Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 15 de diciembre de 2013 Num: 980

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Poesía y educación:
algo huele a podrido
en la enseñanza

José Ángel Leyva

Andanzas del
marxismo lennonismo

Luis Hernández Navarro

Albert Camus desde
esa visible oscuridad

Antonio Valle

Camus: la rebelión
contra el absurdo

Xabier F. Coronado

De aforismos, cuentos
y otras aventuras

Mariana Frenk-Westheim

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Columnas:
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Naief Yehya
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Tragedias y tierras prometidas

Ocupación e intimidación

Una de las aportaciones más relevantes para entender la historia del conflicto árabe-israelí es el recientemente publicado libro Mi tierra prometida, del periodista del diario Haaretz, Ari Shavit. Una interesante, poderosa y honesta reflexión sin complacencias sobre “El triunfo y la tragedia de Israel”, capaz de provocar reacciones encontradas en cualquiera, independientemente de su posición respecto del Estado israelí. La minuciosa reflexión de Shavit comienza con el viaje de su bisabuelo, Herbert Bentwich, a Palestina en 1897 en una misión para el fundador del sionismo, Theodor Herzl, quien evaluaba las posibilidades de crear un Estado judío y la necesidad de colonizar a los locales. Era un tiempo de creciente antisemitismo, especialmente en el este europeo, en que se veía con urgencia establecer una patria para los judíos, y eso que ni siquiera era posible imaginar entonces los horrores que vendrían con el nazismo.

Mitos nacionales

Shavit habla de su propio miedo a que Israel fuera destruido en la Guerra de los Seis Días en junio de 1967, en la del Yom Kippur en octubre de 1973, durante los torpes ataques iraquíes con misiles scud en enero 1991 y en los ataques terroristas de marzo de 2002. A pesar de haber salido triunfantes de esas confrontaciones, el autor describe la sensación de vulnerabilidad que se vivía en Israel. Estas amenazas venían a fortalecer mitos nacionales y a crear consenso en torno a la supervivencia de la nación. Sin embargo, la esquizofrenia entre democracia y ocupación poco a poco ha logrado mermar esos mitos. Y aunque Israel es poderoso, próspero, “vital, creativo y sensual“, Shavit reconoce que la fe en el futuro que ha caracterizado al espíritu de su país, desde sus triunfos en contra de los ejércitos árabes, parece disiparse. De tal manera que la reciente campaña histérica de Benjamin Netanyahu en contra de las presuntas e inexistentes armas nucleares iraníes puede reconocerse como una nueva estrategia propagandista para revivir temores comunes y crear un nuevo sentido de unión nacional en un país profundamente dividido y polarizado. Shavit escribe: “Ocupación e intimidación se han convertido en los dos pilares de nuestra condición.” Y reconocer esa dualidad es fundamental para poder establecer cualquier tipo de diálogo. Sólo ver la ocupación y la humillación diaria de los palestinos ofrece una visión tan incompleta como nada más ver la intimidación y el terrorismo.

Un lugar que se llamó Lydda


Ari Shavit

La revista New Yorker (21/X/ 2013) publicó un texto resumido del capítulo más estremecedor del libro de Shavit: “Lydda, 1948”, en el que sintetiza la historia de su patria en la conquista y evacuación de la población árabe de la ciudad del título. Tras varias confrontaciones armadas, el incipiente ejército israelí derrotó a un puñado de árabes; inicialmente murieron “docenas de árabes, incluyendo mujeres, niños y ancianos”, mientras que el “89 batallón perdió nueve hombres”, apunta Shavit, y continúa:  “Al día siguiente, 250 palestinos fueron asesinados en 30 minutos.” Tras la orden de Ben-Gurion de “Depórtenlos” y las instrucciones escritas por Yitzhak Rabin: “Los habitantes de Lydda deberán ser expulsados rápidamente, sin importar su edad”, el 13 de julio de 1948, 35 mil palestinos debieron dejar sus hogares con lo que pudieron cargar. Para Shavit, Lydda es la “caja negra del sionismo”, la puesta en evidencia de que para que existiera esa filosofía tenían que desaparecer las Lyddas de Palestina, así como la esperanza de convivencia con los árabes nativos.

A pesar de todo

La narrativa de Shavit es devastadora, en el sentido de que son los débiles quienes pagarán con su tierra y su vida los giros de la historia. Se muestra aquí que la Nakba, la tragedia palestina, continúa y, de la misma manera en que lo ha hecho otro gran autor israelí, David Grossman, pone en evidencia la corrupción y ruina espiritual que implica la ocupación de un pueblo. Mientras Grossman muestra el deterioro cotidiano y la asimilación de la humillación como experiencia diaria, Shavit convierte los episodios históricos en reflexiones filosóficas sobre la naturaleza de su pueblo, así como su reflejo en la condición de los palestinos. Shavit se pregunta: ¿Me lavo las manos del sionismo? ¿Le doy la espalda al movimiento nacionalista que llevó a cabo la destrucción de Lydda? Y se responde:  “No… Yo apoyo a los condenados. Porque de no ser por ellos el Estado de Israel no hubiera nacido… La elección es cruel: rechazar al sionismo a causa de Lydda o aceptarlo con todo y Lydda.”