Texto leído el pasado 10 de julio en la Fonoteca Nacional durante la presentación del álbum de cuatro discos Progresión, de Javier Álvarez