Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 9 de febrero de 2014 Num: 988

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Hacia el encuentro
de José Rolón

Edgar Aguilar entrevista
con Claudia Corona

Maquiavelo y la
concepción cíclica
de la historia

Annunziata Rossi

Yves Bonnefoy y el territorio interior
Homero Aridjis

Nicolás Maquiavelo
a Francesco Vettori

Annunziata Rossi

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
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Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
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Alonso Arreola
Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
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Germaine Gómez Haro
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El nuevo Centro Cultural Jardín Borda
en Cuernavaca

El pasado mes de diciembre se reinauguró el Centro Cultural Jardín Borda en Cuernavaca, impulsado por la nueva secretaria de Cultura de Morelos, Cristina Faesler, quien llevó a cabo anteriormente una excelente gestión en el Museo de la Ciudad de México. Las salas abrieron sus puertas con tres exposiciones que permanecerán hasta el mes de marzo: La naturaleza herida, de Manuel González Serrano; Apuntes de la naturaleza, de Olga Costa, y Ciudades visibles, de Miguel Ángel Madrigal. Las dos primeras muestras fueron presentadas el año pasado en el Museo Mural Diego Rivera y en el Museo del Palacio de Bellas Artes, respectivamente.

Nacido en 1917 en Lagos de Moreno, Jalisco, Manuel González Serrano es uno de los artistas más fascinantes de la primera mitad del siglo XX. Su extraña y sombría pintura lo vincula con los artistas de la llamada Contracorriente, que se desligaron de los temas nacionalistas y se abocaron a urdir la trama de la modernidad pictórica a partir del rescate del auténtico México profundo. Si bien González Serrano exploró una diversidad de géneros –autorretratos, retratos, Cristos, escenas de toros–  esta exhibición se centra en sus naturalezas muertas y paisajes, tópicos que, a mi juicio, son la parte medular de su quehacer artístico y en los que se palpa con mayor vehemencia su atribulado pathos. Su vida y obra están estrechamente vinculadas y son el resultado de un espíritu rebelde que no hizo ninguna concesión en el desarrollo de su muy particular estilo que es, a su vez, el reflejo de un creador adolorido que no esconde sus cuitas y frustraciones. Sus naturalezas muertas y paisajes son construcciones plenas de símbolos que evocan una sensualidad mórbida, probablemente reprimida, pero altamente evocadora. El deseo y la nostalgia son elementos recurrentes en su pintura plena de guiños a un tiempo religiosos y eróticos, populares y sofisticados, combinados con una impresionante destreza y un oficio impecable en escenas crípticas que despliegan una gran melancolía. La curadora de la muestra, María Elena Noval, ha estudiado profundamente la obra de este peculiar artista prácticamente autodidacta y señala su carácter solitario, temperamental y taciturno, que se percibe en sus atmósferas apesadumbradas, que dejan abierto al espectador un mar de interpretaciones. González Serrano muere en la calle de un ataque al corazón a los cuarenta y tres años, y deja una obra enigmática y saturnina, cargada de un simbolismo erótico y un halo tortuoso que la hacen sutilmente conmovedora.


Los guajes, Manuel Serrano

Olga Costa (Olga Kostakowsky Fabricant) nació en Leipzig, Alemania, en 1913, y llegó con su familia a México en 1925. Ocho años más tarde ingresó a la Escuela Nacional de Artes Plásticas, bajo la tutela de Carlos Mérida y Emilio Amero. Se unió en matrimonio con el pintor guanajuatense José Chávez Morado y en forma paralela a éste desarrolló una carrera independiente y exitosa, pese a las dificultades que en esos años significaba para las mujeres ser artista. La obra de Olga Costa destaca por la libertad creativa que asumió desde sus inicios, volcada en la pasión que le despertó el arte popular que descubrió a su llegada a nuestro país y que fue el leitmotiv de su quehacer artístico. Curada por Juan Coronel Rivera, la exposición que se presenta en Cuernavaca hace un recorrido por sus géneros predilectos: retratos de mujeres y niños indígenas, paisajes rurales y de arquitectura vernácula, naturalezas muertas y escenas de la vida cotidiana popular, como es el caso de su pintura más celebrada: La vendedora de frutas. Olga Costa alternó sutilmente la realidad y la fantasía en algunas de sus composiciones más interesantes, como se observa en Corazón egoísta, en la que asocia elementos disímbolos en una escena que alude al sincretismo popular que tanto la atrajo. Su pintura destaca por su colorido exuberante y la frescura de un arte sincero que nunca tuvo la más mínima pretensión.


Corazón egoísta, Olga Costa

Se inauguró también un espacio experimental que alojará el trabajo de artistas emergentes. Ciudades visibles es una instalación de Miguel Ángel Madrigal que propone una reinterpretación del propio Jardín Borda y una metáfora a propósito de las ciudades absurdas, vacías, atemporales, sugeridas con un dejo de ironía a partir de la colocación de pequeñas bancas blancas de jardín suspendidas del techo que conforman una construcción escultórica. Madrigal propone al espectador la evocación de su propia ciudad imaginaria, quizás en reminiscencia a las ciudades invisibles de Italo Calvino.