Opinión
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El grito, los gritones y el futbol
E

s casi imposible observar las andanzas del público futbolero nacional en Brasil sin repasar en la memoria La fenomenología del relajo, ese ensayo de Jorge Portilla que abrió la necesidad de mirar al mexicano en su cotidianeidad, allí donde lo prohibido acude como recurso para suspender la seriedad, cuestionando los valores mediante el valemadrismo, una forma de acción que invoca, con su ruidosa irresponsabilidad, la futilidad de las normas establecidas. A eso nos remite el grito famoso de la afición mexicana que ha causado tanta polémica dentro y fuera de México y que todos los lectores conocen. Pero más que el grito en sí, que me parece torpe y rudimentario, sin gracia y montonero, resultan increíbles las explicaciones que intentan justificarlo en nombre de la tradición nacional, la diversión a toda costa o la libertad de expresión. Para ello, con el fin de limarle los filos homofóbicos, se han echado a andar las interpretaciones instantáneas más inverosímiles y acomodaticias, desde aquellas que aprueban el coro como una inocua forma de presión deportiva, hasta aquellas que lo asimilan a un modo de ser idiosincrásico, esencial del mexicano, sin dejar de recurrir a las etimologías griegas y latinas para descubrir que si puto fue denigrante ya no lo es, todo en el afán de no admitir que hay un problema de fondo, pues (aunque inconscientemente muchos no lo adviertan) el asunto trasciende a los estadios y al futuro futbolístico que tantas promesas encierra.

Por supuesto que el tema va más allá de si tales conductas son merecedoras de sanciones, como sugirió la FIFA antes de arrepentirse, pero parece obvio que no se trata de aplicar multas políticamente correctas, sino de actuar colectivamente para evitar que con este lance se acepte la normalización de un lenguaje que contraviene las reglas mínimas de la tolerancia, el famoso fair play que preside las justas deportivas. Sin embargo, en este punto, visceralmente unidos a los intereses que mandan en el negocio, los directivos del entretenimiento prefieren la doble moral y niegan que exista un problema de mayor calado. Admiten que la palabra (puto) tiene múltiples significados, según el contexto en el cual se expresa, pero la perciben sólo como esa muletilla inocua, propia del trato confianzudo cotidiano entre iguales, no como un insulto. Aplicada al futbol, dirían, equivale a una hilarante forma de irritar al contrario con la aplicación de una palabra tan familiar o amistosa que la usamos todos, falacia que no resiste el menor análisis. Lo cierto es que muchos no ven el carácter discriminatorio del grito contra el portero adversario, o lo consideran normal, divertido y, al final, cuando ninguno de esos argumentos funciona, se apela a la libertad de expresión, concebida como un derecho absoluto, sin limitaciones, lo cual, dicho sea de paso, tampoco es cierto (la libertad concebida casi exclusivamente como el uso y abuso de las malas palabras, emparentada al sentido del humor discriminatorio centrado en la genitalidad más que en el sexo).

Cuesta aceptar que dicha liberación del lenguaje no siempre significa enriquecer el vocabulario de las personas, pues somos testigos de cómo el avance de las tecnologías, maravilloso sin duda, también empobrece el lenguaje, reduce el número de palabras usadas o limita sus contenidos. Asimismo es un hecho el ascenso social de cierto lenguaje que va desde el lumpen hacia la clase media moldeada por los medios, donde lo popular es reinterpretado para ajustarlo al modelo de mercado que rige sus manifestaciones públicas.

Pero el punto que divide, insisto, no es la presión legítima al arquero, sino la palabra que se emplea en los estadios, pues nada impide al espectador chiflarle o abuchear al arquero o desinhibirse para mentarle la madre al árbitro o cantarles el ole de choteo a los contrarios, actitudes comunes que, sin embargo, no aparecen mecanizadas, como sí lo está el grito de marras que los neolibertarios ven como un chiste, negando el peso de la homofobia (y el machismo) en la fortaleza de la intolerancia nacional.

Seguro que los porristas tapatíos inventores del grito querían burlarse, sobajar al portero, no saludarlo, como ahora se dice.

Creo imprescindible recordar al respecto la opinión del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) al respecto: “El grito de ‘puto’ es expresión de desprecio, de rechazo. No es descripción ni expresión neutra; es calificación negativa, es estigma, es minusvaloración. Homologa la condición homosexual con cobardía, con equívoco, es una forma de equiparar a los rivales con las mujeres, una forma de ridiculizarlas en un espacio deportivo que siempre se ha concebido como casi exclusivamente masculino. El sentido con el que se da este grito colectivo en los estadios no es inocuo; refleja la homofobia, el machismo y la misoginia que privan aún en nuestra sociedad”.

Espero que el equipo mexicano siga dándonos satisfacciones y llegue muy lejos en el Mundial.