Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 22 de junio de 2014 Num: 1007

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La narrativa íntima
de Aline Pettersson

Nadia Contreras

Cinco poetas
novísimos de Morelos

El cáliz como redención
Ricardo Venegas entrevista
con Ricardo Garibay

Roberto Saviano:
el triple cero del
narco neoliberal

Fabrizio Lorusso

Una memoria prodigiosa
Fabio Jurado Valencia

El muerto
Manolis Anagnostakis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De paso
Mario Fuentes
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Javier Sicilia

Violencia y literatura

Los temas sádicos y sus vínculos con Eros han formado parte de la literatura de todos los tiempos. Sin embargo, desde la modernidad, el uso de la crueldad, del sadismo, de las aberraciones de la sexualidad, de la violencia y sus lenguajes brutales ha sido mayor. Lo que pertenecía al género de la pornografía, que se movía en lo oculto, ha ido pasando a la literatura seria de manera cada vez más explícita. No hace mucho, para circunscribirnos a México, dos autores fundamentales, Salvador Elizondo y Juan García Ponce, siguiendo la escuela de Georges Bataille, hicieron de Sade y sus mundos no sólo un emblema dramático del hombre en sus límites, sino también un objeto de culto literario. Detrás de ellos, en otro contexto y otras circunstancias, Rubén Salazar Mallén y José Revueltas usaron los lenguajes sexuales y violentos de los espacios prostibularios y las cárceles para retratarnos mundos velados por la hipocresía.  Esos lenguajes y esos mundos se han extendido de manera cada vez más descarnada para retratar la realidad. De Francisco Prieto y Fernando Vallejo, a Guillermo Fadanelli, un cúmulo de literatura que ha tomado ese lenguaje se encuentra a la mano de cualquiera. No hay que condenar esta libertad que de la literatura ha pasado, bajo los auspicios de Hollywood y del naturalismo de Arturo Ripstein, al cine. Una literatura que no pudiera reflejar la barbarie, el retorno aterrador de la violencia a la vida cotidiana, la degradación humana generada por un sistema económico y tecnológico, y fuera impotente para develarnos los estremecedores vínculos entre la sexualidad, el poder y el crimen, sería falsa. En este sentido, si les preguntáramos a los autores mencionados, nos dirían  –como en su momento lo dijeron Genet  y Burroughs– que las brutalidades relatadas en sus obras son una muestra de la crisis de violencia y crueldad que nos acompaña desde inicios del siglo XX.

Sin embargo, frente a la inmensa violencia que hoy nos azota y ante la proliferación de esos lenguajes y escenas en todo tipo de literatura –desde las más aberrantes como el periódico Extra, que circula con el consentimiento del gobierno en todos los puestos de periódico de Morelos, hasta los más serios reportajes periodísticos que han decidido denunciar el horror sin cortapisas– habría que retomar la pregunta que alguna vez se hizo Georges Steiner (“Eros y lenguaje”): si en el fondo, y en la medida en que la palabra es creadora de la realidad, esa literatura “inicia o acelera el comportamiento imitativo”. No lo sabemos con claridad. Los resultados, dice Steiner, de la psicología clínica corren por una franja ambigua. Es posible que en ciertas sensibilidades cultas “disminuya la potencia individual o social” de la violencia. Pero no en “aquellos cuyas vidas imaginativas son estériles, vaciadas por la monotonía o mal dotadas para habérselas con la irrealidad en un texto impreso” o en una película, como en el caso, refiere Steiner, de los Moor Murderes, seis violaciones y asesinatos perpetrados en la década de los sesenta por Ian Brady, gran lector de Sade y Nietzshe.

No podemos culpar ni a Sade ni a Nietzsche de la imbecilidad de Brady. Ni podemos decir que detrás de cada asesino está un lector culto. Sin embargo, cabe la pregunta: ¿cuántos de los cientos de asesinos que pueblan nuestro territorio se las han visto, no con esos autores o con alguno de los que he mencionado –sería pedirles demasiado– sino con periódicos como el Extra o con algún tipo de esta explotación imaginativa y obsesiva de la crueldad y el crimen que el desencadenamiento del lenguaje de la literatura y del cine trajo a la vida social y política?

No es fácil juzgar, como lo refiere Steiner, si “la literatura de la violencia anticipa a veces, casi suscita, los hechos”. Pero habría que preguntarse también con él si hoy, frente al horror, “se gana algo con sumarse, aun en la fantasía, a las energías de lo inhumano”. ¿No sería necesario fincar una literatura nueva que nos devele en el centro mismo del horror lo humano y sus grandezas, como lo hicieron en su momento Albert Camus, Vassili Grossman o Dostoievsky? Si algo necesita hoy la literatura es el rescate del sentido de lo humano en el centro de lo inhumano.   

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los zapatistas y atenquenses presos, hacer justicia a las víctimas de la violencia y juzgar a gobernadores y funcionarios criminales.