Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 11 de mayo de 2014 Num: 1001

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

En la Lisboa de
Fernando Pessoa

Marco Antonio Campos

Un domingo a la semana

Un lector, un suplemento
Gustavo Ogarrio

Después del número mil
Antonio Rodríguez Jiménez

La cifra y el
nombre de la idea

Las mil y una semanas

La dama del perrito
y la geopolítica

Jorge Bustamante García

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Raúl Hernández Viveros
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Rodolfo Alonso
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Las mil y una semanas

Día de sol…
aunque esté nublado

Raví-var en hindi
Sonntag en alemán
Nichiyobi en japonés
Sunday en inglés
Sondag en danés y en noruego
Sondag en afrikaans
Sunnuntai en finlandés
Sunnudagur en islandés y feroés
Dydd sul en galés
Zondag en holandés
Söndag en sueco
Zúntik en yiddish
Intichau en quechua
Wan aa thit en tailandés

Hace exactamente diecinueve años y dos meses, tras el período en el que presentó un formato y una extensión diferentes a los actuales, La Jornada Semanal comenzó lo que fue definido como su nueva época. Las dificultades económicas por las que el país entero atravesaba en aquel momento –gravísimas, producto del malhadado “error de diciembre”, aun hoy irremontables y, por desgracia, no muy diferentes a las complicacionesno sólo económicas de los días que corren– hicieron que La Jornada Semanal volviera al formato tabloide de sus orígenes, cuando sus páginas fueron dirigidas, entre otros, por el inolvidable Fernando Benítez, creador de los suplementos culturales en México.

En otras palabras, la conversión del formato de revista al actual significó la puesta en práctica de la voluntad firme de todos los jornaleros, en el sentido de impedir que las dificultades materiales dejaran a La Jornada –mejor dicho, a los lectores– sin suplemento cultural. Hasta entonces habían transcurrido diez años y medio desde la aparición del primer número del diario, y tanto éste como la Semanal tenían una presencia más que consolidada en un medio que, ni entonces ni jamás, debería darse el antilujo de perder un espacio para la libre expresión de las ideas.

Así pues, convencida de su condición insustituible, y a diferencia de lo que suele suceder en los entornos periodísticos y editoriales cuando aparecen problemas económicos y, simultáneamente, un medio de comunicación es dirigido bajo criterios eminentemente comerciales, La Jornada no canceló estas páginas.

En cambio, se adaptó a las duras condiciones que prevalecían y continuó brindándole al público lector una oferta cultural que antes, después y aun ahora, otros medios eliminan como primera opción cuando buscan “adelgazar” gastos, sin reparar en el hecho incontestable de que obrando así, a querer o no, conscientes o no, colaboran en la consolidación triste de una sociedad de suyo poco lectora, que sin suficientes propuestas culturales y con la disminución de las pocas existentes, no tiene más remedio que volverse aún menos lectora y, por consiguiente, más empobrecida.

Semanas largas,
semanas cortas

En el antiguo Egipto el año tenía una duración de 360 días, divididos en doce meses de treinta días, y a su vez los meses estaban divididos en tres semanas de diez días.
En tiempos de César Augusto, el imperio romano contaba semanas de ocho días, pero el uso popular fue cambiándolas por las actuales de siete, costumbre que se oficializó en el año 321 de esta era, bajo el gobierno de Constantino el Grande.
Triunfante, la Revolución francesa decidió que la semana duraba diez días, hasta que el decreto fue abolido por Napoleón.
En tiempos de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, entre 1929 y 1931, el “calendario revolucionario” estableció semanas de cinco días, con el propósito de eliminar los eminentemente religiosos sábado y domingo. Después, y hasta 1940, la semana contó seis días –cinco de trabajo
por uno de descanso–, y a partir de ese año se volvió a la semana de siete.

Mil más una

Nacida al mismo tiempo que el diario, al que le debe mucho más que la existencia misma y del que forma parte confesa y entusiastamente orgullosa, el próximo mes de septiembre la Semanal también cumplirá sus primeros treinta años. El hecho es que, entre aquel ya distante 12 de marzo de 1995, cuando comenzó la época actual del suplemento, y este 11 de mayo de 2014, han transcurrido mil y una semanas: mil y un domingos, que es decir mil y un números de La Jornada Semanal.

Sabemos que una suerte de ley no escrita, apoyada en el hábito decimal para llevar todo tipo de cuentas, hace que innumerables celebraciones se lleven a cabo en múltiplos de diez; pruebas de dicha costumbre son, por no ir más lejos en el tiempo, los números recientemente dedicados aquí al centenario de Octavio Paz, al de Efraín Huerta, o los que más adelante consagraremos a la memoria indeleble de Julio Cortázar y José Revueltas.

Al mismo tiempo, estamos convencidos de que la naturaleza y la vocación invariablemente mantenidas por este suplemento lo convierten en una especie de Scheherezade de papel, cuyo actual desdoblamiento electrónico en sitio web y redes virtuales la vuelve, por lo tanto, una Scheherezade cibernética también.

Es por esa razón que, en lugar del tradicional número mil, hemos querido mirar los pasos que hasta este momento hemos dado cuando tiene lugar el mil uno: a la manera de Las mil y una noches, hoy rememoramos las mil y una semanas en las que La Jornada Semanal ha visto la luz, se ha encontrado con sus miles y decenas y cientos de miles de lectores –y un lector– y, como aquella contadora mítica que sabía engarzar uno con otro sus relatos, hemos hecho nuestro mejor esfuerzo por lograr que la atención del que oye a través de sus ojos no decaiga, sino al contrario: que quiera escuchar/leer más, que aguarde la aparición del siguiente número, que comparta el entusiasmo que nos mueve a proponerle un contenido diverso, múltiple, tan variopinto como el mundo mismo.

Que sean, por consiguiente, mil y una semanas seguidas de otras mil y una, de nuevo a la manera de Scheherezade, quien sabía muy bien que su propia existencia dependía de dos presencias inexcusables: una mezcla perfectamente equilibrada de historias, de personajes, de temas y de talento para contar, y alguien que, del otro lado, estuviese ávido de disfrutar a la hora de saber, de recordar y de reflexionar.

Sabemos que ese alguien ávido existe: desde hace mil y una semanas dialogamos con él cada semana. Esperamos haber sido hasta el momento, y seguir siendo, una buena Scheherezade para esos –mucho más de– mil lectores y un lector.