Refugiados, Guatemala, 1982

Lenguas originarias
y colonización

Víctor de la Cruz

1492 no sólo fue el año en que los europeos irrumpieron violentamente en el continente que hoy lleva el nombre de América, también fue el año de la publicación de la primera Gramática castellana, en cuyo prólogo Antonio de Nebrija preconizaba “que siempre la lengua fue compañera del imperio”. Era el año de la expulsión de los moros de Granada. Pero desde mucho ante la cultura cristiana española se había divorciado de la árabe: “El cristianismo español se había ido haciendo más y más reacio a la tolerancia y a la convivencia” escribe Antonio Alatorre (Los 1,001 años de la lengua española, 1989).

Al problema representado por los moros que se quedaron en el territorio de la península después de la recuperación del reino de Granada, poco o nada cristianizados y a quienes llamaron moriscos, los castellanos le dieron la solución de obligarlos a convertirse al cristianismo y hablar la lengua castellana. Ése era el tipo de personas que mandó el imperio castellano a colonizar las tierras del Nuevo Mundo: creyentes que confundían su religión particular con una universalidad religiosa.

Cuenta un cronista de la colonización —cita Alatorre— que un tal Pedrarias o Pedro Arias Dávila acostumbraba “aporrear” a los primeros habitantes del nuevo continente, y que también fue este “bruto primitivo” quien hacia 1514 legalizó la conquista con el famoso “requerimiento”. Cito en qué consiste este “requerimiento” para ampliar una hipotética reedición de la Historia universal de la infamia, de Jorge Luis Borges: “Intimidación hecha a los indios para que reconocieran, en ese momento mismo, la naturaleza de la Santísima Trinidad y los derechos del rey de España, otorgados por el Papa, representante del dueño del mundo, o sea de Dios”.

Por ser una pieza literaria de la cultura española casi desconocida, leo el párrafo final de dicho requerimiento: “[Si no aceptáis lo que os he dicho], yo entraré poderosamente contra vosotros, e vos haré guerra por todas las partes e maneras que yo pudiere [y os esclavizaré y os quitaré vuestras posesiones, y todo esto por culpa vuestra, no del rey, ni mía], ni destos cavalleros que conmigo vinieron”.

El comentario de Alatorre a este requerimiento documentado por el cronista Fernández de Oviedo dice: “Claro que los indios, ante semejante primer contacto con la lengua castellana, no se apresuraban a dar señales de aceptación. ¿Cómo iban a entender el requerimiento si, como dijo Fernández de Oviedo en 1524, ‘ni aun lo entendían los que lo leían’?”

Fray Bartolomé de las Casas, o Casaus, refiriéndose a los crímenes del Pedrarias y omitiendo  mencionar su nombre, al igual que los otros destacados conquistadores criminales, escribe desde Valencia en 1542 una denuncia contra ellos:

Así que, como llevase aquel triste y malaventurado gobernador instrucción que hiciese los dichos requerimientos, para más justificarlos, siendo ellos de sí mismos absurdos, irracionales e injustísimos mandaba o los ladrones que enviaba lo hacían cuando acordaban de ir a saltear y robar algún pueblo de que tenían noticia de tener oro, estando los indios en sus pueblos y casas seguros; íbanse de noche los tristes españoles salteadores hasta media legua del pueblo, y allí aquella noche entre sí mismos apregonaban o leían el dicho requerimiento diciendo:  “Caciques e indios de esta tierra firme, de tal pueblo, hacemos os saber que hay un Dios, y un Papa, y un Rey de Castilla que es señor de estas tierras. Venid luego a le dar la obediencia, etc., y si no, que os haremos guerra, y mataremos y cautivaremos, etc.” Y al cuarto del alba, estando los inocentes durmiendo con sus mujeres e hijos, daban en el pueblo, poniendo fuego a las casas, que comúnmente eran de paja, y quemaban vivos los niños y mujeres, y muchos de los demás antes que acordasen mataban los que querían y los que tomaban vivos mataban a tormentos porque dijesen de otros pueblos de oro...

De allí que el “bien medido endecasílabo que resume la respuesta de los españoles patriotas” a la crítica al lado siniestro de la conquista —“crímenes son del tiempo y no de España”— merece ser escuchado. Pero yo creo que no para olvidar tales crímenes, sino para ampliar la responsabilidad de esta conducta propia de todo imperio y para profundizar en sus raíces  religiosas.

Es cierto que no todos fueron Pedrarias o Pedro de Alvarado, llegaron también humanistas como Vasco de Quiroga o Las Casas, por lo que Alatorre habla de la calidad dual de la conquista de América que fue resultado de la concepción española de la vida: por un lado, “bárbara y estrecha” y, por otro, impregnada de humanismo.

No estamos de acuerdo en que los crímenes cometidos sean del tiempo y su causa haya estado en una concepción española de la vida, “bárbara y estrecha”, si por barbarie entendemos una etapa anterior a la civilización, es decir a la cultura urbana. La diferencia de intereses y nivel cultural de los colonizadores hicieron que apreciaran en forma diferente a los indígenas y propusieran diferentes formas de trato para ellos, pero siempre dentro del proyecto colonizador.

En realidad el comportamiento criminal de los conquistadores españoles fue una conducta de hombre civilizado, producto de hombres educados en una particular cosmovisión religiosa de la vida, como lo ha expuesto Kirkpatrick Sale: “Esta separación del mundo natural, esta enajenación del reino de lo salvaje [...] no existe en ningún otro complejo cultural sobre la Tierra. Porque ‘salvaje’ es, etimológicamente, ‘maligno’ que es obstinado, ingobernado, inmanejable, fuera de control, inculto —como en España, donde salvajismo es falta de cultura (The Conquest of Paradise. Christopher Colombus and the Columbian Legacy, 1991).


Tarahumaras, Chihuahua, 1994

¿Pero de dónde viene esta actitud antinatural, que se vuelve antihumana? Las raíces de esta actitud son esencialmente bíblicas y se encuentran en el mito de creación de las religiones judeocristianas, pues ni las religiones centrales asiáticas ni las civilizaciones americanas permitieron una separación o una actitud de dominio sobre los seres naturales. Efectivamente, en el libro del Génesis leemos que Dios creó al hombre a imagen suya, los creó varón y hembra y después los echó al mundo con la encomienda que obsesiona a todo cristiano: enseñorearse de la tierra y dominar a todos los seres que se mueven sobre ella, incluyendo al ser humano por supuesto.

Ésta es la ideología eurocristiana en cuanto a la relación del hombre con la naturaleza; pero en lo que se refiere a la motivación particular de los invasores y la lógica general de la colonización, la cual es necesario tener presente a estas alturas del siglo XXI porque no ha perdido actualidad, también la religiosidad judeocristiana es la clave de la actitud de los europeos ante otros hombres de otras culturas. Pero en lo que se refiere a la relación de los hijos de Israel, el pueblo elegido por el dios judío, con los hombres de otras religiones, a quienes la Biblia llama “idólatras”, el lenguaje es verdaderamente de incitación al genocidio:

Cuando el Señor Dios tuyo te introdujere en la tierra que vas a poseer, y destruyere a tu vista muchas naciones [...] siete naciones mucho más numerosos que tú, y te las entregare el Señor Dios tuyo, has de acabar con ellas sin dejar alma viviente.

De las anteriores consideraciones concluimos que el requerimiento de Pedrarias y la brutalidad que trajeron consigo los españoles tuvieron su origen en los textos sagrados de las religiones judeocristianas, en el Viejo Testamento, concretamente en el Deuteronomio, así que debemos suponer que el tal Pedrarias era un buen cristiano, en el sentido de leer y cumplir con los textos sagrados de su religión. En el capítulo 20 del Deuteronomio, a propósito de las leyes de la guerra, leemos:

En el caso de acercarse a sitiar una ciudad, ante todas las cosas le ofrecerás la paz; si la aceptase y te abriere las puertas, todo el pueblo que hubiere en ella será salvo y te quedará sujeto, y será tributario tuyo. Mas si no quiere rendirse y empieza contra tí las hostilidades, la batirás; y cuando el Señor Dios tuyo la hubiere entregado en tus manos, pasarás a cuchillo a todos los varones de armas tomar que hay en ella.

La recuperación de Granada en 1492 permitió finalmente a los castellanos expulsar a los árabes de la península ibérica, pero los siete siglos de ocupación no serían fácilmente olvidados por los españoles, quienes veían en Mahoma la encarnación del diablo. Eduardo Subirats, heterodoxo filósofo  catalán,  reconoce el papel que jugó la religión en la lógica de la colonización, pero agrega otros factores (El continente vacío, 1994):

La colonización arrancaba también de un decisivo impulso religioso. Movía el afán de riquezas, pero también la fe. Esta fe se remontaba históricamente a los comienzos de la Reconquista, a sus héroes y sus mitos. La lucha cristiana contra el Islam, de la que surgió la identidad religiosa y de casta de lo español, constituyó aquel periodo previo y fundacional que condicionaba y anticipaba en una medida importante las normas decisivas del proceso y la suerte de la conquista americana.


Refugiados internos en el Petén, Guatemala, 1982

El fundamento del proceder de los colonizadores españoles en las nuevas tierras fue consecuencia de su educación  y cultura cristianas y no producto de una forma primitiva de vida, lo cual se comprueba por la defensa que realizó de esa forma de actuar el docto teólogo Ginés de Sepúlveda, maestro de Felipe II; aunque debemos de reconocer que esa misma Biblia y su interpretación por los dogmatistas de la religión cristiana permitieron a Bartolomé de las Casas criticar los crímenes cometidos por los conquistadores y defender a los indígenas mesoamericanos y su cultura. Así también los cristianos deberían rescatar de su texto sagrado la condena al monolingüismo y la defensa de la pluralidad lingüística humana: “No tenía entonces la tierra más que un sólo lenguaje y unos mismos vocablos”. Pero los hombres empezaron a construir una torre cuya cumbre pretendían que llegara al cielo para hacer célebre sus nombres, antes de esparcirse por toda la faz de la Tierra. Entonces descendió el Señor y dijo: “Ea, pues, descendamos, y confundamos allí mismo su lengua, de manera que el uno no entienda el habla del otro […] De donde se le dio a ésta el nombre de Babel o Confusión, porque allí fue confundido el lenguaje de toda la tierra: y desde allí los esparció el Señor por todas las regiones”.

Víctor de la Cruz, escritor y poeta, especialista en la literatura contemporánea de los binizaá o zapotecas del sur, en el Istmo de Tehuantepec. Ha publicado repetidamente en Ojarasca. Este texto es el primero de una serie sobre la colonización y la extinción de las lenguas originarias.