Opinión
Ver día anteriorJueves 26 de diciembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Urgente crítica a la ideología económica
E

l saqueo que significa la reforma energética se impone por la ambición de poderosos intereses políticos y económicos, la complicidad interesada de gobernantes y legisladores, y el apoyo de una ideología económica ad hoc. Al margen de discusiones jurídicas y políticas, el argumento central para imponer la llamada reforma energética es económico. El discurso tiene varios niveles: para el pueblo en general se ha puesto en marcha una demagógica y avasalladora campaña publicitaria que afirma que con las reformas se abatirá la pobreza, se generarán empleos y se reducirá el costo de electricidad, gas y gasolina. Para los círculos políticos y dirigentes se pregona una argumentación más elaborada: llegarán cuantiosas inversiones, despegará la economía, crecerá el PIB, se elevarán productividad y competitividad. Para los actores más influyentes (grandes capitales nacionales y extranjeros y comisionistas) se incluye la promesa de participar en el negocio.

El insistente discurso económico tiene eficacia propagandística porque éste es un campo colmado de vaguedades, eufemismos (por ejemplo, a la especulación se le llama mercados), tecnicismos y engaños que se usan al gusto. De entrada, la palabra economía se usa con propósitos políticos en expresiones como nuestra economía o la economía mexicana, para cuyo crecimiento son necesarias las reformas estructurales. ¿Nuestra? ¿Mexicana? y, ante todo ¿qué se entiende aquí por economía?

Economía es una de las palabras que aparecen con más frecuencia en noticiarios de radio y televisión, prensa, en los discursos de candidatos y políticos de los partidos, incluso asoma asidua en los sermones de las iglesias. Por tanto, con esta palabra (y los múltiples significados que genera) la población construye parte sustantiva de su imagen de la realidad, de su visión del mundo, y con ella determina su actuar. Véase el efecto apaciguador de la expresión crisis económica (hasta quien tiene el peor empleo vive pacientemente agradecido por poder sortear esta especie de fenómeno natural inevitable). Llamarle crisis del capital o crisis de los negocios tendría un efecto distinto.

Por sus múltiples significados, la palabra economía es una herramienta eficaz de manipulación y engaño. Las previsiones de crecimiento de nuestra economía (identificado con el crecimiento del PIB), hechas por cualquier organismo o experto, son noticia de primera plana; a páginas interiores se mandan noticias como los movimientos sociales o los fraudes electorales. Hace unas semanas tal previsión bajó una décima de punto porcentual y fue la noticia más importante de la semana en prensa, radio y tv, no obstante que eso nada significa, pues el famoso PIB es en sí mismo un engaño. Cualquier estudiante de primer año de economía sabe que este indicador no significa lo que se quiere que signifique, y que este engaño fue advertido por su inventor, Simon Kuznets. ¿No lo sabrán Peña, Carstens, Videgaray, el PAN y el PRD?

En la descripción del mundo contemporáneo se han impuesto expresiones como economías emergentes, subdesarrolladas, desarrolladas, economía mundial, degradando a países y pueblos a la categoría de un objeto de valor monetario llamado economía. Pero ¿qué es una economía? En inglés se usa economy para referirse eso que crece o no crece, que está o no en crisis, que es desarrollada o no desarrollada, o subdesarrollada, o en vías de desarrollo; y en ese idioma se usa la palabra economics para referirse a la ciencia que estudia a eso, la economy. Son interminables los debates acerca de lo que es o debe ser la economics. En castellano, para hacer más confusas las cosas, llamamos economía a la ciencia que estudia… la economía.

Economía es un apoyo cariñoso para el capital, dice Hans Magnus Enzensberger refiriéndose a la cosa en un lúcido y ameno ensayo que debe ser leído por todo economista. Con base en un concepto abstracto, resbaloso –la economía, en su doble sentido de ciencia y de cosa indefinida estudiada por esa ciencia– se han construido enormes castillos; secretarías y ministerios, escuelas, facultades e institutos universitarios, consultorías y think tanks de derecha y de izquierda, y organismos gremiales que hermanan a gran variedad de economistas, a pesar de que entre ellos mismos se confiesan convicciones políticas y filosóficas antagónicas que debieran conducir a conceptos y teorías de economía irreconciliables. Evidentemente, sacudir los cimientos conceptuales de dichos castillos es una tarea peligrosa, casi un suicidio.

El término economía debe ser desdoblado o descompuesto en sus múltiples significados, cargados de contenido político y ético, entre los cuales se encuentran capital, negocios, comercio, producción de bienes, y sobre todo uno olvidado desde hace años: patrimonio nacional, central para la discusión de la reforma energética. Sin duda la reforma energética va a desarrollar grandes negocios, que tramposamente se identifican con nuestra economía, pero significa el robo de una parte sustancial de lo que más justamente debe identificarse como nuestra economía: el patrimonio nacional.

Hace más de 2 mil 300 años Aristóteles advirtió las graves consecuencias que tendría confundir economía con crematística. Reléase, parece haber sido escrito ayer. Hoy, a sabiendas de que los análisis económicos convencionales son una ficción, se ha inventado un curioso concepto: economía real. Es necesario encontrar el nombre justo de las cosas y llamarlas por su nombre. ¿Qué nombres merece la economía que no es real?

Lograr que sectores amplios de la población participen organizadamente en la defensa de nuestra economía y el rechazo a las reformas estructurales implica construir un lenguaje y un discurso claros y precisos que permitan distinguir entre el saqueo y el desarrollo de nuestra economía. Tarea en la que la academia (particularmente economistas y filósofos) y los medios críticos tienen una deuda urgente de saldar. La semana próxima habrán pasado 20 años de que Salinas prometió que con el TLC México se convertiría en una economía de primer mundo. Hoy, la economía de 60 millones de mexicanos es la pobreza.