Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 4 de mayo de 2014 Num: 1000

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Shakespeare,
450 años después

Rodolfo Alonso

Por mi boka
José María Espinasa

Para conocer a Carballo
Felipe Garrido

La vida te va apagando
Orlando Ortiz

Así es como hay que irse
Jorge Pedro Uribe Llamas
entrevista con Emmanuel Carballo

La canción de Marguerite
Arturo Gómez-Lamadrid

Los niños flacos
y amarillos

Marguerite Duras

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Alejandro Michelena

Gardel: más que un cantor de tangos

Gardel es lo más parecido a un genio tutelar para la gente sencilla de Buenos Aires y Montevideo, las dos capitales ribereñas del Río de la Plata. Está siempre ahí, con su eterna sonrisa, en ese bar de esquina donde después del trabajo recalan los hombres a tomarse una copa y a hablar de política, de futbol y de bueyes perdidos. Y su voz nace del aparato de radio cada mañana, acompañando los ritmos hogareños. Como duende travieso desliza su canto por las calles a modo de clima sonoro. Pero también se le sigue oyendo en Santiago de Chile y en La Habana (donde tiene tantos fervorosos cultores, y se organiza con regularidad un festival de tango que convoca su nombre), y en Ciudad de México donde los tangueros son exquisitos como jazzistas.

Pero el mito de su voz, sostenido en el tiempo, está cimentado en una realidad concreta: Carlos Gardel fue un cantor prodigioso, único. Y no sólo de tango, como muchos piensan, aunque se le identificó con el ritmo del dos por cuatro. Comenzó como un excelente intérprete de los aires folclóricos, tanto los originarios de la inmensa pampa húmeda argentina como los de la ondulada y más árida del litoral y de Uruguay. Cultivó luego la milonga como un jardinero prodigioso, acompañado en un buen trecho con solvencia por su amigo y compañero de andanzas artísticas de los primeros tiempos, el músico y compositor José Razzano.

Una voz sin parangón

Cuando llegó al tango –o tal vez el tango llegó a él– tenía ya en su haber una singular trayectoria, y llamaba la atención por su forma de poner la voz en las canciones de tierra adentro y en ese ritmo síntesis que es la milonga suburbana. A esa altura había actuado tanto en pulperías orilleras como en cafés del centro bonaerense y era conocido como el Morocho del Abasto, porque en el emblemático barrio porteño de ese nombre transcurrieron parte de su niñez y juventud. Luego, cuando se convirtió en el número uno de la valiosa constelación de cantores de tango de la primera hora, no dejó de lado sus viejos amores, y aquellos aires musicales del pasado tuvieron siempre un lugar en su repertorio. Además, interpretó a menudo el vals –ese primo hermano del tango– de manera notable.

En su periplo francés, y más tarde en su incursión neoyorquina, el Mudo –como la gente lo sigue llamando, aplicando una metáfora contradictoria pero elocuente para delinear lo excepcional– incorporó a sus espectáculos, grabaciones y películas, fox-trots y canciones melódicas. Y si hubiera tenido tiempo, de poder cumplir sus planes de trabajar en México, tal vez lo valoraríamos ahora –además– como un singular y seguramente inolvidable cultor del bolero.

Por si todo esto fuera poco, muchos especialistas aseguran que Gardel podría haber sido cantante de ópera. Tenía sobradas condiciones para ello. El propio artista fue consciente de tal cualidad, y tenía proyectado trabajar muy en serio para desarrollar su voz en esa dirección cuando lo sorprendió la muerte.

Qué tango hay que cantar…

No cabe duda de que el arte mayor de Gardel se desarrolló plenamente vinculado al tango. Fue a partir de su voz que surgió la figura del cantor, porque antes era un ritmo básicamente instrumental y bailable. El canto gardeliano fue el soporte para que los letristas se inspiraran y fueran creando ese prodigio dramático que a veces –cuando logra superar el melodrama– llega a ser el tango. Cuando llega a las cumbres artísticas de sus mejores momentos de la mano de genuinos poetas como  Homero Manzi, Enrique Santos Discépolo, Enrique Cadícamo, Catulo Castillo, Homero Expósito.

El Mago marcó el tono y el estilo para cantar el tango. El modo de frasear, de modular, de entonar, de marcar versos y ritmos. Surgieron después muchos otros buenos intérpretes, pero todos –aun diferenciándose cada uno en su propia característica– debieron partir de esa “forma” que es auténtica creación de Gardel. Él fue el profeta, y a la vez el más autorizado sacerdote de la religión tanguera.