Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 9 de marzo de 2014 Num: 992

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Instante bailado,
instante vivido

Andrea Tirado

Hoover o las
dualidades del sabueso

Augusto Isla

La literatura, una percepción del mundo
Javier Galindo Ulloa entrevista
con Federico Campbell

Los permisos de la
muerte: la violencia
narrada y sus límites

Gustavo Ogarrio

El narco entre
ficción y realidad

Ana Paula Pintado Cortina

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Intelectualidad y soberbia

Orlando Lima Rocha


Genealogía de la soberbia intelectual,
Enrique Serna,
Taurus,
México, 2013.

En el Brasil de 1928 se publicaba un “Manifiesto antropófago” que iniciaba con esta aseveración: “Sólo la antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente.” Antropofagia cultural cuya producción intelectual, en un contrasentido muchas veces indeseable para algunos, se aísla hasta aldeanizarse y considerarse así élites culturales de espíritu aristocrático cuya única riqueza parece estar en sus ideas que guardan celosamente del público.

Efectivamente, como dice Enrique Serna en este, su más reciente y provocativo libro (el autor se muestra consciente de ello desde su introducción a la obra), “sólo el mundillo artístico y literario ha creado un refugio para la ineptitud esforzada, en el que se califica la voluntad y no la obra”. Este diagnóstico está presente en cada uno de esos “mundillos” que examina Serna: del arte, la literatura, la historia de las religiones, etcétera. Quizá no sea casualidad que su libro termine con la filosofía como una “pesadilla de la razón” y sean filósofos como Heidegger o Nietzsche sus representaciones de una muerte del espíritu intuitivo y del sentimiento comunitario.

Genealogías como éstas son las que Enrique Serna, célebre escritor mexicano de distintos géneros literarios, presenta en este ensayo, sin duda provocador, donde explora el mundo de las letras y se juega tiempo a tiempo, hoja tras hoja, en el filo de la serpiente que se muerde la cola. Actitudes, géneros escriturales, corrientes de pensamiento, técnicas y personajes de distintos lares, especialmente el mexicano, son motivo de un agudo análisis crítico que, como un “Sabotaje interno” (uno de los ensayos que integran el libro), asedia constantemente la “dictadura del gusto” de diferentes estetas del “canon del intelecto”.

Producto de una “Ciencia sin caridad” desde una muralla libresca o pretendidamente culta para conservar un coto de poder con insospechados fines, Serna explora y reconstruye diferentes campos, actores y escenarios donde la soberbia intelectual se ha producido sin cesar: de los “andrajosos” y los “dandys”, de los “pedantes” y “esnobs” a los “educadores soberanos” o de las obras “doctas” a las “contraculturales”. No se trata únicamente de ciudades letradas, aunque sus resonancias sean latentes, sino también de sujetos que se sujetan por el poder que les da la escritura y su voluntad de estilo muchas veces sobrecalificado encima de sus obras mismas.

Uno de los puntos neurálgicos de Genealogía de la soberbia intelectual es la sugerencia de producción de ella como una artesanía, pues “el oficio artesanal consistía precisamente en lograr la mayor apariencia de naturalidad”. De allí la necesidad de dimensionar públicamente el quehacer intelectual como un modo de producción que se retroalimente de la (auto)crítica y pueda entrar en el ágora del debate para formar personas y no rebaños, no reproducir más “civilizados”/“bárbaros”.

Con todo, hay que arriesgarse para develar estas artesanías intelectuales en sus artificios desde una fuente artística, fuente que compagina “el estilo del artista y la marca del obrero” para poder incidir en la opinión pública con responsabilidad plena. Una tarea antropofágica que quizá deje sobre la mesa la cuestión de saber si, ya que se ha podido hablar de una “soberbia intelectual”, ¿es posible –y en qué medida– hablar de una “soberbia no intelectual”?


Los dientes de carretera

Joaquín Guillén


La historia de mis dientes,
Valeria Luiselli,
Sexto Piso,
México, 2013.

Leer a Valeria Luiselli es uno de esos placeres en los que todos deberían participar. Ya sus Papeles falsos demostraron un ojo que se maravilla por la cotidianidad, una mano que escribe siempre desde la memoria y el afecto. Sumamente intertextual (e hipertextual en Los ingrávidos), con dominio juguetón de la palabra y una imaginación iluminadora, Luiselli es de esas autoras que nacieron para contar historias.

La historia de mis dientes sigue una línea que la narradora ha construido a lo largo de su corta trayectoria. La trama es brillante por su sencillez: Gustavo Sánchez Sánchez (Carretera, como le dicen de cariño, sabe imitar a Janis Joplin, parar un huevo de gallina en una mesa y contar hasta el ocho en japonés) se dedica al arte de subastar objetos. Empieza la narración con su nacimiento y, apenas un par de páginas después, vemos al personaje casado, en la paternidad, en un trabajo que no lo lleva a nada y con ganas de crecer. Aquí es cuando escucha que hay forma de crecer en la vida a través del arte de la subastas. Y lo hace: deja a su esposa y a su hijo, se casa de nuevo, se divorcia y vuelve a casarse.

Esta novela indica un elemento por el que Luiselli no se había preocupado tanto en sus trabajos anteriores: la risa a través de la sátira y la farsa. La historia de Carretera es chistosa, saca sonrisas por su ridiculez y hace que el lector sienta una empatía lastimera por el personaje. Todos los personajes tienen gracia y agregan aspectos que crecen la gran farsa del protagonista. Pienso, por ejemplo, en los dos maestros subastadores: Señor Oklahoma (Kenta Yushimito de nacimiento) y Leroy Van Dyke, el gran cantante de country. Carretera consigue bienes, como él mismo explica: “Calculo que me pude haber comprado diez departamentos en Miami o en Nueva York, y, sin embargo, decidí comprarme dos terrenotes, uno al lado de otro, en Ecatepec, en la hermosa calle Disneylandia; hay que invertir en bienes raíces nacionales.” En esos mismos terrenotes inaugura, en su obsesión de encontrar nexos con el pasado, la Casa Oklahoma-Van Dyke.

¿Y dónde entra la historia de los dientes? Carretera, desde el inicio de su vida, se ve como alguien realmente feo, con dientes caídos y espantosos. Pero no dura mucho en el tiempo de lectura porque consigue, y se pone, los dientes de Marilyn Monroe. En su poder también están las dentaduras de Platón, san Agustín, Petrarca, Montaigne, Rousseau, Lamb, Chesterton, Woolf, Borges y Vila-Matas. Este es un libro que homenajea, destruye, burla y saluda a sus antecesores. Aunque hay que decir un pero muy importante que empaña la lectura de esta obra: no todas las referencias literarias están tan bien pensadas como las anteriores (donde Carretera narraba historias de los dientes a través de la vida u obra de las personalidades), en particular encontré un tropezón cada que se mencionaban autores contemporáneos. Un name dropping innecesario.

Luiselli, como Carretera, es una persona que se transforma no en Janis Joplin, sino en distintos narradores todo el tiempo. Pese a su notable falla, La historia de mis dientes es digna sucesora de una escritora que no sólo narra historias: las vende. Eso, como lectores, hay que disfrutarlo.


El ensayo como viaje

Ricardo Guzmán Wolffer


El idealista y el perro,
Guillermo Fadanelli,
Editorial Almadía,
México, 2013.

Más conocido como novelista y editor, Fadanelli se mueve en el ensayo con la facilidad que años de escritor le han dado. Y el resultado retiene a sus viejos lectores y a los nuevos. En El idealista y el perro estamos ante una serie de pequeños ensayos que muestran el correcto divagar de la mente: inicia con una idea y paulatinamente va tomando los caminos que esa liberación deja, entre lo conceptual y lo brevemente autobiográfico.

Habla de la necesidad de cambiar para tomar el afán masculino sobre lo científico y lo visible (en contraposición a la aparente inmovilidad femenina) para terminar en una carrera de bicicletas. Habla de la pedantería y cómo ello puede limitar la escritura, al intentar hacerla elegante sin necesidad. Establece más adelante la exigencia de no autocensurarse. No sorprende que luego de los pedantes, hable de los antipáticos: ¿cómo se hacen?, ¿les importa serlo?, ¿no será una desventaja serle agradable a quienes nos parecen repudiables? Aprovecha a Nietzche para tratar de saber cómo serán sus detractores, empezando por las secretarias que lo miran mal al entregarle un cheque. El ensayista cita a muchos autores, no para reafirmar su postura: para partir de frases sueltas o de premisas fundamentales, ¿de qué otra manera podría ser un ensayo hecho por un lector, en cuya mente se hacen las más inesperadas conexiones? A pesar de establecer su pudor para recomendar textos a los jóvenes, la cita eficaz de varios escritores ineludibles se torna en una sugerencia para quien, en sus primeros años de lector, guste de este ensayo; a otros los llamará al repaso de esos autores. Propone la lectura como primera necesidad: “los lectores son consecuencia de la virtud mientras que quienes escriben son anomalías irreprimibles”. Su necesidad de leer y su escritura lo sumen en una precaria soledad que parece disfrutar, refiere. De Rabelais pasa a la aversión hacia la risa ajena y su admiración por la soltería y la “seguridad” que ello ofrece. Habla de la necesidad de comprarse un perro para no perder su peculiar idealismo (de ahí la portada, en posible contraposición: el perro está humanizado por su vestir) ante la posibilidad de interesarse por la política y sus impresentables “actores”. Pasa de los perros a la impotencia que sentirá cuando llegue ante la justicia platicada por Kafka. De entre el ruido interior que le permite deambular sobre lecturas y percepciones, el autor aprecia el silencio y establece su sorpresa por anhelar una especial sordera: a la estulticia, por lo menos. Cierra el libro al mencionar a Diógenes y su animalidad cínica de perro: acepta gustar de su postura, pero también de su imposibilidad para seguirla.

Un ensayo que atrapa al lector y llevará a más de uno a buscar a esos autores citados con tanto esmero: un ensayo que llevará al usuario a replantearse o viajar a varios temas de su cotidianeidad, incluso interior.


Poemas de verano y otoño

Gerardo Bustamante Bermúdez


Por una vez octubre,
Ana Alonzo,
Universidad Autónoma de la Ciudad de México,
México, 2013.

Propicio resulta regresar a los tópicos de la poesía intimista y confesional para remozar  los temas visitados por toda una tradición. La poeta Ana Alonzo (Ciudad de México, 1978) hace un recorrido por los temas confesionales del yo poético en su poemario Por una vez octubre. Se trata de una recopilación de treinta y tres poemas, divididos en tres secciones, en los que Alonzo despliega sus conocimientos sobre la mitología griega para llevarlos a su propia intimidad lírica y sincera.

Los paisajes oníricos, la memoria y a veces el dolor se despliegan en los poemas de este libro, escrito en verso libre, pero con una carga sonora sostenida. El título bien puede leerse como el tránsito de un estado a otro; así como el verano da paso al fugaz otoño, la poeta lo hace con sus estados poéticos en donde la noche, la luna y la naturaleza son el medio para permitir la meditación poética.

En el otoño de la memoria, Ana Alonzo dota a sus poemas de cromatismo y sonoridad en las imágenes poéticas que construye.  Casi en todos los poemas abunda el elemento agua como signo de purificación: (mar, agua, lluvia, llanto, paraguas), lo mismo que el color azul (nubes, cielo) asociado dentro de la simbología con la introspección y la purificación del alma. Cuando aparece el elemento fuego casi siempre funciona como antítesis.

Octubre dentro del poemario es un recorrido por el amor y el desamor; por la persecución del otro y el acecho; por la soledad, la huida y la esperanza. Hay en todo el libro una claridad respecto a la experiencia con un adversario; en algunos poemas  incluso un llanto calcinado por parte de la voz lírica, quien dice en “Epitafio”: “Ella se mueve en una marea baja de verbos,/ vive a la espera de primeras lluvias./ Duerme con un rinoceronte/ porque en sus ojos/ dura más la noche.”  Pero también, gran lectora de poetas chilenos del siglo XX, Alonzo rememora la presencia de Gonzalo Rojas y el tratamiento del amor y la tristeza en su poema “Gonzalo Rojas”.

La mayoría de los poemas hablan de una voz poética sólida que desde la confesión se emparenta con una intertextualidad mítica. Nombres como Erastes, Ícaro, el mar Egeo y Fortuna desfilan por los versos como voces e historias del pasado que la poeta siente como cíclicas. En “Cartas del Egeo” se dice: “Creí que al repetir tu nombre, Ulises, escucharías a las/ sirenas, a la voz del mar o a las dulzuras de Circe./ Pero tu nombre no era real: era el eco de una promesa./ Y yo no sé tejer.”

La poeta desmitifica el tema del amor idílico y con un realismo que lleva a desestructurar las formar de concebir la experiencia amorosa, dice: “No diré que la lluvia pastoreaba recuerdos, porque eso es común./ Diré, ‘recuerdos bajo la lluvia sin pastor’.”

La poesía de Ana Alonzo trata asuntos sinceros. El uso del verso libre y la concreción del discurso poético despliegan la posibilidad de pensar el retorno a los temas poéticos de la meditación y el interior del alma, con un uso del verso libre, sonoro y, sobre todo, dispuesto a desdoblar cicatrices, memoria y esperanzas.



Material del deseo. Antología poética,
José Manuel Caballero Bonald,
La Otra/Universidad Autónoma de Nuevo León,
México, 2013.

Con una Introducción escrita por Juan Carlos Abril arranca esta antología del poeta jerezano que, en 2012, fue reconocido con el Premio Cervantes de Literatura, no obstante lo cual su obra, al menos en este México tantas veces y en tantos asuntos tan desavisado, es bastante menos conocida de lo que debería, y no a juzgar por aquel o por los muchos otros premios que Caballero Bonald ha recogido a lo largo de una trayectoria poética que ya rebasa las seis décadas, sino por la calidad evidente, la calidez palpable y la tremenda originalidad de su poesía. “Icono de la poética barroca hispánica del siglo XX”, como lo define el prologuista, del autor se publican aquí “sus textos más representativos, emblemáticos o célebres”. Queda para el lector la tarea gozosa de aproximar los ojos a ésta, una de las voces poéticas contemporáneas más relevantes.



Poetas catalanes,
Jordi Villaronga (prólogo, selección y traducción),
La Otra/Universidad Autónoma de Nuevo León,
México, 2013.

Lo dice el propio autor de la antología: [gracias a este volumen] “el lector podrá conocer nuevos nombres y acercarse a la última poesía que están escribiendo hoy en catalán algunos de los poetas con una obra premiada y contrastada por la crítica”, y en el prólogo aclara que la naturaleza de este trabajo, de muy largo alcance tratándose de una lengua y de una poesía tan ricas como las catalanas, debe sus principales rasgos a la conveniencia de actualizar lo que en nuestras tierras, desde hace años ya, se conocía de la labor poética en catalán, agrupada bajo el título Sol de sal. Puesto que “los poetas [catalanes] clásicos del siglo XX ya estaban muy muy bien traducidos”, afirma Villaronga, lo que se imponía era mostrar el rostro más reciente de una labor literaria colectiva que, como consta en los textos de los veinte poetas aquí reunidos, jamás ha sabido ni ha de aprender a estarse quieta.



Método fácil y rápido para ser poeta,
Jaime Jaramillo Escobar,
La Otra/Universidad Autónoma de Sinaloa,
México, 2013.

Muy en el tono burlón, deliciosamente irónico, casi paródico del Augusto Monterroso autor de “El mono piensa en ese tema”, el colombiano Escobar propone aquí el “Tomo 1” de un imposible, pero más que atendible, método para una de las actividades para las cuales no hay método posible: ser poeta. Cincuenta capítulos que son “instrucciones” –quizá tan absurdas y gozosas como las cortazarianas para subir escaleras– que son, a su vez, lecciones, aderezados con una enorme cifra de citas de, sobre y para la poesía, de autores indispensables aquí, desde Pound hasta García Lorca.