Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 29 de diciembre de 2013 Num: 982

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La mirada de
Graciela Iturbide

Vilma Fuentes

Adiós a Maqroll
José María Espinasa

Amén: Breve nota
para Álvaro Mutis

Xabier F. Coronado

Elogio de Selma
Adolfo Castañón

Día de feria
Carlos Martín Briceño

A 400 años de Cervantes, el ejemplar
Enrique Héctor González

Póstuma
Adela Fernández

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Naief Yehya
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El año del selfie

Hechos y rostros relevantes

2013 será recordado por ser el año en que murió Nelson Mandela y el año de las revelaciones de Edward Snowden acerca del espionaje masivo de la National Security Agency. Fue el año en que supuestamente el régimen de Bashar el Assad empleó armas químicas contra un barrio de Damasco donde murieron alrededor de mil 400 personas, y el año en que eu detuvo su maquinaria bélica, a sólo un parpadeo de desatar una guerra más en el Medio Oriente. Fue el año en que un argentino se volvió Papa, en que murió Nagisa Oshima y en que un meteoro cayó sobre la ciudad rusa de Chelyabinsk, poniendo en evidencia nuestra vulnerabilidad ante los incidentes cósmicos. Pero también fue el año del selfie. Un término que ingresó, junto con el provocador baile denominado twerking, al Oxford Dictionary Online (que no es lo mismo que el venerable Oxford English Dictionary). El selfie es “una fotografía que uno se ha tomado a sí mismo, normalmente con un teléfono inteligente o una webcam, para subirla a una red social” y se ha convertido en una extraña obsesión de nuestro tiempo. En una era en que se multiplican nuestros recursos de comunicación y abandonamos las complejidades de las relaciones personales por la comodidad y las satisfacciones desechables sin compromisos reales que ofrecen las redes sociales, aparentemente ha aumentado nuestro deseo de interactuar al mostrar nuestro rostro y a veces nuestros cuerpos, de exhibir nuestras expresiones de alegría, desconsuelo, confusión o provocación, para reconectar, re-conectarnos con una comunidad abstracta a la que nos sometemos en espera de reconocimiento, aprecio en forma de comentarios, o por lo menos un pulgar apuntado hacia arriba o un efímero me gustalike. Pero no debemos subestimar el hecho de que el selfie es una manera de descifrar el misterio de cómo nos perciben los demás y en cierta forma de entender quiénes somos.

Leer rostros

Es fácil descalificar este fenómeno como otra muestra de exhibicionismo, de indulgencia narcisista y egoísta, o simplemente holgazanería de la generación “del milenio”, la cual aparentemente no puede articular palabras para expresar un estado de ánimo, por lo que recurre a describirlo con instantáneas o emoticones. Asimismo, podríamos ver en esta tendencia el eco de la fiebre de la Reality Television, de la manía compulsiva por alcanzar algún grado de notoriedad o celebridad al exponerse en alguna situación absurda, grotesca o “extrema”. Pero estas explicaciones son incompletas si no es que erróneas. El simple hecho de que hombres y mujeres de todas las edades y orígenes culturales, sociales, nacionales y étnicos opten por convertirse en improvisados modelos y correr el riesgo del ridículo o el hostigamiento, habla de una necesidad intensa de comunicación de maneras no anónimas, de vincularse con conocidos y extraños apelando a su complicidad, a su gusto y a algo parecido a la solidaridad. El selfie aspira a ser más que una foto, ya que pretende contar una historia, ser una página de un diario, un testimonio, o bien una interacción más personal que el simple hecho de contar una experiencia. El selfie puede ser una confesión corporal, un gesto amistoso o un guiño sarcástico. Es muy revelador también que servicios como Instagram (que este año rebasó los 100 millones de usuarios activos) así como Tumblr, cada vez contienen más selfies de todos tipos, a tal grado que ya se pueden clasificar por su contexto, intención y aspecto. El selfie pone énfasis en nuestra fascinación por ver caras humanas, y hay que considerar que nuestro cerebro interpreta en milisegundos si un rostro es o no atractivo, prácticamente en cualquier situación y contexto.

Interrupciones

El principal uso que damos a nuestras tecnologías portátiles de comunicación e información es compartirlo todo, de manera automática, sin importar con quien, con la ilusión de unir nuestra voz a la estruendosa cacofonía digital en que se ha convertido la mediósfera. Las interacciones continuas con el mundo del otro lado de la pantalla se caracterizan por dos elementos: la gratificación instantánea y las interrupciones constantes. Así, ni siquiera un funeral (ni siquiera el de Mandela) resulta suficientemente solemne para obligarnos a controlar el deseo de tomarnos un selfie y postearlo en una red social. Vivir simultáneamente en un mundo físico y otro virtual se ha traducido en que estamos más entretenidos y distraídos que nunca. Nuestras pausas incómodas y nuestras transgresiones a los rituales sociales habrán de contar la otra historia de nuestro tiempo.