jornada


letraese

Número 210
Jueves 9 de Enero
de 2014



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

Taconera

Las mujeres hablan pestes de ella, los hombres en cambio murmuran halagados cómo los corteja con encantos libertinos. No les importa caer en la ruina, la locura y los tormentos más espantosos cuando se les pudra el miembro viril. A pesar de su turbulenta fama los caballeros caen rendidos ante la tentación. Taconera es personaje justiciero: castiga a los trasnochadores y desobligados, penaliza con crueldad a los machos que se las dan de ponedores, que la humillan o rehúsan pagarle sus servicios. Tiene preferencia por los jóvenes, los recién casados, los guapos y fuertes que todavía se relajan con licencias inmundas.

Por causa de Taconera las mamás nos encierran apenas dan las diez. Si guardamos silencio absoluto podemos escuchar el retronar de sus afiladas zapatillas cuando vaga por el barrio. Unos dicen que cubre con velo negro su hermoso cuerpo. Otros aseguran que de día es boxeador pero de noche se viste con lentejuelas y pellejos de gatos. Hay quienes juran que posee unos senos abundosos y picudos, ojos de tecolote en órbitas de calavera.

Como mi padre trabaja en la panificadora, sus turnos quebrados lo obligan a trasnochar continuamente. Temerario, se expone al ataque de la diabólica. Nunca le ha sucedido nada, según él, pero una noche no llega a la hora acostumbrada. Mi mamá se levanta muy alarmada. ¡Y andavete! Buscamos su bici, trajinamos en el patio, despertamos a las gallinas, recorremos la vecindad. Nadie da razón. Qué horror, mi padre convertido en otra víctima de la furiosa súcuba.

Una partida de vecinos, con mi mamá de caponera, partimos con rumbo al arroyo, por el sector de las acererías. Unos a pie, otros en bicicleta, los más viejos en lomo de bestia. Don Pancho el lechero ensilla dos borricos y un jamelgo. Traemos lámparas, machetes y garrotes. Mi mamá sólo viene con un rosario que la abuela le dio por si acaso. Hicimos el angustioso recorrido por las veredas de Churubusco, donde se aparece un viejo sin cabeza. Gritamos un millón de veces el nombre de papá. Aquello es una boca de un lobo. Todo en vano. De mi padre ni sus tristes luces.

Más gente se nos une antes de entrar en lo más agreste de los campos. Unos policías barrigones nos informan que vieron pasar a un señor con las características de mi papá, acompañado de una alta y frondosa chica, vestida toda ella de blanco con cara de tlacuache y ojos colorados como ascuas. Por más señas nos dijeron que los altos tacones sonaban más fuerte que herraduras de penco, pero sin tocar el suelo. Desahuciados, espantados y afligidos regresamos al vecindario. Sólo alcanzamos el punto donde está la guardarraya municipal. La Mojonera, le dicen a ese sitio funesto, que siempre ha sido un enclave de espectros y malvivientes. Nadie en su sano juicio transitaría a deshoras por ese paraje. El único que dice no tenerle miedo a nada es mi papá, un descreído aficionado al materialismo dialéctico. Cuando regresamos el muy indigno ya se encuentra roncando en la cama, hediondo a parranda y sin un quinto de su salario, ajeno a nuestras pesares. Mamá lo agarra a escobazos y lo avienta a la calle. Se lo entrega enterito, ahora sí, a la voraz Taconera.


S U B I R