Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 29 de diciembre de 2013 Num: 982

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La mirada de
Graciela Iturbide

Vilma Fuentes

Adiós a Maqroll
José María Espinasa

Amén: Breve nota
para Álvaro Mutis

Xabier F. Coronado

Elogio de Selma
Adolfo Castañón

Día de feria
Carlos Martín Briceño

A 400 años de Cervantes, el ejemplar
Enrique Héctor González

Póstuma
Adela Fernández

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

Des-balance (II DE III)

Copada la cartelera comercial con el miasma norteño del cual fueron pormenorizadas algunas de sus pestilencias aquí la semana pasada, el cine mexicano hizo lo de siempre: arañó alrededor de un mísero diez por ciento de dicha cartelera, regularmente con presencias más breves que un orgasmo, y se movió sobre todo en lo que todavía se conoce como “salas de arte” y festivales varios, desde los cuatro o cinco serios y bien consolidados que existen –Morelia, Guadalajara, Guanajuato, Monterrey...–, hasta los certámenes oportunistas, los hechizos, los malhechos y los fugaces, invisibles incluso para la propia ciudad en donde toman sede.

Imcine reporta su respaldo, en este 2013 ya casi fenecido, a la realización de 101 producciones con recursos públicos, a través de Foprocine, Fidecine y Eficine. Si se añaden las –todavía pocas– que no cuentan con ninguno de tales apoyos, la cantidad total debe ser alrededor de 110 películas nacionales, sin contar cortometrajes. Debido a esa proliferación de espacios, la cifra no puede ser exacta ni exhaustiva –para que lo fuera, estas líneas deberían tener el honor de haber sido escritas por los maestros Jorge Ayala Blanco o Ernesto Diezmartínez–, pero en los últimos 365 días este juntapalabras registró la exhibición, aquí o allá, de unos setenta largometrajes mexicanos, entre ficción y documental. La naturaleza ya sea restringida, ya pequeña, ya focalizada de los que hoy por hoy son sus espacios preferentes, le ha dado a nuestro cine una condición de cuasi clandestinidad, a consecuencia de la cual muy pocos de esos setenta filmes fueron vistos por un público de verdad masivo, si bien Imcine habla de 99 estrenos comerciales y aumento de expectativas para el cine local.


No se aceptan devoluciones

Así las cosas, hay tres preguntas fundamentales: ¿Sigue siendo “verdad” que al cine mexicano “no le alcanza”, ya sea por cantidad, por capacidad de promoción o por calidad intrínseca, para competir exitosamente con el Goliat gabacho? ¿Está condenado nuestro cine a esa marginalidad tácita, mientras el área comercial de la exhibición porfía en la reiteración monetarista de sus peores vicios? ¿Cuándo y en qué condiciones habrán de ser exhibidos los otros cuarenta filmes –únicamente de este último año, pues el rezago y la enlatada interminable no son un fenómeno nuevo– que, de acuerdo con el recuento suprascrito, no han salido de su limbo?

La aritmética más simple responde a la primera parte de la primera pregunta: 110 películas alcanzan para estrenar prácticamente dos durante los cincuenta y dos fines de semana que tiene un año. En materia de promoción sí es verdad que no nos alcanza –ni nos alcanzará, dijo el otro–: una producción mexicana estándar cuesta mucho menos que la publicidad con que se promueven incluso los blockbusters más rabones. Por lo que hace a calidad, cabe reiterar lo que aquí se ha sostenido desde siempre: nivel de consumo –o de aceptación, si se le quiere ver así– no equivale a nivel artístico, estético y ni siquiera cinematográfico. Las cuentas alegres de “lo recaudado en taquilla”, a las que acostumbran apelar quienes confunden valor con plusvalía, sólo sirven para perpetuar la percepción distorsionada de que una cosa sólo puede ser buena si se vende bien.

En ese tenor, 2013 fue testigo de la prueba en contra, al menos en parte, del falso axioma que hace del estadunidense un cine supuestamente inalcanzable; lo desmintieron dos, quizá tres filmes mexicanos: No se aceptan devoluciones, Nosotros los Nobles y Amor a primera visa –algunos colarían aquí No sé si cortarme las venas o dejármelas largas. Para decirlo rápido, estas cuatro producciones participan de similar espíritu al que caracteriza a aquellas gringuerías con las que compitió, en sus casos con relativa o bastante fortuna –sobre todo la primera y la segunda–: son más bien simplonas en términos argumentales; insertan sus historias en contextos por completo inexistentes, idílicos y descafeinados de todo tipo de problemática que rebase los escuetos límites de su diegesis; resuelven sus conflictos de trama a punta de obviedades y complacencias; están plagados de estereotipos y caricaturizaciones de personajes privados de cualquier asomo de complejidad… En pocas palabras, son igualitas a sus pares gringas, con el añadido de contar con algo de “talento local”.

No falta quien, atestiguando el éxito de semejantes copias tropicalizadas, da en creer que esa es la fórmula para que al cine mexicano le asista el favor de la preferencia masiva. Si así fuera, equivaldría a meter la nariz en diferente letrina.

(Continuará)