¿A dónde van los desterrados?

Despojo es la herencia del capitalismo: la mayor expoliación territorial y humana de la Historia. Desde el siglo XVI sus embates arrasaron América, África, buena parte de Asia, Oceanía y de la misma Europa para enriquecimiento de las metrópolis imperiales. Si el XX —escribió John Berger— fue el siglo de las migraciones, ¿será el XXI el de los destierros a gran escala y el despoblamiento industrial? En el México que inauguró en 1992 la contrarreforma del artículo 27 y liquidó el derecho agrario, el arrebatamiento de territorios y bienes naturales es la constante.

Ahora se anuncia el relanzamiento de los Acuerdos de San Andrés, firmados y deshonrados hace 18 años por los mismos que hoy despachan arriba. Qué fácil. Una vez amarrado el negocio, castradas la Constitución y sus leyes secundarias, una autonomía indígena de papel ya no muerde, piensa el Ejecutivo ante un país de rodillas y en liquidación. Demasiado tarde. Las autonomías, ya se vio, son cosa de soberanía colectiva, a estas alturas sólo viable por la vía directa. Al poder nadie le cree.

Inversionistas y maquinarias estatales cumplen los negocios garantizados por el vergonzoso Congreso de la Unión, expulsan como sea (policías, Ejército, Armada, paramilitares, narcos, porros de las compañías) a los pobladores, en ocasiones de antigüedad centenaria. ¿A dónde van los desterrados, para quienes además la frontera del norte está semicerrada o preñada de riesgos? Ahora el presidente Enrique Peña Nieto promete de año nuevo una “reforma profunda en beneficio del campo”. Viniendo de quien viene, ¡ay nanita!