Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 9 de marzo de 2014 Num: 992

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Instante bailado,
instante vivido

Andrea Tirado

Hoover o las
dualidades del sabueso

Augusto Isla

La literatura, una percepción del mundo
Javier Galindo Ulloa entrevista
con Federico Campbell

Los permisos de la
muerte: la violencia
narrada y sus límites

Gustavo Ogarrio

El narco entre
ficción y realidad

Ana Paula Pintado Cortina

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Columnas:
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Jornada Virtual
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Artes Visuales
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Paso a Retirarme
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La Jornada Semanal

 

Ana García Bergua

Una novela expuesta

En los últimos años a la novela se le exige mucho más que contar: el arte que llaman de Scherezada se ha trasladado en gran medida a los medios audiovisuales o permanece en el universo menos observado del cuento. Ahora muchas novelas esbozan una tesis, plantean asuntos que van más allá de los límites de la narrativa pura, juegan con la historia o la ciencia para ampliar nuestra perspectiva sobre el universo presente o hacer comparaciones inusitadas. Dentro de este ejercicio que plantea la novela postmoderna, Rosa Beltrán realizó una brillante apuesta con Efectos secundarios. Su más reciente novela, El cuerpo expuesto (Alfaguara, 2014) involucra en una misma historia la vida de Charles Darwin y lo que representó la escritura de El origen de las especies, con las patologías de nuestra época, mostrándolas como una suerte de involución, en la voz de un narrador que es, en sí mismo, un ser quizá deforme, quizá simiesco (un Homo liliputiensis) y que, al igual que Charles Darwin, colecciona especímenes.

Este personaje sin nombre comienza exponiendo en un programa de radio las historias de sus “especímenes” y los termina “colgando” de un sitio de internet, con resultados escandalosos. Así, la narración sobre Darwin –una admirable investigación, sumamente interesante y apasionada, de la vida del padre de la evolución y, de paso, la de su esposa y los colegas que lo acompañaron en la escritura del libro que revolucionó la manera de pensar al ser humano– se alterna con la de este personaje y sus “casos”, los cuales funcionan como historias autónomas. En ellas encontramos muchas de las inquietudes y los temas que han recorrido la obra de Rosa Beltrán con una visión siempre punzante, amarga y humorística a la vez, donde la felicidad, la pareja, la familia, son llevadas a extremos y observadas con una frialdad inquietante: un hombre que pone toda suerte de limitaciones a su esposa para que sobreviva a la vida futura sin él, la madre avestruz cuya hija no reconoce en ella su origen, la anciana madre por cuyo amor los hijos compiten en halagos esperando una herencia, la paciente aquejada de bondad que pasa por una serie de terapias, un hombre que debe elegir a quién matar por encargo, una chica anoréxica que por cierto desencadenará la debacle en la suerte del protagonista. “No debes llamar chantaje a la conducta de tu progenitora, querida amiga, se trata de un simple mecanismo de adaptación […] ¿Llamarías chantajista a la polilla blanca (insularia) que cambió su color claro por uno oscuro (carbonaria) cuando Londres se cubrió de hollín durante la Revolución Industrial?”, responde este mutable narrador-protagonista a sus radioescuchas, mientras expone con elocuencia su teoría de la involución. Según él, el género humano está traicionando a Darwin, reproduciendo los principios de la evolución –la selección natural, la adaptación, la supervivencia del más fuerte, etcétera– para convertirnos en monstruos, seres nacidos de las paradojas y la sed de riquezas de la postmodernidad. Este personaje patético a ratos, conmovedor a veces, muy molesto en ocasiones, ¿será una especie de metáfora del escritor, ése que observa al ser humano y expone sus atrocidades como el director de un museo del terror?

No sé si los símiles que propone el desorbitado protagonista de El cuerpo expuesto en su teoría podrían realmente ser un paralelo con los ejemplares de Darwin hablando en términos científicos; por otra parte, no creo que sea esa la intención de Rosa Beltrán en esta novela. Yo la veo más como una provocación, una llamada de atención, una serie de preguntas extremas sobre nuestros hábitos y la naturaleza de nuestros cuerpos: “Los cuerpos nunca vistos en la historia de la humanidad (seres de más de trescientos kilos, cuyas casas deben ser derruidas a fin de poder sacarlos al mundo) ¿son responsabilidad exclusiva de la tecnología y la manipulación genética de alimentos? ¿O su monstruosidad tiene que ver con conductas adquiridas, a las que se obliga a la especie a llegar para el enriquecimiento de unos pocos? ¿Se trata, entonces, de otra suerte de selección natural?”

Tanto las preguntas que lanza este personaje en el extraño y postmoderno vacío de los cuerpos expuestos en los medios, el arte y el ciberespacio, como la conmovedora y magnífica historia de aquellos días de Darwin nos dejan, cuando terminamos este libro mestizo, monstruoso a su manera postmoderna, una rara tristeza, un amargo residuo de verdad.