Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 19 de enero de 2014 Num: 985

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Antonio Gramsci:
la cultura y
los intelectuales

Arnaldo Córdova

Reformas neoliberales: las razones sin sentido
Sergio Gómez Montero

La tumba de John Keats
Marco Antonio Campos

La Ley del libro
José María Espinasa

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Breves del metro
Jesús Vicente García
La Otra Escena
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Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
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Cinexcusas
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Rodolfo Alonso

René Char le escribe a Raúl Gustavo

“¡Gallimard aceptó editarlo!”, me anunció Marie-Claude Char alborozada. Y yo, tan exaltado como ella, sentí que me había tocado participar en una cadena de prodigios.

No era para menos. La célebre editorial publica en París toda la correspondencia, hasta hoy desconocida, que el gran poeta francés René Char (1907-1988) mantuvo durante treinta años, a partir de 1952, con el argentino Raúl Gustavo Aguirre (1927-1983), fundador y director de la legendaria revista de vanguardia Poesía Buenos Aires, que entre 1950 y 1960 lanzó treinta números y treinta y tres libros, y de la que me tocó ser el más joven.

A comienzos de octubre del año pasado, Marie-Claude vino a  rememorar en Buenos Aires ese nº 11-12, seleccionado y traducido por Aguirre, cuyas treinta y dos páginas totalmente dedicadas a Char constituyen la primera versión al castellano de su obra. Marie-Claude tenía todas las cartas de Raúl. Me preguntó por las de Char y comencé la búsqueda. Fue arduo, parecía imposible conseguirlas. Pero no cejé, y finalmente se produjo. Como por milagro, primero de una en una y luego en grupos, aparecieron copias digitales.

A medida que se encontraban, las iba enviando a Marie-Claude. Y pronto ella estuvo tan conmovida como yo. Gracias a su fidelidad y devoción, Gallimard ya está concretando la primera edición de esa correspondencia invaluable, para la cual me pidió un prólogo, y que se  presentará en el Salón del Libro de París, en marzo próximo, dedicado este año a Argentina.


René Char

En 1968, también Raúl publica el primer libro individual dedicado al poeta francés en castellano. Pero aquel nº 11-12 de Poesía Buenos Aires continúa siendo uno de los panoramas más completos y eficaces para acercarse, en nuestra lengua, a René Char. Por debajo, evidente y secreta, alentaba una honda adhesión: la de Aguirre, y también la mía y de otros. La intensidad y el rigor, la lucidez y el coraje, la conciencia ejemplar de la poesía encarnada y, por consiguiente, de la resplandeciente condición humana que la obra y la vida de Char invisten, relumbraban en las sombras y contra las sombras.

Los íntimos sabíamos cuánto unía Aguirre a Char. Pero nada de tan intensa correspondencia. Ya en su primera carta, del 6 de octubre de 1952, (nos) deja una línea imborrable: “He terminado por no creer sino en usted.” Char responde y se inicia un prolongado intercambio de cartas y libros, que perdurará hasta la muerte de Aguirre. Y que una y otra vez nos prueba el temple, la índole de Char, sí, pero también de ambos.

Una característica fundamental de Poesía Buenos Aires fue la absoluta carencia de astucia o complacencia, la nula participación en la mal llamada “vida” literaria. Si esas convicciones no hubieran sido íntegras, ¿cómo explicar que, a diferencia de tantos, Aguirre ni pensó en obtener el más mínimo “provecho” exhibiendo semejante contacto?, ¿cómo no admirar que lo mantuvo celosamente oculto incluso para nosotros, sus más próximos?

En su carta del 1 de julio de 1953, con sublime delicadeza dice a Char: “Seguro de su amistad, no necesito tener respuesta suya a todas mis cartas. ” Y en otra del 1 de noviembre de 1954, agradece a Char la lectura de sus poemas, cosa que tampoco reveló.

Es la misma humildad digna donde René Char se sentía naturalmente en sus dominios. Como cuando en el introito a uno de sus libros más tocantes: Hojas de Hipnos (anotado mientras comandaba el maquis de Cereste, y que sólo Camus logró convencerle de editar), deja caer casi de paso estas palabras ejemplares: “Un fuego de hierbas secas también pudo haber sido su editor.”

Esta correspondencia que recién hoy deja de ser privada, sin duda los honra a ambos. Al gran poeta porque lo confirma en su altura despojada, en su esencial fraternidad. Al joven, porque lo desnuda en su fervor y discreción. Y un poco a todos, si somos dignos de advertirlo. Y a la joven revista austral, tan libre y rebelde como ellos, que los albergó. Y a la misma poesía, que los unió y nos une.

Ya bien lo dejó dicho René Char: “¿Quién llama aún para un derroche sin freno? El tesoro entreabierto de las nubes que acompañaron nuestra vida.”