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Menores trashumantes

Miguel sueña con ser médico o policía, y vivir en una gran ciudad

Tiene seis años y no quiere regresar a Honduras: allá matan a la gente y no se puede jugar
Enviado
Periódico La Jornada
Domingo 29 de junio de 2014, p. 3

Tapachula, Chis.

Miguel tiene seis años. Sueña con ser médico o policía. Quiere vivir en un lugar donde haya calles con edificios y pueda ver que los aviones surquen el cielo. Viajó durante semanas en los brazos de su madre para alcanzar los sueño de ambos. Ella quiere trabajo mejor remunerado y seguridad.

Fracasaron en su intento y ahora formarán parte de los migrantes centroamericanos menores de edad que son repatriados a sus países de origen por el gobierno mexicano desde esta ciudad fronteriza.

Los dos fueron detenidos hace unos días en Tenosique, Tabasco, y están a la espera de que los representantes de Honduras, los reconozcan y autoricen su traslado a Tegucigalpa, de donde salieron hace cinco semanas.

El niño juega con otros de su edad bajo la mirada de su madre en el área recreativa de la Estación Migratoria Siglo XXI.

Es todo sonrisas mientras imagina que es un gran jugador catracho que disputa un partido en Brasil 2014. Todo sobre un futbolito de madera.

Con alegría a flor de piel, responde qué quiere ser de grande y estudiar. Comparte su anhelo de ir a Estados Unidos.

Pero cuando se le pregunta la razón por la que no quiere retornar a su país, su sonrisa termina de manera abrupta y su rostro se llena se lágrimas: Porque allá matan a la gente y no se puede jugar.

Él será como los más de 18 mil menores que en 2013 fueron repatriados desde Chiapas a sus países de origen, luego de pasar días en las instalaciones del Instituto Nacional de Migración (INM).

Compromiso

A unos metros de Miguel, otro hondureño, Julio César, de 59 años, abraza a sus nietas, Angelie, de siete, y Kimberly, de 10. Ambas tienen los ojos azules y cabello castaño claro, lacio y largo hasta los hombros. Pasan mucho tiempo abrazando a su abuelo que les prometió llevarlas a Estados Unidos donde está su madre desde hace varios años.

Los tres permanecen en la estación migratoria igual que más 200 hondureños que fueron interceptados por diversas autoridades en los estados de Veracruz, Tamaulipas, Sonora, Chihuahua, Puebla y Querétaro, y que están a horas de abordar el autobús que los regrese a su patria.

Julio César afirma que lo intentará de nuevo: Salí de Honduras porque ya me mataron a tres de mis cuatro hijos. No puedo quedarme a esperar a que me quiten a mis nietas. Allá los pandilleros matan por cualquier cosa, nos quitan nuestras casas, los salarios. Todo.

Johnny tiene 12 años, parece de menos. Él fija su edad. No quiere que nadie lo considere más pequeño. Sabe que su edad es determinante para no ser enviado al sistema DIF, ya que allí permanecen los niños de meses y hasta los once años. Viaja con dos de sus primos. Los tres salieron de su pueblo en Honduras acompañados por un pollero que los abandonó al llegar a México.

Preguntamos dónde tomar un autobús hacia México. Nos dijeron que así llegaríamos, pero no. En una carretera nos revisaron y supieron que somos de Honduras, dice Johnny, el más parlanchín de los tres.

En la estación Siglo XXI las mujeres están separadas de los hombres; también existen áreas definidas para padres, madres o abuelos migrantes que viajan con niños; los menores de 12 a 17 años también están separados por sexos.

En la estación migratoria no sólo hay hondureños, conviven guatemaltecos y salvadoreños, costarricenses, beliceños que trataron de llegar a Estados Unidos.

Hay días en que el inmueble, con capacidad para albergar a mil 300 personas y considerado instalación de máxima seguridad, está casi lleno, ya que aquí llegan todos los migrantes centroamericanos que serán repatriados a sus naciones de origen.

En el edificio existe biblioteca, consultorio médico, comedor, área de esparcimiento.

Cada espacio está separado, pero cuentan con acceso a las áreas donde son atendidos por los cónsules de sus naciones, que se encargan de reconocerles la nacionalidad para que puedan ser devueltos a sus países.

Se cayó de La Bestia

Rafael viaja con su hijo de ocho meses, hace siete días que partió de El Salvador. Es uno de los cientos que diariamente tratan de alcanzar la frontera e México con Estados Unidos a bordo del tren conocido como La Bestia.

Se cayó en el intento de ascender al ferrocarril cuando iniciaba su marcha. Cuidé a mi hijo. Él es lo más importante, yo me raspé pero no importa.

Sintetiza lo que muchos quieren: “Regresar rápido a mi país para intentarlo de nuevo. Hasta llegar a Estados Unidos, no queremos quedarnos en México. El sueño es llegar allá. Retornar significa perder la vida por la violencia de las pandillas de los maras. Es mejor intentarlo, darle a mi hijo una vida mejor”.