Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 6 de abril de 2014 Num: 996

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Charco de tormenta
Salvador Castañeda

Inteligencia, erotismo
y razón

Carlos Oliva Mendoza entrevista
con Luis Villoro

Luis Villoro y la
voz del caracol

Luis Hernández Navarro

Planeta Claudel
Miguel Ángel Flores

De Breves
poemas chinos

El arte poliédrico de Roberto Montenegro
Argelia Castillo

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
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Artes Visuales
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Bemol Sostenido
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Paso a Retirarme
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La Jornada Semanal

 
Ilustración de Marga Peña

Charco de tormenta

Salvador Castañeda

Sabe bien dónde se encuentra la entrada. Desde
donde vive puede ver –por la noche– la rendija
luminosa de la puerta. Nunca ha pasado por
ella y ahora tratará de hacerlo, así que,
flexionando las patas, se metió
recelosa a través de la
hendidura que separa al
piso de loseta y la hoja de
la puerta. No tenía más
alternativa.

Hoy ha sido un día
especialmente acuoso y
relampagueante. La humedad
se filtra por las paredes y los
ladrillos supuran salitre.

Llegó desde la oscuridad de afuera.
Adentro, encandilada, a tramos cortos
avanza con movimientos aparatosos
al tiempo que se apropia del espacio y
los objetos con su mirada múltiple. Tras ella, por la misma grieta, podían verse unos ojillos saltones escudriñando con premura la claridad encerrada. Algunas patas dentadas cual serruchos, con esfuerzos se estiraban como para alcanzar algo adentro y sacarlo o afianzarse de cualquier cosa para entrar. Varias antenas escrutaban el interior con movimientos jeroglíficos en el vacío. Sus persecutores estaban afuera.

Es negra como una porción de la noche. Sus patas largas y delgadas agrandan su vientre boludo que se agita como fuelle. Parece temblar, jadea y siente un gran alivio de salvación. La obstinación de la lluvia descompone el escenario del jardín y la fauna queda en estado de emergencia. La misma agua pareciera que también hace esfuerzos por protegerse de sí, trata de meterse, sólo que le resulta más difícil que a los demás porque, para conseguirlo, antes debe ahogar las jergas de la entrada.

El sistema de túneles en el jardín utilizados para evacuadas rápidas se diluviaron. Las hormigas perdieron sus larvas, los cara de niño quedaron flotando ahogados, las lombrices culebreaban para no hundirse; por otro lado los gusanos agrimensores no lograban dimensionar el tamaño del diluvio y hacían esfuerzos por alcanzar la orilla de lo que fuera y salvarse.

Protegiéndose uno de sus flancos con la pared, el pedacito oscuro se adelantó y dejó atrás un diminuto charco de tormenta que espejeaba al reflejar la luz de las lámparas. Se detuvo en un rincón y de pronto quedó completamente inmóvil frente a mí por un instante. Luego fue hacia la izquierda cubriéndose el mismo lado.

Por la pantalla del televisor seguían desfilando imágenes de explosiones a colores, llamaradas y personajes por los aires. Los buenos perseguían a los malos (por lo general feos y grasosos).

La Negra siguió acercándose amenazadora. Se movía brincoteando lo mismo que una maraña de alambres. Sus enemigos la traían de encargo desde hacía tiempo. Sabían que los aguaceros estaban por llegar, que se hallaban cerca y que al igual que harían todos evacuaría la zona, así que estuvieron aguardando bajo la lluvia un buen rato para luego caerle encima y de una vez por todas cobrarse lo que les debía. Los grillos albos perdieron a uno de sus hermanos, La Negra de vientre boludo lo disecó chupándole toda la sustancia, no lo hizo trizas, lo dejó de cuerpo entero pero seco y transparente. Cuando en ese tiempo lo encontraron sus hermanos, trataron de rescatar sus restos pero el viento los arrastró lejos.

Arrellanado en el sillón individual bajé los pies del taburete donde descansaban, y ella quedó petrificada pendiente de mis movimientos, mirándome fijo con su racimo de ojillos sin párpados, sin mover un solo músculo. No le vi buenas intenciones, pensé que era muy posible que en cualquier momento saltaría sobre mí sin darme tiempo de nada.

Encimados en el abdomen y sobre la espalda cargaba con sus treinta de familia, envueltos de oscuridad igual que su mamá. Me incorporé lentamente, lo más lento que pude, con movimientos flotantes, y al tiempo ella pareció acomodarse para tomar impulso. Como sincronizados los dos en la misma frecuencia presioné la válvula y la rocié. Al mismo tiempo le dio por dar saltos aparatosos como si brincara con patas de resortes haciendo machincuepas y una escandalera con sus volteretas. Los de su camada cayeron al suelo sin poder ir más lejos. Al poco tiempo nadie se movía, quedaron panza arriba con sus patas encogidas.

En la pantalla los buenos esposaban a los feos y malos en tanto escuchaban la recitación de sus derechos. Casa y jardín hizo lo que tenía que hacer.