Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 13 de julio de 2014 Num: 1010

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La palabra de
Yásnaya, activista mixe

Ana Paula Pintado

Antropología, contracultura y rock
Miguel Ángel Adame Cerón

La música, el oído
y el silencio

Armando G. Tejeda entrevista
con Ramón Andrés

Rock, literatura
y experiencia

Xabier F. Coronado

Arnaldo Córdova y
La ideología de la Revolución mexicana

Carlos Martínez Assad

Cien mujeres contra
la violencia de género

Esther Andradi

Columnas:
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

La música, el oído y el silencio

El silencio y sus evocaciones poéticas. El ruido y su ensordecedora tortura. La música y su eterno misterio. Ramón Andrés es quizá uno de los eruditos y musicólogos que mejor conoce los misterios y los recovecos del alma humana, de la que traza su historia desde la invención del sonido, que imitaba el mugido del bisonte para dominarlo.  Su obra ensayística y poética, editada por Acantilado, va desde libros de aforismos y poemas hasta libros como el Diccionario de instrumentos musicales. Desde la antigüedad a J. S. Bach; El oyente infinito. Reflexiones y sentencias sobre música; y el Diccionario de música, mitología, magia y religión. Este brillante pensador navarro, nacido en Pamplona en 1955, profundiza aquí en una de sus ideas matrices desde la que desarrolla el resto de su pensamiento: “La música y la necesidad de ritmo, de pautar, de crear simetrías con los sonidos, ha elaborado una forma de pensamiento”.

entrevista con Ramón Andrés

Armando G. Tejeda

–Da la sensación de que con todo lo que usted ha escrito, sus ensayos, sus poemas, sus diccionarios, es como si quisiera explicar al individuo y a la historia del hombre como especie a través de la música.

–En parte es así por la importancia que tiene la música como fenómeno natural. En la música dejamos asomar una parte nuestra muy espontánea, también una forma social de pensar, de organizarse y también de lo que somos capaces de dar a través de otro lenguaje, de un lenguaje paralelo. Ahí se nos ve muy bien, de una manera muy diáfana. Digamos que hay menos truco que en el lenguaje oral. En ese sentido me ha interesado mucho la música como explicación del fenómeno humano, como individuo y como especie. Está clarísimo que la música y la necesidad de ritmo, de pautar, de crear simetrías con los sonidos, ha elaborado una forma de pensamiento.

–¿Crees que el origen de la música ya depurada se relaciona con la conciencia del ser humano o con la irrupción de sentimientos como la tristeza o a la felicidad?

–Por supuesto que sí. Hoy sabemos, gracias a los estudios de antropología y paleontología, que los funerales hace cien mil años se acompañaban muchas veces con música. Esto sorprende porque puede parecer algo más reciente. Aquel mundo estaba lleno de sonidos que imitaban a la naturaleza; existía la necesidad de explicar la naturaleza a través de una aprehensión de sonidos. Por ejemplo, unas flautas que se han encontrado en unas excavaciones en Alemania ya tienen orificios, lo cual indica que hay la necesidad de crear una melodía. Lo que confirma que somos muy antiguos... Es cuando el ser humano necesita el símbolo, cuando intuye otro mundo, un más allá. De una forma rudimentaria, pero intuye un más allá y tiene atisbos metafísicos.

–Precisamente en su libro El mundo en el oído, usted sostiene que en los hallazgos en las cuevas más antiguas de Europa se perciben esos atisbos. ¿Qué importancia tiene esto en la historia del hombre?

–Representa muchas cosas, pero es verdad que, al margen de esa imitación de la naturaleza, empieza a aparecer también un deseo de dominio sobre el lugar a través del sonido. Por ejemplo, utilizaban un instrumento que nosotros conocemos como “rombo”, que era un hueso que se pulía en forma de punta de lanza con un cordel que se giraba y eso generaba una vibración y un sonido. Pensaban que ese sonido era el mugido de un bisonte y para ellos era como un conjuro, como haber atrapado esa presa a través del sonido. Esta necesidad de imitar a un animal para poseerlo está todavía en muchas comunidades indígenas. Es muy antiguo.

–Entonces usted cree en la música como la mejor vía para acercarse a la metafísica de nuestro origen. Y de nuestro destino.

–Pienso que sí, aunque a lo mejor sueno parcial. Porque la música indica muchas veces, por el sonido de la naturaleza, lo previo a nosotros, lo previo a nuestra conciencia. Cuando hacemos un símbolo gráfico, cuando el hombre primitivo crea algo gráfico, ya es una proyección posterior. La música está en el oído y en nuestro interior, y yo creo que ha servido en el sentido metafísico, como podemos ver en Grecia, con Aristóteles y Platón, y después podemos verlo en pensadores como Schopenhauer, Nietzsche o Lévi-Strauss, que le dan mucha importancia al hecho musical.

–De hecho, usted suele recordar las reflexiones de San Agustín sobre la música.

–Efectivamente, por su manera de pensar la música. San Agustín es un resumen sagrado de un pensamiento pagano. Como podría ser el pitagórico en la armonía de las esferas; los pitagóricos y los órficos pensaban que cada planeta emitía un sonido y que se creaba una gran escala armónica que sostenía el universo y la tierra ahí en medio. Es decir, que todo estaba sustentado por un sonido. En el fondo, por una vibración. Y eso es muy importante. Hoy esas reflexiones nos pueden parecer muy ingenuas, pero hay que recordar que estaban hechas con matemáticas y que calculaban las distancias a su manera entre planeta y planeta y, por lo tanto, entre altura de nota y nota. La tierra representaba el silencio y alrededor se generaba una música: la música de las esferas o la armonía de las esferas.

–Una evocación en la que Bach es una figura determinante. ¿Por qué?

–Bach es el eje de la gran tradición polifónica de Occidente y la apertura hacia una música más abstracta. Bach es capaz de generar una música que puede escucharse en actos sociales, como funerales, o en momentos de exaltación, como se ve en la mística que está en las cantatas, en las pasiones. Y a la vez es capaz de crear obras extraordinariamente abstractas como la Suite para violonchelo solo, que era un instrumento que prácticamente no tenía repertorio solista porque sólo era para acompañar el bajo continuo. O el Clave bien temperado, por ejemplo. El Arte de la fuga o la Ofrenda musical. Por todo eso, Bach es algo que no se explica. Es haber entendido la abstracción del mundo y, sobre todo, haber comprendido que todo gira, que todo es una mudanza. Que nada es. Que nada se puede fijar. Que nada permanece, pero no desde la melancolía o desde la tristeza, sino desde la idea de que somos materia viva, en transformación.


Fotos: página de Facebook de Ramón Andrés

–Y que rehuye poner los sentimientos y el conocimiento en espacios estancos, ¿no es así?

–Exacto. Eso es lo profundamente moderno y al mismo tiempo lo profundamente antiguo; por lo tanto, permanente, de siempre. Bach era un melancólico precisamente porque vivió en un espíritu de soledad. Los libros y la musicología alemana del siglo XIX lo han presentado como un matemático, como alguien imperturbable, frío y calculador. Y no hay nada de eso. Bach es otra cosa. Es el pensamiento puro en música.

–En su Diccionario mezcla magia, música, instrumentos y religión. ¿Qué le llevó a escribir esta obra tan curiosa y singular? ¿Es, quizá, una forma de intentar de explicar todo lo inexplicable que hay alrededor de la música?

–Sí, creo que sí. Es lo no explicable, pero sin tratar de hacer esoterismo ni nada parecido. Es lo que está más allá de nosotros, que está aquí, pero que quizá no sepamos distinguir o ver. Como si nos faltara una dimensión cerebral para captar algo que tenemos al lado y que no vemos. Y luego también, en ese diccionario, también he querido expresar la cualidad o la capacidad que tenemos los seres humanos para la fabulación. De instituir símbolos, de pensar que detrás de un árbol también hay música, con las hojas. O de cómo utilizaban eso en Grecia para descifrar oráculos. Cómo sonaba el viento en un roble, qué les decía y qué interpretaban. Toda esta capacidad de fabulación que está en nosotros, y que ahora tenemos reprimida, creaba un mundo abierto al enigma que nosotros, como los hombres técnicos en que nos hemos convertido, estamos aboliendo.

–Y las respuestas que fue encontrando siempre han sido abiertas, nunca cerradas, porque todo está en movimiento, como la música de Bach.

–Efectivamente. Pero era un mundo que tenía más relieve. Ahora hemos homogeneizado todo. Una tienda en México se parece extraordinariamente a otra en Barcelona o Birmingham. Estamos creando esa corriente de talla única de la que hablaba Hegel, y en eso hemos perdido muchos rincones de nuestra mente.

–La música también tiene una parte más tenebrosa. Por ejemplo, la relación entre la música y las guerras, o las proclamas patrióticas que tiñen de sangre las partituras.

–Nunca me han interesado los himnos de ningún lugar. Pero el porqué tiene una explicación muy antigua. Esta exaltación patriótica o la utilización de la música en las guerras ya la usaban los egipcios, que tenían instrumentos para estimular al guerrero. Los ritmos de los mayas o de los aztecas también eran para estimular la lucha. O los espartanos o los persas, que tenían mucho de esto y que se pueden ver en las historias de Herodoto o Tucídides, en donde se narra la importancia de los instrumentos de viento para dar coraje en el combate. Esto ha derivado en las marchas militares y en los himnos, y en la apropiación de la música o la creación de músicas para causas siniestras.

–Usted recuerda precisamente que el primer sentido que desarrollamos es el oído y lo hacemos en el vientre materno.

–Es así. Somos oído. Las revelaciones espirituales han venido a través del oído porque los dioses no se ven. Es el oído el que nos hace presentir algo; ya sea a través del viento, del sonido de un árbol, de una catarata, de un río o del mar. De algo que nos evoca que hay una fuerza que nos envuelve. En toda la tradición judía aparecen truenos o vientos fuertes como revelaciones de Dios. Y Dios nunca se ve, pero lo intuimos por el oído. No lo hemos tocado nunca. No lo hemos probado nunca. Pero hemos oído estas fuerzas sobrenaturales, o que creemos sobrenaturales.

–Uno de sus impulsos intelectuales ha sido precisamente la expresión a través del silencio. O, dicho de otra manera, la búsqueda del silencio como antesala del conocimiento.

–El silencio está recobrando terreno, si es que alguna vez lo ha tenido, porque permite pensar. Permite que se aposenten las ideas, el saber, sobre todo en un mundo tan agitado en el que el saber no puede reposar, no puede tener poso porque todo está en continua agitación y no sedimenta nada. Todo consiste en información muy rápida, muy abultada, de corta y pega. Cuando se habla del silencio mucha gente piensa en algo sagrado o espiritual y se trata del silencio interior de uno mismo. De dejar de remover el vaso con la cucharita para que todo se pose, porque necesitamos tiempo interior. El mundo civil no ha conseguido estos espacios de silencio para poder hacer. Es una carrera de amontonamiento, de negación del vacío por miedo y porque necesitamos producir y acumular cosas sin saber muy bien para qué. Y como el silencio cuestiona todo esto, entonces se vuelve incómodo, peligroso.

Por eso en mi libro No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio, quise hacer una antología de pensadores españoles quienes, por cierto, estaban muy perseguidos y mal vistos por la Iglesia, como San Juan de la Cruz, Francisco de Osuna o Santa Teresa de Jesús, precisamente porque cuestionaban. Todos ellos escribieron sobre el silencio, que es lo contrario de la pompa eclesiástica que tanto le ha gustado a las autoridades de la Iglesia. En el libro está la confluencia de muchas tradiciones espirituales precisamente en el silencio.

–Le voy a leer en voz alta algunos de sus aforismos y si quiere comentar algo, bienvenido sea. O si prefiere silencio, también bienvenido sea.

“No pretendemos hacer camino, sino conquistarlo.”

–Esa es nuestra pena, y está en relación con todo lo que hemos comentado; el camino ya no importa, sino su conquista. Es decir que estamos en él y que probablemente es nuestro.

“La austeridad debería empezar por el silencio.”

–Sí. Hay que ir al silencio.

“El que grita saquea.”

–Yo detesto el grito, que me griten. No lo soporto.

“La esfera de lo eterno es la esfera de lo cantado.”

–Sí, porque la canción hace las cosas eternas. Pensamos en los cantores que entonaron los cantos homéricos o los que están cantando ahora y siempre nos remiten al mismo mundo. A un mundo que no está aquí pero que es éste. Eso es lo eterno.

“El primer estrado fundó la muerte.”

–Yo creo que sí. El primer estrado, el primer púlpito, a eso nos redujo. Nos quitó libertad.