jornada
letraese

Número 210
Jueves 9 de Enero
de 2014


Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate


Los costos de la pulcritud y la concupiscencia

El investigador Gay Dowsett se cuestiona a sí mismo y a sus colegas dedicados a la investigación de la sexología sobre su objeto de estudio, sus técnicas y los resultados de sus investigaciones. En medio de una gran diversidad de enfoques, la sexología se debate entre la severidad de la ciencia médica y el amplio margen de interpretación de las ciencias sociales, por lo que las preguntas que plantea este sociólogo son esenciales para vislumbrar hacia dónde irá esta disciplina en el futuro.

Gary Dowsett*

Pulcritud: gran belleza y atractivo físico.

Concupiscencia: deseo vigoroso, especialmente deseo sexual.

La especialización en materia de sexualidad sigue creciendo y desarrollándose, aun cuando los nuestros no sean tiempos favorables para esa misma sexualidad. En todo el mundo crece la oposición a la reforma de la sexualidad y al cambio social; la opresión y la persecución con base en la sexualidad no disminuyen a nivel global. Han mejorado algunas cosas, en especial la creciente aceptación de la homosexualidad, y en el ámbito de las políticas nacionales e internacionales ya no permanece en el silencio la violencia sexual contra las mujeres y los niños. Pareciera que en ocasiones la sexualidad se apunta victorias.

No estoy, sin embargo, tan seguro de qué es lo que entendemos por sexualidad. Existen ahora un buen número de publicaciones de avanzada con la palabra "sexualidad" en sus títulos. ¿Dicen estas publicaciones lo mismo cuando hablan de sexualidad? ¿Estamos investigando y escribiendo acerca de lo mismo? ¿Hablamos del mismo producto? Escogí específicamente la palabra "producto" porque deseo explorar un poco los actuales desarrollos globales sobre sexualidad, mismos que nos plantean interrogantes urgentes al emprender hoy y en el futuro inmediato una investigación sobre sexo y sexualidad.

El cuerpo
El primer reto para la labor de quienes investigan sobre sexo proviene de la sexología y su preocupación por el cuerpo. Los estudios críticos sobre sexualidad reconocen la existencia del cuerpo, pero la mayoría de ellos se han negado por mucho tiempo a ocuparse de él. Irónicamente, la política sexual acude a menudo al cuerpo en busca de veracidad, y como respuesta el cuerpo ofrece veracidad en materia de variedad sexual humana. Sin embargo, argumentamos que la sexualidad se construye social o culturalmente, escribiéndose sobre ese cuerpo al que ya sólo le toca llevarla a la práctica, como si el cuerpo mismo no tuviera una participación mayor en el asunto. En el mejor de los casos, el cuerpo es la materia bruta para la sexualidad y no algo que le sea substancial. En cuestiones de género, confiamos en las diferencias sexuales y en la lógica binaria que el cuerpo confirma, pero a menudo negamos después al propio cuerpo para argumentar que el género es algo social.

Las teorías de la construcción social del género y de éste último como ejecutante consideran al cuerpo como algo creado discursivamente, pero no toman en cuenta al cuerpo físico mismo. Los sexólogos tienen en la mira a ese cuerpo físico, incluso cuando, de manera irónica, su concepto de género es con frecuencia psicológico (como en el desorden de la identidad de género) y antropológico (como en las categorías de tercer sexo, tal es el caso del grupo de los Fa'afafini en el Pacífico o el de los Kathoey en el sureste asiático).

La política transgénero defiende vigorosamente la intersección de los cuerpos biológicos y sociales, aunque no privilegia a ninguno de los dos. Además, una parte de la política transgénero rechaza los binarios y nos insta a tomar en serio una visión completamente socio-construccionista del cuerpo. Otra política transgénero se opone a la medicina sexual y a la sexología al concentrarse en lo fisiológico y lo psicológico, señalando el mal alineamiento de lo social y lo biológico, mientras confía en las intervenciones quirúrgicas y químicas en el cuerpo biológico para instalar el cuerpo social. El cuerpo está aquí profundamente implicado como un fenómeno pre-discursivo.

Sin detenerse demasiado en lo social y en nuestra confianza en lo discursivo y sus herramientas para comprendernos, el cuerpo enseña. No se trata simplemente de una materia bruta que responda a lo social. La genética, la neurociencia, la biología y la endocrinología, entre otras, ofrecen incontables retos a los especialistas críticos de la sexualidad en relación con el cuerpo. Necesitamos conocer mucho más el cuerpo biológico si hemos de aprender algo de los avances de la sexología y la medicina, y ser al mismo tiempo capaces de mantener una postura crítica frente a ellos.

¿Cómo se entiende comúnmente la sexualidad?
El método de investigación globalmente dominante en la salud pública y la investigación sexual es la encuesta transversal. Este método, significativamente más apremiante con el arribo de las computadoras y las sofisticadas estadísticas analíticas con conjuntos de datos cada vez más grandes, ha llevado a un nivel tal de escrutinio y vigilancia del comportamiento sexual humano que ahora estamos más allá del registro que hace Foucault de la gobernabilidad. La batalla contra la pandemia del VIH ha generado la lógica y los recursos para una investigación sin precedentes de nuestros actos y deseos más personales.

Sabemos ahora cuántas parejas sexuales tiene en promedio una mujer sudafricana en un año. Sabemos ahora cuántas veces en promedio utiliza un condón cada semana en Londres un hombre al que se identifica como gay. Sabemos, en promedio, la edad de iniciación sexual de las niñas en Zimbabue. Conocemos el nivel de conducta de riesgo sexual de una transgénero de la comunidad Hijra en la India. Sabemos con precisión cuánto sexo tiene la gente y con quién y cuándo y dónde, en el caso de los ciudadanos de un gran número de países.

Este nivel de vigilancia no tiene precedentes y constituye un cambio importante en la historia, política y construcción de la sexualidad. Sí, tenemos mucha información, pero me pregunto qué tanto conocimiento. Sabemos mucho sobre actos sexuales, pero qué tanto hemos aprendido sobre la sexualidad, pues sólo tiene uno que ver el modo en que siguen aumentando, descendiendo, volviendo a aumentar, los índices de transmisión del VIH entre los hombres gay en Occidente, quienes constituyen la población más estudiada en la pandemia, todo esto sin hablar de cómo parece aumentar también el sexo anal entre los heterosexuales. ¿Quién sabe por qué?

Resulta más preocupante, sin embargo la dramática conformación de la sexualidad como algo que se llega a conocer a través del modo muy particular en que la investigación la produce. La comprensión de la sexualidad en la imaginación popular deriva de registros normativos acerca de qué persona hace qué, qué tan seguido, cuándo, dónde y con quién. Expresiones como "amigos con derechos", "telefonazo sexual", "calentamiento", "bisexual curioso", "sexo maniaco", "aventura sexual" y muchas otras son invitaciones a incursionar más a fondo en nuestras propias vidas sexuales.

Un número infinito de breves encuestas en las revistas y en línea nos permiten valorar nuestros seres sexuales en relación con lo normativo, y nos invitan a corregirnos mediante fármacos, cosméticos, procesos, procedimientos y psicologías. Lo tecno sexual es hoy lo normativo. Un problema consecuente es incorporar la promoción de la sexualidad dentro de esta hegemonía. Los defensores de la sexualidad se han vuelto adeptos a promover políticas, programas, financiamiento e inserción social en términos de investigación sobre el sexo, sobre todo en relación con el riesgo en cuestiones de salud sexual y reproductiva. Y sus argumentos tienen que ver con frecuencias, asociaciones y correlaciones, determinantes y factores. La investigación sexual ciertamente ha obstaculizado mucho nuestra tarea con su control del discurso sexual cotidiano. Sin embargo, nos enfrentamos a otras dificultades.

La sexualidad como producto
En la actualidad existe la necesidad apremiante de lidiar con la sexualidad como un producto. Nos sentimos muy cómodos con la idea de la sexualidad como algo productivo –que produce significado, historia, sensación, capacidad de relacionarse, representación, incluso poder, etcétera. Más allá de eso, me refiero a la "mercantilización" del sexo y la sexualidad en esas formas que Harry Braverman definió en su noción de un "mercado universal".

No es algo nuevo decir que el sexo es un gran negocio. Los efectos de ese negocio ya se han señalado en estudios sobre pornografía, tráfico de mujeres y niños, análisis de género y violencia sexual, etcétera. Por encima de esas cuestiones, lo que me interesa es la transformación del sexo en una mercancía y el lugar que dicha mercancía ocupa en la estructuración de la sexualidad.

La observación posible más sencilla es tan sólo el volumen y disponibilidad que tienen hoy las mercancías sexuales. La pornografía funciona como simple ejemplo. Sin embargo, las imágenes eróticas existían antes de su mercantilización masiva y antes de que la invención y la capitalización de las tecnologías la permitiera. El desarrollo de la fotografía marcó el inicio de la mercantilización de lo erótico. Lo que digo es que lo que ahora es una disponibilidad universal de la representación sexual cambió básicamente el posicionamiento de lo sexual en nuestras vidas. Esto representa una dramática transformación en algo que alguna vez fue en buena medida secreto, privado y restringido en la representación. Hoy resulta imposible concebir a la sexualidad fuera de este exceso del imaginario sexual.

Un segundo aspecto es que la mercantilización también requiere del desarrollo de taxonomías del deseo, y las taxonomías a su vez requieren el delinear los objetos. Esto no debería sorprendernos ya que sin objetivización no puede haber deseo. Este proceso de mercantilización entiende muy bien la intersección del cuerpo y lo social en la mutua constitución de lo sexual. La ciencia y la investigación médica han problematizado tanto al cuerpo biológico, que su condición impredecible y poco confiable con respecto a la normativa necesita más que nunca ser corregida. No podemos ya sudar y nunca más oler mal. La piel debe tener tonos impecables, estar bronceada o bien matizada. Los senos no deben caer; los bíceps, resaltar. Las nalgas no deben ensancharse ni tampoco apuntar hacia el suelo. Pero si algo de esto sucediera, podemos comprarnos nuevas a través de servicios en el gimnasio o con productos como los implantes. Los dientes deben estar blancos, derechos y jamás parecer otra cosa que dientes naturalmente propios. El pelo no debe encanecer ni caerse, tampoco debe aparecer en otra parte del cuerpo que no sea la cabeza.

El cuerpo debe cumplir con la expectativa de funcionar sexualmente de modo equiparable a la apariencia que con tanto esfuerzo busca alcanzar. Esto se define con el propósito de conquistar un verdadero estatus de objeto sexual y garantizar que uno experimente lo que le corresponde en el sexo y procurar así la formación completa del propio ser. Y es que sin objetivización tampoco podemos ser deseados. Individualmente, nos exponemos al fracaso sexual, a la marginación o al exilio, a menos que nos resignemos a depender permanentemente de las mercancías, los ajustes tecnológicos, los cambios y los añadidos. La ciudadanía tecnosexual es el precio de la pulcritud. Este es un proceso de subjetivización y, en esto, el cuerpo, cada vez más sexualizado y eróticamente definido, se vuelve una fuente ilimitada para la mercantilización.

Como tercer punto tenemos otro aspecto de la mercantilización: las taxonomías del deseo crecientemente desarrolladas a través de Internet. El aspecto que quiero explorar es el del sexo como un desempeño digital. Los sitios porno son parte de las nuevas mercancías sexuales disponibles. En estos sitios, el usuario le proporciona el trabajo al propietario para que él a su vez coloque con ganancia un producto en el mercado. Los cuerpos se vuelven productos para la venta, no sólo de modo directo para los usuarios, sino también para el sitio.

La producción voluntaria de mercancías por parte del usuario recibe también "salarios" en forma de placer, orgullo, adicción, tal vez actos sexuales, un club de fans, etcétera. Se trata de un nuevo nivel en la producción activa del propio ser como objeto sexual. Esto no sólo ha hecho que se vuelvan tontería los viejos debates sobre la indeterminación del sexo y el internet, sino también aquellos sobre la "realidad" del sexo virtual. De modo más significativo, esta manera de volver público lo privado, esta venta de lo secreto, ha marcado un giro dramático en la historia de la sexualidad.

Podría agregar otros ejemplos, de modo particular la objetivización de la sexualidad y los cuerpos masculinos desde los años 60, que ha hecho de los hombres un producto más en la mercantilización de la sexualidad. Esa mercantilización es el costo de nuestra concupiscencia.

Pulcritud: gran belleza física y atractivo. Sin objetivización no puede haber deseo. La ciudadanía tecnosexual es el precio de la pulcritud.

Concupiscencia: deseo vigoroso, especialmente deseo sexual. Sin subjetivización no puede haber placer. La mercantilización es el precio de la concupiscencia.

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* Gary Dowsett es director adjunto del Centro de Investigación sobre Sexo, Salud y Sociedad en la universidad de La Trobe, en Australia. Versión traducida y editada de la ponencia "The price of pulchritude, the cost of concupiscence: how to have sex in late modernity", presentada en la IX Conferencia de la Asociación Internacional para el Estudio de la Sexualidad, la Cultura y la Sociedad, en agosto de 2013.


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