Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 25 de mayo de 2014 Num: 1003

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bunker, el soplón
Ricardo Guzmán Wolffer

Salvador Novo,
un disidente

Gerardo Bustamante Bermúdez

Campo de Ourique
Jorge Valdés Díaz-Vélez

Semiótica de la barbarie
Carlos Oliva Mendoza

Victoriano Salado
Álvarez en su tinta

Zelene Bueno

Los Episodios
Nacionales Mexicanos

María Guadalupe Sánchez Robles

Salado Álvarez,
un brillo en la
niebla del olvido

Jorge Souza Jauffred

Van Gogh y Artaud:
¿genio y locura?

Vilma Fuentes

La gran batalla
Tasos Livaditis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Jorge Moch
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Twitter: @JorgeMoch

Rumorología venenosa

Para S y G

Internet ha logrado mantenerse, a pesar del recelo de no pocos poderes fácticos, como un espacio libre y plural aunque espiado hasta el hartazgo. Esto no deja sin claroscuros ese ámbito tan vivo, habitado por todas las expresiones de las que somos factibles autores. Lo mismo se propala información periodística que pornografía. Circulan con la misma facilidad credos religiosos o ideológicos válidos que las expresiones más ruines del odio. Por eso es democrática, porque admite todas las expresiones, aun aquellas que puedan parecernos lamentables; algunas cosas que se publican sin problema en algunos países son ilegales en otros. El asunto es peliagudo porque por mucho que uno esté en desacuerdo con lo que alguien publica en internet, deberá reconocer su derecho a decir lo que le dé la gana, como en la frase erróneamente atribuida a Voltaire por su biógrafa británica, la escritora Beatrice Hall, aquella de defender hasta la muerte el derecho del otro a decir algo. La multiplicidad de puntos de vista ha relativizado algunos autoritarismos mediáticos, como el caso de China o Cuba, pero también el de Estados Unidos con su fisgoneo mundial.

Entre los ciudadanos la red puede ser un dolor de muelas: en internet hay mucho veneno. La cosa es mantener alguna ecuanimidad para poder filtrar información valiosa –o simplemente divertida– de lo que es basura. El troleo es un buen ejemplo del uso cuestionable de internet, porque es simple acoso, hostigamiento. Personalmente, y aunque quien esto escribe también ha llegado con sus imprecaciones a convertirse en troll (por ejemplo, cada que pregunto, llamándolo miserable, al senador panista Javier Lozano Alarcón a cómo amaneció cotizando el gramo de dignidad), no creo en el troleo como una forma de interlocución. El rumor malintencionado también es una práctica en internet para convertir a la red en herramienta de manipulación mediática y social con motivos en México naturalmente ligados a alguna clase de politiquería. Quizá las instituciones que más acusan embates de este tipo sean las universidades públicas. Circula desde hace un par de años –hace poco recibí la versión “actualizada” de la misma porquería– una carta en verso (en pésimo verso, debo insistir) que intenta denostar a la UNAM, llamándola “puta de cien años”.

Me llamó la atención, por ejemplo, la cuidadosa diseminación del rumor que acusaba a la rectora de la Universidad Veracruzana (UV) de avalar actos represivos, de presunta venganza o alguna paparrucha parecida dirigida a alumnos de esa casa de estudios que hubieran participado en la pública megamentada de madre del pasado diez de mayo que ya comentamos en este mismo espacio la semana pasada. El rumor se deslizó con agilidad y sincronía evidentemente calculados: un día después del día del maestro, en un fin de semana en que la UV se encontraba en pleno cierre de su Feria del Libro, usando medios electrónicos de poco impacto pero con alguna cantidad de lectores en el estado de Veracruz. Medios, por cierto, según indagué, con los que la UV no ha suscrito contratos publicitarios. Quince alumnos fantasmagóricos –en las presuntas versiones de prensa una alumna llamada “Sofía” solamente así, sin apellido ni matrícula, aparecía como portavoz–acusaban el supuesto castigo en diversas facultades. No pocos usuarios de redes sociales se hicieron eco, previsiblemente indignados ante lo que parecía un acto de servilismo de la rectoría, y bañaron a la rectora en una cauda irrepetible de insultos muchas veces de vulgaridad y violencia innecesarias. El hecho era falso, pero el daño mediático empezaba a crecer, quizá buscando impactar en medios nacionales.

Lo burdo de la campaña misma hizo que se viniera abajo como obra de Pirro. Un boletín de la universidad dejó claro que no hay tal cosa como expulsiones por la opinión política (o por su insolencia) del alumnado y enfatizó lo obvio: una virtud de la universidad pública es la salvaguarda –y el incentivo– de la opinión personal, la genuina libertad de expresar las ideas propias.

Queda preguntar a quién beneficia golpear con artera guerra sucia a la universidad pública. Si se trata de un asunto de caciquismo local o es parte de algo más grande, trasnacional. Como sea, el rumor venenoso va a seguir allí, reptando, acechante, porque los caguetas que lo disparan difícilmente dan la cara y no soportan, con ese endeble andamiaje moral con que pretenden sostenerse, el mínimo embate de una verdad. O del diálogo: los cobardes no dialogan.