Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 18 de mayo de 2014 Num: 1002

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La memoria de nuestros nombres
Agustín Escobar Ledesma

Edmundo Valadés:
vivir para El Cuento

José Ángel Leyva

El espíritu magonista
en la Casa del Hijo
del Ahuizote

Jaimeduardo García entrevista
con Diego Flores Magón

Esterilidad
Enrique Héctor González

Un fantasma en el
corral de esclavos

Víctor Ronquillo

Bánffy Miklós,
maestro húngaro

Edith M. Massün

Paolo Giordano y
el éxito literario

Jorge Gudiño

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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Jorge Moch
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Cavilaciones en torno a una mentada de madre
(con ayuda del Tata Monsiváis cuya ausencia
tanto seguimos llorando)

Se dice que las mentadas son como llamadas a misa y hace caso el que quiere. Pero aunque nos digamos indiferentes, una mentada de madre muchas veces hace hervir la sangre. No pocos mexicanos, en algún momento de la vida, nos hemos batido a trompadas por una. Hay quien, considerándola mayor mancilla, ha matado al atrevido: “¿Por qué lo mataste?... Porque me mentó la madre”. La ofensa a la madre en México, la peor ofensa para el hijo, mandarlo  “a chingarla”,  tiene raíces que se hunden lo mismo en el mestizaje español que en tierra prehispánica. No por nada uno de los pilares de la catequización cristiana de los conquistadores fue, precisamente, la figura de la madre. No podemos ni sabemos sentirnos más ofendidos o insultantes que cuando nos dicen que vayamos o le decimos a alguien se vaya a chingar a su madre. Aunque la cosa se matiza según la geografía –en el Veracruz de mi infancia le decíamos chingatumadre a cualquier cosa, y mudar a la correctísima Guadalajara en el verano de 1978 supuso el encontronazo cultural entre el tropical y relajado sureste y aquel occidente devoto en que no se toleraban, según me hizo saber a ladridos un iracundo maestro de español del colegio salesiano en que tuve el infortunio de ser inscrito al llegar, las palabras “altisonantes”–, en términos generales gritar una mentada de madre implica al menos la inmediatez de un desafío. Hacerlo colectivamente, en multitud a una figura de autoridad, ha de ser lo más cercano a una postmoderna, desesperada revolución desarmada. Una evidente demostración de inconformidad y hartazgo. Un canto de bronca. La más clara y contundente señal de desprecio y si no, al menos un quizá proporcional vector de antagonismo al homenaje cotidiano de la cortesanía pública ante el poderoso, al fin revancha, una mentada multitudinaria, además de romper un récord mundial de Guiness, como la que en aquella misma Guadalajara le zamparon cinco mil almas al exgobernador de Jalisco de infame recuerdo, el panista Emilio González a mediados de 2012, es para hacer ruido, una momentánea huella en el lodo, los rayones a la pintura del carrazo del señor que, como señala Monsiváis en “¿Qué le vamos a tocar, mi jefe?” (Apocalipstick, Debate, México 2009): “… en su conjunto una sola gigantesca mentada de madre contra las pretensiones de la aristocracia del silencio, en sus mansiones a prueba de mentadas de madre, en su universo de paredes de corcho, en sus condominios de lujo que son celdas de derroche”. Ya desde 1977 el mismo Monsiváis decretaba en Amor perdido (Era): “Después de Tlatelolco, en los ghettos universitarios la 'leperada' ‘’adquiere carta de naturalización: se la otorgan, entre otros factores, la ambición de agregarle autenticidad al lenguaje”, o como es el caso, a la protesta, a la presencia del yo en esa muchedumbre de enojos y abiertos desafíos impensable en solitario porque los mexicanos, salvo esas excepciones que luego vemos crucificadas (y a las que vamos corriendo a pegar un martillazo al clavo, nomás porque sí, porque si ése pudo yo por qué no) –allí, recientemente el polémico líder de las autodefensas originales en Michoacán, José Manuel Mireles– somos más valientes en cardumen que en la solitaria estepa: somos cobardes, o cobardes nos volvieron décadas de traición institucional al propio discurso reivindicador de una sociedad que se flagela a sí misma hasta la demencial colectivización del martirio inútil y la resignación más lacerante. Entonces, en la multitud, el enardecimiento multiplicado sintetiza el desplante: chingas a tu madre. Una de cal por las de arena. La  multitudinaria mentada de madre al presidente Peña en las redes sociales el 10 de mayo, agudo pleonasmo de la efervescencia social que nos signa, fue la más reciente muestra de la válvula de escape, aunque en las mismas redes no faltaron los corifeos del sistema, pagados o no, que la desestimaron o se burlaron, a su vez, de la supermentada que, a pesar de los denodados esfuerzos de núcleos de ciberactivismo afectos o empleados del régimen para “tirar” la iniciativa en redes, fue trending topic internacional el día de las madres y nacional hasta el día siguiente.

Aunque al parecer nadie tuvo en cuenta, naturalmente, los heridos sentimientos de la desafortunada madre del presidente que no dudo, al menos por un rato, debió de lamentar los “éxitos” de su retoño como una de las encarnaciones lacrimógenas de aquella Libertad Lamarque que fue la apoteosis de la madre que llora al hijo… por sus mentadas.