Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 23 de marzo de 2014 Num: 994

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una vez más
Rolando Hinojosa

Ricardo Bada

Polonia cultural:
esbozos de un panorama

Fernando Villagómez

Dos poetas

Dos cuentos
Slawomir Mrozek

Polonia, letra y cultura
Ewa Agata Bałazinska

Los mentados
hermanos Limas

Julio Astillero

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

(Auto)referencia

Para cualquiera es más que evidente, incluido el cinéfilo menos interesado en el cine mexicano y, por lo tanto, menos conocedor del mismo: El crimen del cácaro Gumaro (Emilio Portes, México, 2014) basa su propuesta en un ejercicio, simultáneo y sostenido, de referencialidad y parodia. Propósito y, al mismo tiempo, medio para lograrlo, la mirada antisolemne/irreverente/sarcástica/burlona que la cinta arroja sobre sus pares –aquí, mejor dicho, sus antecedentes/referentes–, se hace tan extensiva como lo permiten el pietaje y el desarrollo de una trama cuya sencillez, infortunadamente, resulta igual de damnificada que Güémez, el pueblo ficticio donde la historia tiene lugar.

El juego de tiro al blanco de este largo antihomenaje comienza, desde luego, con el propio título, parafraseo de la conocida cinta dirigida por Carlos Carrera y protagonizada por Gael García; continúan inmediatamente con la parodia directa a la escena pivote de Amores perros –aquí rebautizada como “Olores perros”–, y no se detiene: ya sea que consista en clarísimas referencias a la filmografía nacional, por ejemplo la reconstrucción burlesca de una escena perfectamente reconocible del documental Presunto culpable, o la totalmente palmaria de Luz silenciosa, así como uno de los protagonistas vestido en alusión obvia a Pedro Infante-Pepe el Toro, o un personaje de reparto que refiere al ciego interpretado por Miguel Inclán en Los olvidados; ya sea que consista en guiños rápidos, verbigracia un cartel de la película “El güey del barrio”, un table dance con el nombre de Sara García, y un sinfín de copias pirata de cintas tituladas “Hola, mi trailera”,  “Y tu agüela también”,  “Cinco días sin ñora”,  y así por el estilo.

Cine mirando cine

Afortunadas –es decir graciosas, tratándose como se trata de una cinta de humor, aunque por otro lado jamás hilarantes– en prácticamente todos los casos por lo que respecta a dicho nivel de alusión cercana o lejana, las referencias paródicas, así como la presencia en pantalla de este o aquel actor-personaje, no pueden sino ser un arma de doble filo, pues basta con que el espectador desconozca el origen de esta o aquella presencia o referencia para que el gracejo pierda la gracia. Por dar dos ejemplos al azar: uno, los “rescates” de Jorge Rivero, Alfonso Zayas y Alberto Rojas, meros cameos, pierden sentido si quien mira desconoce lo conspicuo de ese trío actoral (por cierto pésimo, como el cine que perpetraron en su tiempo de infausta jauja, por más que hoy esté tan de moda el comedimiento de una revaloración sin asideros que no sean meramente nostálgicos) en lo que fuera ese cine de albures, falsamente porno, que medrara en México hace algunas décadas. Ejemplo dos, la aparición de José Sefami caracterizado exactamente como el personaje que hiciera en Conozca la cabeza de Juan Pérez: nada le dirá ese payaso encarcelado a quien no haya visto la ópera prima de Emilio Portes.

En esto último está la clave del innegable descenso que El crimen del cácaro Gumaro comienza a mostrar en cierto punto de su trama. Ya que se habla de alusión y vinculación con el cine mexicano previo, quienes hayan visto Pastorela, Naco es chido y El Santos contra la Tetona Mendoza, no podrán dejar de reconocer que el debut cinematográfico del televisivo Güiri-Güiri guarda más de una similitud con esa tríada de filmes, aunque desgraciadamente para mal. Guionistas junto con Andrés Bustamante, Emilio Portes y Armando Vega Gil parecen haber optado por la autorreferencialidad antes que por la autocrítica, como lo deja ver claramente esa tendencia al engolosinamiento y el exceso: los mutantes ojiverdes de El crimen… son calcas directas del ejército de diablos de Pastorela, y las falsas vueltas de tuerca que desfiguran una trama sencillísima –dos hermanos en pugna por cuestiones de herencia–  recuerdan sin remedio los retruécanos que alargan sin sentido a Naco es chido. En última instancia, como mínimo es de bastante mal gusto e inmodesto citarse a sí mismo, a la manera de los antólogos literarios que incluyen obra propia en sus antologías.

Pero que Jis y Trino, presentes a cuadro, no se confundan. Aunque el guión los hace salirse a media función diciendo que lo que miran es peor que El Santos…, en realidad no es así: en más de una ocasión, El crimen del cácaro Gumaro es rescatada de sus propias trampas por el talento de Bustamante, de quien cabría esperar un siguiente filme que dependa, para mover a risa pero de principio a fin, menos de la puntada y más de la continuidad.