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A la mitad del foro

Los fantasmas del poder

D

oce años se escondieron en las sombras de Palacio Nacional. Bajo las escalinatas que conducen a la Secretaría de Hacienda. Al otro extremo, la puerta Mariana. Al centro el pasmo de los murales de Diego de Rivera. Hierro, sangre y fuego. Ahí, Miguel Hidalgo y José María Morelos al lado de Benito Juárez, no el Benemérito de las Américas, sino el indio oaxaqueño Benito Juárez García. El que se aferró al poder y resistió las embestidas de la clerigalla y de los señoritingos de La Profesa, la invasión del emperador de opereta que Napoleón el Pequeño envió a México, al cerro de las Campanas.

Juárez fue peregrino de la patria y se refugió en el desierto. Nunca dejó el poder. Supo mantenerse firme, rodeado de los mejores hombres de la mejor generación de nuestra historia, la de la Reforma, la que supo fincar sólidamente la separación Iglesia-Estado, instituir el registro civil, hacer una nación del abigarrado conjunto que surgió de la insurgencia, de nuestra Guerra de Independencia. Por eso conmemoraban su natalicio a la sombra, en la sede del poder político, porque ya nada les permitiría esconderse en las sacristías en espera de una excomunión al pueblo de México. Haber vuelto al aire libre, al Hemiciclo erigido frente a la Alameda, en plena avenida Juárez, casi bastaría para justificar la resurrección del PRI, vuelto de los infiernos del miedo y el desprecio a sí mismos que los convirtió en apóstatas del poder constituido, tímidos herederos de un nacionalismo revolucionario en cuyo espejo no se reconocían.

¿Tres minutos? Con eso basta. El que no quiera ver fantasmas que no salga de noche. Enrique Peña Nieto va y viene, volvió a asomarse al mundo, a ensayar el rescate de nuestra política exterior. La de una nación devenida Estado moderno con la Revolución Mexicana. En estas ruinas que ves, en el deslumbramiento con lo anuncios de la OCDE: somos, nos guste o no, el país de la mayor y más insultante desigualdad. Buena decisión hacer presencia en el mundo exterior. Pero no hay que olvidar que los 20 o 30 años de crisis recurrentes son consecuencia de una cadena de errores y malas decisiones, de la obsesión con el dogma del mercado, el flujo de capitales libres de regulación, la economía sobrepuesta a la política, la austeridad en el gasto público y los beneficios fiscales para los que más ganan.

Nuestros políticos han decidido encerrase a piedra y lodo, debatir cuántas reformas caben en un pacto, y batirse en el lodazal para resolver quién es más corrupto, quién puede cambiar de bando a más velocidad y menor precio. Afuera, en ese mundo de la globalidad al que se asoman los que llegaron con Peña Nieto, se disuelven los gobiernos progresistas de la América nuestra que hicieron revivir fugaz entusiasmo con los logros de Lula: sacar a millones de la pobreza y hacer crecer las economías, no es poca cosa. La portentosa Unión Europea se aferra a una extraña fórmula homeopática del similia similibus curantur y asiste impávida a la agonía del desempleo y la recesión que padecen millones, desde la península ibérica hasta el mar Egeo y el Bósforo. Estados Unidos de América en pasmo. Y los extremistas de la derecha, económica o política, han vuelto a hablar de guerra fría al reivindicar Crimea el gobierno ruso de Vladimir Putin.

Salen al aire libre nuestros gobernantes. Y ya se han integrado al acuerdo comercial de los países ribereños del Pacífico en la América nuestra. Hace 20 años los reformistas del salinismo firmaron el Nafta, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Hay que hacer muy bien las cuentas. Buenos, magníficos resultados para algunos, pocos pero poderosos, capaces de incorporarse al mercado libre como maquiladores y algunos ascender a exportadores de manufacturas. Pero la mayoría no encuentra empleos formales y apenas apuntan remedios fiscales para incorporar a los millones de la economía informal al empleo con prestaciones y seguridad social. Chile, Perú, México se sumarían a Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda, Japón, Vietnam, Singapur, Brunei y Malasia. Vasto el océano del que Adams y Dewey, precursores de la expansión imperial, dijeron en el siglo XIX: El Pacífico es un lago americano.

Enorme mercado. Pero Joseph E. Stiglitz nos recuerda en The New York Times que los tratados comerciales se acuerdan en secreto y los grandes intereses corporativos suelen imponer su voluntad a los funcionarios de gobiernos, que las empresas pueden acudir ante los tribunales a reclamar supuestas reducciones de utilidades, así como pasar por encima de los defensores de la ecología. Pero ante todo, particularmente para México, a 20 años del Nafta, acosado por los fantasmas del pasado y por la violencia que no cesa, es indispensable atender a la conclusión, el segundo punto de Stigitz: “ Trickle down economics (la economía de la derrama de riquezas desde las alturas) es un mito; enriquecer a las grandes corporaciones no necesariamente ayuda a los de en medio, y menos todavía a los del fondo”.

Marzo es nuestro mes más cruel. Hay que conmemorar la expropiación petrolera, el rescate soberano de la Constitución, el imperio de la ley, sometida, burlada, por los oligarcas de la empresas que explotaban el oro negro y a los obreros mexicanos, prietos, alojados en los caseríos del apartheid, sometidos al yugo que encarnó en Doheny el Cruel. Menos mal que el presidente de la República fue a Veracruz y a una plataforma petrolera de las que trabajan en mares profundos. Ahí están, con los trabajadores de Pemex a bordo, obreros calificados formados en México con los que habló Enrique Peña y compartió su sorprendente buen humor. Porque en tierra hay oposiciones firmes a la reforma energética, cuyas leyes reglamentarias no llegan todavía al Congreso de la Unión. Y fracturas irreparables en la izquierda, con los de Morena opuestos a toda posibilidad de que Cuauhtémoc Cárdenas obtenga unanimidad para dirigir el PRD.

Y esas fisuras facciosas representan mucho más que la disputa panista por las canonjías de nuestro sistema plural de partidos. Andrés Manuel López Obrador declara traidores a los dirigentes del PRD, al partido mismo, con lo que excluye a decenas de miles de la posibilidad de integrarse al frente de unidad que les es indispensable para no hundirse, para no sufrir una severa derrota en las elecciones de 2015. Ahora que han encontrado obras del Fénix de los ingenios, inquieta, desconcierta la tozuda actitud de optar por la soledad. A pesar de los maravillosos versos de Lope de Vega: A mis soledades voy/ de mis soledades vengo/ porque para andar conmigo, me bastan mis pensamientos.

No para hacer política. Sobre todo al vernos entre la bruma de los recuerdos de 1994, del año infausto de la rebelión chiapaneca del EZLN, el asesinato de Lomas Taurinas y la disolución de la hegemonía priísta en un baño de sangre y fango, en una dolorosa exhibición de miserias, de ambiciones carentes de nobleza; de las horas y los días de la simulación que habría de desatar la violencia del caos anarquizante y exhibir la pobreza de espíritu de una clase política que se soñaba reformadora y modernizadora, pero llegaría al tercer milenio sin haber alcanzado el siglo XVII, ajena a la razón del siglo de la luces.

Por ahí vagan como fantasmas los actores del drama finisecular. Luis Donaldo Colosio es todavía pretexto para batallas imaginarias. Quienes fueron personajes centrales son ahora coro patético; salen a escena y repiten los gastados parlamentos que recitaron al acabarse el sistema, no con una explosión, sino con un gemido.