Opinión
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Militancias
¿P

or qué ser militantes? ¿Por qué militar? Usamos la palabra pa­ra hacer algo que muchos no podemos dejar de hacer. Pero militante es el que milita, el militar. Al usar la palabra, ¿no habremos asumido como propio lo que resistimos, con toda su carga bélica y violenta?

Resistir y luchar son llamados irresistibles para mucha gente, sobre todo por lo que sigue: construir un mundo nuevo. Hay quien no puede vivir sin atender esos llamados a la acción. El horror en que estamos instalados resulta insoportable. Hay que hacer algo. Militar. Y no podemos dejar de luchar porque luchar es soñar.

Surge así el predicamento. Es­coge bien a tu enemigo; vas a ser como él, reza un viejo proverbio árabe. Como advirtieron hace tiempo los zapatistas, se libra actualmente la Cuarta Guerra Mundial, en que nosotros somos el enemigo. ¿Cómo evitar convertirnos en quienes la están librando y reproducir sus métodos y prácticas?

Luchamos contra algo abominable. Pasan todos los días cosas para las que ya no tenemos palabras; sólo el silencio cabe ante esa degradación. ¿Cómo no caer en la tristeza y la amargura, o hasta la desesperación, por haber llegado a tal extremo y tener que luchar contra ello, entrar en la pelea?

Es cierto que luchar implica conectar el deseo con la realidad y esto, como sugería Foucault, es lo que posee fuerza revolucionaria. Pero esta realidad abominable contra la que debemos luchar para transformarla no es algo ajeno, externo. Luchar contra la realidad es también luchar contra nosotros ­mismos.

Como también advertía Foucault, el adversario estratégico es el fascismo, pero no sólo el histórico, el que movilizó y empleó con eficacia el deseo de las masas en los años treinta y que lo hace ahora con más refinamiento. Es también nuestro propio fascismo, en nuestras cabezas y en nuestro comportamiento cotidiano; el fascismo, dice Foucault, que nos hace amar el poder, desear aquello que nos domina y explota.

¿Cómo evitarlo? ¿Cómo luchar contra el poder sin caer en su juego? ¿Cómo ser lo otro del poder, su reverso y no su espejo, como en la trampa del poder popular?

¿Cómo ser militantes sin caer en la trampa militar? ¿Cómo practicar decididamente una militancia comprometida, sin comprometernos con el poder, los partidos, organizaciones dueñas de la verdad revolucionaria, ideologías que empiezan como guías de la acción y terminan como camisas de fuerza? ¿Cómo militar con la gente común, dejándose sencillamente guiar por ella?

Amigos del Norte que están haciéndose estas preguntas proponen la militancia gozosa, en contraste con la triste. En la tradición de Spinoza y otros, dan a la palabra gozo el significado de dejar entrar el mundo en uno y entregarse al mundo: ser vulnerable, compasivo, experimental, creativo, abierto a la incertidumbre; la tristeza, en cambio, crea fronteras, establece distingos, compara, hace planes, etcétera. No se trata de sentimientos de felicidad o infelicidad. Penas, risas o rabias pueden existir en cualquiera de las condiciones de militancia; en todos los movimientos, espacios y colectivos, como en todas las personas, hay gozo y tristeza.

Mis amigos sospechan que hay demasiada amargura y tristeza en muchos movimientos y espacios radicales. Por tanto, pensar, clasificar, cerrar y crear fronteras, reducen las posibilidades de convivialidad, creatividad, gentileza. Las tendencias a la pureza ideológica, la competencia o rivalidad y la búsqueda de radicalismo conducen al perfeccionismo, la sospecha, el cinismo, el miedo, el resentimiento. Esta militancia triste estaría en contraste con la militancia gozosa que admite elementos tristes (fronteras, distinciones, críticas, etcétera), pero tiene amplios espacios para la creatividad, la gentileza, la amistad, el amor.

El asunto no es menor. A medida que se agrava la situación en todas partes y aumentan cinismos y crímenes abominables, cuando es indispensable intensificar la acción y tomar iniciativas radicales, la militancia gozosa es más necesaria que nunca. Ya la Real Academia abrió el abanico de significados de militar, para reconocer lo que hemos estado haciendo. Acepta ahora, como acepciones de militar, la de ser parte de una comunidad o colectivo y la de apoyar determinadas ideas o proyectos, sin vincular la palabra con la guerra.

Si tu revolución no sabe bailar, no me invites a tu revolución, le comentó una joven al subcomandante Marcos hace unos años. Es una frase que repiten quienes mantienen vivos los bailes y la cultura de sus ancestros en los Altos de Chiapas y asocian la teoría del cambio con el amor, la música y el baile.

Por más paradójico que parezca, desmantelar pieza por pieza el régimen que padecemos y parar la guerra se hace posible cuando nos atrevemos a vivir vidas verdaderamente radicales, creativas y gozosas.