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La vida a plazos
R

ecuerdo un libro ya convertido en clásico: La vida a plazos de don Jacobo Lerner.

1. Roland Barthes afirma en La preparación de la novela, libro póstumo, registro de su último curso en El Colegio de Francia, poco antes de su muerte en marzo de 1980.

Pertenezco a una generación que ha sufrido demasiado la censura del sujeto: ya sea por la vía positivista (objetividad requerida en la historia literaria, triunfo de la filología), ya sea por la vía marxista (demasiado importante, aun cuando ya no lo parezca, en mi vida). Valen más los señuelos de la subjetividad que las imposturas de la objetividad. Vale más el Imaginario del Sujeto que su censura.

Y aunque en La vida a plazos de don Jacobo Lerner del escritor peruano Isaac Goldemberg, publicada por vez primera en Nueva York en 1976, el protagonista no sea el sujeto de la narración y de él tengamos noticias indirectas, las emitidas por bocas ajenas –los discursos que emiten los demás personajes de la novela en primera persona, convirtiéndolo en objeto del discurso–, la novela es necesariamente subjetiva, o al menos expresa la subjetividad de quienes acabarán siendo los fantasmas de don Jacobo, o de su hijo Efraín, al que nunca conocerá y de quien sólo tendrá noticia gracias a lo que le llega a través de los otros hablantes.

2. En efecto, el libro comienza con esta frase: La noche antes de morirse, Jacobo Lerner pensó que su muerte originaría leves catástrofes.

Catástrofes parecidas a las imaginadas por los niños que sueñan con morirse para saber si de verdad son queridos, para saber si pertenecen a algo, si se aferran a una identidad, si forman parte de una historia, aunque sea por lo menos familiar. Y esas catástrofes podrían sucederles a otros personajes involucrados directa o indirectamente con el próximo difunto: su cuñada, su hermano, su querida, la hermana de su cuñada, sus amigos, la madre católica de su hijo bastardo Efraín –el otro sujeto esencial del discurso, a pesar de que se trata de un sujeto privado de discurso lógico– y todos aquellos, católicos o judíos, que habitarán en los pueblos cercanos a Chepén, donde naciera Isaac y por donde deambulara el abonero; además, los habitantes de Lima, la capital, donde vive el grueso de la comunidad judía del Perú, también protagonista de esa historia híbrida, como la llama el propio autor en alguna de sus entrevistas.

3. De entre los múltiples comentarios que este libro ha suscitado extraigo este de Severo Sarduy:

“Los detalles de la implantación americana, esa mezcla de Antiguo Testamento y brujería: la Torá envuelta en lianas, ese es el emblema de la novela. Y algo más: estamos hartos de Sinagoga vencida –como en las fachadas góticas– frente a una iglesia triunfante, hartos de judaísmo lacrimoso. En La vida a plazos de don Jacobo Lerner Goldemberg subvierte esa tradición afligida con su humor, con su distancia constante, kitsch hebreo antes del kitsch”.

Me encanta la definición: la Torá envuelta en lianas.

Sin comentarios adicionales.

4. Libro emblemático, su confección es digna de exaltarse. Si la vida de don Jacobo tuvo como signo el crédito, debido a una de sus principales profesiones, la de abonero, la novela, así como las operaciones realizadas por su protagonista, metido luego a regente de un prostíbulo en Lima, se nos entrega a plazos. Vemos cómo se despliegan incansables retazos de historias, recortes de periódicos, voces diversas –femeninas y masculinas, infantiles y adultas–; cómo corren asimismo murmullos, chismes, oraciones que exigen atención y paciencia lúdicas para armarse, como si se tratase de un rompecabezas. Por ello el libro podría prefigurar esa construcción ideada por Georges Perec en La vida instrucciones de uso (1978) o también, y aún más cerca quizá, el método que antes perfeccionara Manuel Puig en Boquitas pintadas de 1969.

Twitter: @margo_glantz