Opinión
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¿Ruleta o montaña rusa?
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as maniobras militares y políticas de Rusia en Crimea han dado pie a una intensa discusión entre los dirigentes de los países miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). De entrada descartaron una respuesta militar y optaron por imponer, junto con la Unión Europea, una serie de sanciones económicas y financieras a Rusia.

Son tres los aspectos que los comentaristas han abordado con insistencia: la ilegalidad de la anexión de Crimea; la personalidad del presidente de Rusia, Vladimir Putin, y la supuesta debilidad de las potencias occidentales, especialmente Estados Unidos.

En las discusiones se ha destacado la necesidad de respetar el derecho internacional, en especial la soberanía e integridad territorial de los estados. Pero hay otros principios, igualmente consagrados en la Carta de la ONU, que podrían poner en peligro esa integridad territorial.

Piensen en la autodeterminación de los pueblos. Los habitantes de Crimea decidieron ejercer ese derecho y optaron (al parecer, abrumadoramente) por unirse a Rusia. En el Reino Unido pronto habrá un referéndum para que los escoceses decidan si quieren ser independientes o quedarse como están. Tanto Londres como Edimburgo han dado muestras de cierta madurez política, cosa que no puede decirse de Madrid y Barcelona en torno a los intentos independentistas de Cataluña.

Para no pocos observadores de Europa y Estados Unidos, el referéndum en Crimea el pasado 16 de marzo fue una farsa, un intento de Putin de disimular su apetito anexionista. Pero si se aboga por la autodeterminación de Ucrania, ¿por qué negarle el ejercicio de ese mismo derecho a los habitantes de Crimea? No hay que olvidar que Crimea formó parte de Rusia desde su anexión en 1783 hasta 1954, cuando Nikita Krushev la regaló a Ucrania. Con la desaparición de la Unión Soviética, Crimea se quedó dentro de la ahora independiente Ucrania pero como una república autónoma.

Los países occidentales y el gobierno de facto en Kiev se han movilizado con cierta rapidez y unidad. En vísperas del referéndum el Consejo de Seguridad se pronunció sobre un proyecto de resolución que pedía que no se reconociera el resultado del referéndum y que se respetara la integridad territorial de Ucrania. El proyecto obtuvo 13 votos a favor y la abstención de China, pero fue vetado por Rusia.

Para hacer frente a la crisis financiera en Ucrania, el pasado jueves el Fondo Monetario Internacional le otorgó un préstamo de unos 18 mil millones de dólares pero condicionado a ciertas reformas. Ese mismo día la Asamblea General de la ONU aprobó una resolución muy parecida al texto presentado al Consejo de Seguridad. Titulada Integridad territorial de Ucrania, obtuvo 100 votos a favor, 11 en contra y 58 abstenciones (24 estados miembros de la ONU se ausentaron).

Para apreciar lo enredado del tema de Crimea/Ucrania basta examinar cómo votaron los 33 países latinoamericanos y caribeños. Dos no votaron y sólo 13 apoyaron la resolución. Cuatro votaron en contra (Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela) y 14 se abstuvieron, incluyendo casi todos los caribeños, así como Argentina, Brasil, Ecuador, El Salvador, Paraguay y Uruguay. ¿Por qué se abstuvieron si son tan importantes los principios de no intervención y de la integridad territorial de los estados?

Para intentar explicar las divisiones que han aparecido dentro de la ONU en torno a la situación en Ucrania, quizás sea útil recordar que el tema arrastra mucha historia. En efecto, para muchos rusos Ucrania es parte de Rusia. Aquí no importan las tendencias políticas. Para ellos Ucrania no es un país. Así lo pensaba Alexander Solzhenitzin y así lo piensa Vladimir Putin.

Es cierto que hace siglos Ucrania fue el origen de Rusia. Pero también es cierto que desde hace siglos Ucrania fue parte de Rusia. Hoy muchos rusos consideran a Ucrania como parte de Rusia aunque aceptan que sea un Estado independiente. De ahí que, para Rusia, el problema de Ucrania es la propia Ucrania.

Para Moscú Ucrania es una especie de Pemex: una entidad rica, grande y corrupta. Como Pemex ha servido a su dueño histórico (el Estado, en ese caso Rusia) pero su tamaño y riqueza ha dado pie a mucha corrupción que ha sido difícil de abatir. También ha producido dirigentes un tanto inaceptables para el Estado. Lo que parece buscar Putin es sanear el gobierno de Ucrania y acercarlo a Rusia.

Describir a Putin (como lo hizo el propio presidente Barack Obama la semana pasada) como un resentido por el derrumbe de la Unión Soviética es caer en el tipo de sicoanálisis barato que ha caracterizado a muchos comentaristas. No creo que se trate de un personaje que quiera reconstruir la Rusia imperial de los zares o la Unión Soviética.

Lo que busca Putin es que Occidente respete su espacio geográfico y que deje de acorralarlo invitando a sus vecinos a incorporarse a la OTAN y quizás a la propia Unión Europea. Ucrania es demasiado grande y rica para dejar que le ocurra lo que ya ha pasado en los países bálticos. De ahí las propuestas de Moscú para establecer en Ucrania un gobierno neutral y federal, léase uno que no ingrese a la OTAN y que respete a los habitantes de origen ruso.

La reacción de los países occidentales ante las maniobras políticas y militares de Rusia en Ucrania se ha limitado a defender el derecho internacional, imponer sanciones económicas y financieras al gobierno de Putin y a los empresarios rusos, y buscar una salida diplomática.

En su paso por La Haya y Bruselas la semana pasada, el presidente Obama logró convencer a muchos países europeos de seguir ese camino. Algunos, como Alemania, tienen importantes vínculos comerciales y económicos con Rusia y se verán afectados mucho más que Estados Unidos por las sanciones impuestas. Sin embargo, a la larga, será mejor construir una Ucrania neutral y federal.