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Más allá de la magia
L

o que nos ha entregado la prensa esta semana no son datos contundentes, sino proyecciones que contienen más de una percepción, de un buen o mal deseo del analista, sobre lo que puede ocurrir a la economía este año. Pero sí deberían ser vistas como señales más o menos duras, si no es que inequívocas, de lo que ocurre con la máquina de producción, inversión, empleo y dinero que identificamos con la economía. Sobre todo si consideramos el más reciente anuncio del inefable gobernador Carstens, reconvertido en gran portero, émulo de Memo, de la estabilidad monetaria y ahora gran visir de la Nueva Grandeza Petrolera. La rebaja en las estimaciones del Banco de México sobre el desempeño del PIB este año no tarda en llegarnos.

Es cierto que, como dijo el viejo Galbraith, la única función de las proyecciones económicas es hacer respetable a la astrología ( pace, querida Andrea Valeria); pero en plazos cortos como el de dos semestres, la probabilidad de que éstas acierten, si no hay demasiada mala leche de por medio, es alta o muy alta. Tal parece ser el caso de las expectativas que sobre el crecimiento de la economía se dieron a conocer en estos días. Inscritas, además, en una rebaja de lo que se espera que ocurra con la economía estadunidense, dada a conocer nada menos que por el Fondo Monetario Internacional, adquieren más realismo y reclaman credibilidad o explicación detallada por parte del gobierno. Para no soñar con un plan de emergencia o acción inmediata.

Según el fondo, la economía estadunidense no crecerá 2.8 por ciento como se esperaba, sino apenas 2 por ciento. Su recuperación, por tanto, parece ser menor de lo que hace poco se imaginaba, así que las decisiones de la Reserva Federal en materia de estímulos habrán de esperar a mejores tiempos o arriesgarse a provocar un indeseable brinco en la dinámica global.

Para México, según las consultorías y despachos de análisis económicos consultados por Focus Economics, el crecimiento sería de 2.7 por ciento en el año, menor del 3.9 por ciento pronosticado a fines de 2013 y similar al que la Secretaría de Hacienda ajustó en mayo. Para el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas (IMEF), el pronóstico es más pesimista y el crecimiento no rebasaría 2.6 por ciento, mientras para el Tecnológico de Monterrey y el Instituto de Desarrollo Industrial y Crecimiento (IDIC) el saldo sería peor: alrededor de 2 por ciento al final del año ( El Economista, 17 y 18/6/14, pp. 6 y 10)

En cualquier caso, la trayectoria de crecimiento lento y creación de empleo formal, del todo insatisfactoria, se afirma como histórica y sus implicaciones sobre la vida social se despliegan en reducciones en los niveles de vida, malestar comunitario y presiones sobre la vida de las familias, sean éstas las que le gustan al inefable senador Martínez o las realmente existentes: desarrollo humano no puede haber en esta repetida circunstancia; sólo supervivencia y resignación, que poco o nada tienen que ver con las promesas del nuevo maná que vendrá con las reformas una vez que se pongan en práctica.

Lo anterior no resulta de una especulación aventurada, ni de la negación victimista, heredada de Moctezuma II, de las promesas del mañana o la modernidad del presente que nos han traído las hazañas del Tri o las reformas. Insistir en esta especie para entender nuestro descontento no es sino una mala lectura de nuestros clásicos del mexicano, que deberían usarse con más respeto y cuidado. De lo que se trata es de un corto plazo que se alarga con los días y que ha cubierto ya más de dos décadas. Y que nadie ha inventado.

No es cortoplacismo, contra el que el secretario Guajardo arremetió recientemente, sino una evidencia que recoge el largo plazo conocido y sufrido y que es preciso reconocer; digamos que empezó por 1985 y constituye el punto de partida insoslayable del largo plazo que los gobernantes nos invitan a vivir en adelante.

No le falta razón al secretario Vi­degaray cuando alude a la necesidad de cambiar a profundidad la estructura de la economía que nos ha impedido crecer por más de 30 años; pero sí le falta decisión, no para reformar sino para asumir que esta estructura se volvió bloqueo del crecimiento como resultado de una nefasta combinación de mal manejo de las reformas anteriores y una política económica obsesionada con el respeto a los fundamentales del mercado y la estabilidad a cualquier costo, de conformidad con el pensamiento único y su malhadada configuración en el Consenso de Washington. Ese sí que fue cortoplacismo, ilusorio y pernicioso ( El Universal, 17/6/14, p. 1-B7).

Cambiar para mejor implica empezar a crecer de otra forma y no caer en el pensamiento mágico contra el que también nos advierte el secretario. Hay que ver hacia delante y elevar la mira, como nos propone su compañero de gabinete en Economía. Pero hacerlo sin negar un presente que se volvió continuo por más de dos décadas y ha afectado la cohesión social, mantenido la pobreza de masas en niveles sin justificación alguna y propiciado enormes brechas de relación y confianza entre las comunidades y los individuos que constituyen esta ínsula menos que Barataria.

Hacer menos agresivo el presente y menos hostil el futuro debería ser el cometido principal de la política, sobre todo si insiste en llamarse democrática o transformadora. El muy nebuloso Pacto por México debería convertirse de inmediato en un pacto para no decrecer y proteger efectivamente a los más débiles y vulnerables que, ellos sí, crecen con los días.

Pero basta ya de deberían. Esta semana ha sido semana del poeta…y qué grande (Efraín Huerta). Y de recordar a Carlos Monsiváis y lamentar, sin pausa, su ausencia.