Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 27 de julio de 2014 Num: 1012

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Víctima colateral
Víctor Ronquillo

Poesía reciente
de Michoacán

La vida o la bolsa:
ser parisiense o morir

Vilma Fuentes

El zombie como representación
Ricardo Guzmán Wolffer

Historias al margen
del Segundo Imperio

Andreas Kurz

Breve, por favor.
La minificción

José Ángel Leyva

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Columnas:
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Hugo Gutiérrez Vega

La generación de la bomba

Es difícil establecer el nombre de una generación con base en los acontecimientos que marcaron su vida, así como las costumbres, el vestuario, la música, las artes en general y las formas de entretenimiento que fueron comunes al grupo de personas en un tiempo y un espacio determinados.

La generación anterior a la mía se llamó a sí misma “generación de entreguerras”. La mía vivió también, aunque en sus primeros años, la Guerra civil española, que fue un ensayo general de la segunda y la violenta etapa de la propaganda, las promesas, los llamados al heroísmo y la parafernalia decorativa de los dictadores nazifascistas. Antes de que México le declarara la guerra al Eje (Roma-Berlín-Tokio) creció una ola incontenible de propaganda, tanto en la radio como en el cine, en los carteles y en las canciones. Era posible ver en México los noticieros de la Luce italiana y los de la UFA germánica. En Guadalajara se mantenían abiertas una buena parte de las llagas cristeras y la ciudad estaba rodeada por campesinos sinarquistas; la gente se ponía de pie para aplaudir a los dictadores fascistas y denostar a Estados Unidos. La vieja contienda entre liberales y conservadores tomó otros matices: los conservadores, primero abiertamente y más tarde de manera solapada, apoyaban al Eje, mientras que los liberales daban su respaldo a los aliados y los comunistas exaltaban a la Unión Soviética de Stalin.

Cuando México, después del episodio de los buques petroleros Faja de Oro y Potrero del Llano, declaró la guerra a los países del Eje, todo cambió en materia de propaganda y de información manipulada. El cine de guerra nos trajo las imágenes de los grandes divos convertidos en soldados heroicos; las caricaturas lograban que el Pato Donald, Pepe Carioca y Pancho Pistolas derrotaran y mandaran a la basura a los gesticulantes dictadores fascistas. Estábamos llenos de canciones bélicas como “Despedida” –“vengo a decir adiós a los muchachos”– y llamados al sacrificio económico o personal para lograr la unión panamericana y esperar buenos tiempos para después de la guerra. El new deal del presidente Roosevelt era una buena carta de presentación de la democracia del norte de América y una esperanza para los pueblos del continente sur. Esta fue la época del panamericanismo presidido por los monitos de Disney y por varias comedias musicales, en las que los americanos bailábamos los mismos ritmos y decidíamos seguir el ejemplo de Estados Unidos.

Yo me había comprado un mapa de Europa y otro del lejano Oriente y, siguiendo las noticias de la radio, iba colocando banderitas de los aliados, que avanzaban en territorio francés haciendo retroceder a las banderitas alemanas que se defendían ferozmente, pero que muy pronto fueron aplastadas por el enorme aparato militar de los aliados. Los héroes estadunidenses de la segunda guerra fueron exclusivos en su territorio y en algunos países europeos. A nosotros no nos provocaban admiración especial los generales de las tropas aliadas y, tal vez contagiados por la propaganda masiva de Washington, distinguíamos entre la larga lista de héroes condecorados a Patton y a MacArthur. México, como aliado, festejó la victoria. Soslayábamos el hecho de que nuestra única aportación y esfuerzo bélico era el Escuadrón 201, que muy pocas cosas había hecho en la Guerra del Pacífico.

Desfilábamos por las calles de Guadalajara con nuestros máuseres de madera y nuestra banda de guerra. El día de la victoria hubo una celebración más bien pequeña en la Plaza de Armas, y una sombra cubría los festejos victoriosos: la sombra del feroz invento bélico. Veíamos el hongo siniestro cargado de sonido y de furia, destrozando cuerpos e inaugurando nuevas formas de terror tecnológico. Las bayonetas, los fusiles, las ametralladoras... todo pasaba a la historia. Iniciaba su reinado la guerra tecnológica, ésa que nos da una muerte que no sabemos de dónde viene y que nos borra del mapa con velocidad bárbara. Por eso a nuestra generación le dieron el nombre de ese nuevo monstruo de fuego y de sangre, que cayó sobre las ciudades japonesas y lanzó amenazas que adquirieron la forma contrahecha de la guerra fría.

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