Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 23 de febrero de 2014 Num: 990

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tríptico de amor
y de muerte

Gustavo Ogarrio

Graham Greene:
opiniones de un
lector de periódicos

Rubén Moheno

Una fórmula del caos
Jorge Herrera Velasco

Cavanna, el irreverente
Vilma Fuentes

El legado de Lao-tse
Gérard Guasch

Un cine de impacto,
pero positivo

Paulina Tercero entrevista
con Diego Quemada-Diez

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Columnas:
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Enrique López Aguilar
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Naief Yehya
Artes Visuales
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Bemol Sostenido
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Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
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Jornada de Poesía
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Ana García Bergua

Alta cultura en su hogar

Hace poco, cuando me encontraba a la mitad de mis labores, me di cuenta de que nuestra nueva lavadora toca La Trucha, de Schubert cuando termina de enjuagar la ropa. Debo decir que no me desagradó, todo lo contrario; la primera vez que la escuché, me alegró el día. Cada que la oigo anunciar de manera triunfal –con esa pieza que por cierto hace unos años me acompañó en la escritura de una novela–, que nuestros pantalones han dejado de estar sucios, la vida para mí recobra su sentido. De cuánta cultura no disfrutaríamos si nuestros electrodomésticos se comportaran siempre con ese savoir faire, esa delicadeza para enviarnos sugerencias sobre las dimensiones más profundas de nuestra por lo común plana existencia: si la licuadora se meneara al ritmo de la Heroica, de Beethoven, si el microondas culminara sus misteriosas y selectivas cocciones con las Gimnopedias, de Satie, si al abrir la puerta del refrigerador resonara, como una invitación magnánima y opulenta, la Obertura 1812, de Tchaikovsky. También podría accionarse un programa mediante el cual, si el refrigerador se encuentra vacío como por desgracia suele ocurrir a final de mes, escuchemos la melancólica marcha fúnebre del Titán, de Mahler. Me dirán que son puros highlights, pero hay mucha gente que ni ésos se sabe. Yo no sé la SEP y el Conaculta, pero nuestro empresariado puede contribuir de maneras ingeniosas y poco invasivas a la ilustración del pueblo mexicano con sólo un poco de imaginación. Que yo sepa, en los llamados eventos gubernamentales lo único que se transmite de alta cultura es el Huapango, de Moncayo, y eso cuando lo han escuchado, de manera que en el hogar tenemos el campo abierto para la lucha por la cultura en contra de la zafiedad: ¿que en la televisión no dejan de retumbar los raeggetones? Pues sí, pero la batidora resuena con maullados conciertos de Paganini y el horno eléctrico zumba con los cuartetos Brahms. ¿Qué alguien ha decidido asesinar el poco cerebro que le queda leyendo el Tevenotas mientras se seca el pelo? No se imagina que de la secadora surge, tibia como el aire que furiosa expele, la Sinfonía Pastoral. Las luces de los árboles de Navidad, empeñadas en reproducir insulsas gringadas, bien podrían tocar una bonita e inspiradora sinfonía de Mozart y las músicas idiotas y los abyectos comerciales con que nos obligan a esperar en el teléfono cuando tenemos la desgracia de llamar a los bancos o a la compañía de luz, podrían suplantarse por pedazos de un cuento de Edgar Allan Poe, poemas de Pessoa y otras delicatessen para el espíritu.

¿Y si los mensajeros que nos traen publicidades y entregas diversas comenzaran su discurso con un “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre… pero tuve que regresar a dejarle a usted este paquete”? El receptor del encargo quedaría intrigadísimo por la frase dicha al pasar, inoculado por la prosa de Juan Rulfo. ¿Y qué pasó con su padre?, preguntaría. De ahí al libro y no habría más que un pasito a la librería. “Hemos terminado con las cucarachas y las hormigas que invadían su cocina, señora Menéndez, pero sepa que al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto”, podría exclamar el encargado de acabar con las plagas domésticas, citando, por supuesto, la traducción de Borges que sigue siendo la mejor. O la señora Menéndez se horroriza o, curiosas como son las poquísimas amas de casa de tiempo completo que nos quedan, corre a buscar La metamorfosis

Yo recomendaría las representaciones dancísticas durante los discursos de los políticos; hasta El lago de los cisnes resulta de una ironía inmejorable frente a las penosas exhibiciones que en nuestros días resultan ser sus palabras y sobre todo sus conductas. En fin, que de haber imaginado que esos cláxones que antaño tarareaban la Sinfonía 40, de Mozart –mientras otros presumían haber nacido en una ribera del Arauca vibrador aunque a nadie le interesara– no ejercían sino una humilde pero saludable lucha por la conservación de la alta cultura en medio de los polvosos vados de Insurgentes, no me hubiera burlado tanto de sus dueños.

Estas ideas, lo sé, se asemejan bastante a las iniciativas de Ignatius Reilly, el personaje de John Kennedy Toole, pero quizá no son tan impertinentes: en todo caso, han sido inspiradas por una sencilla lavadora que, como la Academia, limpia, fija y da esplendor, y luego de eso toca La Trucha, de Schubert.