Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 15 de diciembre de 2013 Num: 980

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Poesía y educación:
algo huele a podrido
en la enseñanza

José Ángel Leyva

Andanzas del
marxismo lennonismo

Luis Hernández Navarro

Albert Camus desde
esa visible oscuridad

Antonio Valle

Camus: la rebelión
contra el absurdo

Xabier F. Coronado

De aforismos, cuentos
y otras aventuras

Mariana Frenk-Westheim

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Columnas:
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Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
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Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
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La Jornada Semanal

 

El feminismo como realidad

Ricardo Guzmán Wolffer


Mujeres y hombres en el mundo global. Antropología
feminista en América Latina y España,

Carmen Gregorio Gil y Martha Patricia Castañeda Salgado
(coordinadoras),
Siglo XXI/UNAM,
México, 2013.

El verdadero discurso feminista no puede apartarse de la antropología. Para muestra, esta recopilación dividida en cuatro partes: trazando genealogías; las nuevas caras de la globalización; etnografiando experiencias emergentes; y, nuevas propuestas teórico-metodológicas. Cada una con varias participaciones: veintidós en total. La antropología se vuelve feminista cuando en contextos culturales la diferencia de los sexos modifica la percepción y la experiencia del sujeto estudiado.

Aunque se tratan temas conocidos, el lente del feminismo aporta una visión novedosa. Hablar de la importancia de las emociones en una sociedad donde se privilegia lo racional, bajo la premisa de que las mujeres son “emocionales”, no es poca cosa y, sobre todo, no es exclusivo de algún género, pero resulta destacable que tenga que presentarse tal aspecto en un libro feminista. Lo emocional como motor del cambio social; como factor necesario para la integración familiar; y, mejor aún, como factor para la vivencia ciudadana. La diversidad en la autoconceptualización y, con ello, la posibilidad de tener un eficaz acercamiento a los derechos objetivos.

Dentro de los muchos campos emergentes, destaca la aproximación de la visión feminista a la integración social a partir del uso reiterado de videojuegos, si bien el autor ve hacia el aspecto masculino de este fenómeno contemporáneo donde se visualizan las imágenes, las subjetividades, las identidades y las sexualidades de los jugadores. La vigencia de trabajos relacionados con las mujeres indígenas en la zona metropolitana de Ciudad de México se refleja en organizaciones como Colmith, (Colectivo de Mujeres Indígenas Trabajadoras del Hogar) donde se conjuntan la migración rural y el trabajo doméstico bajo la perspectiva netamente femenina. Mediante el trabajo sostenido, las integrantes de esta notable sociedad de mujeres han gestionado, difundido y tratado de establecer condiciones laborales dignas para las trabajadoras domésticas urbanas. Atrás de los análisis feministas hay una realidad social donde la voz del feminismo no es retórica ni tierra de oportunistas que, bajo el pretexto de la equidad de género, buscan hacerse de cuotas políticas, especialmente en cargos públicos.

En el contexto de la “igualdad de género” como punto de partida para casi todas las instituciones públicas, la cotidianeidad sigue mostrando la brecha entre las leyes y su aplicación. No importa que se modifique la Constitución federal para insertar el concepto de los derechos humanos como referente: mientras el papel siga distante de lo cotidiano, sólo estaremos ante otro discurso de la oficialidad.

Un libro que muestra cómo la visión feminista está viva y abarca más campos de los que suponemos.


Mariana Frenk, clásica

Margo Glantz


Aforismos, cuentos y otras aventuras,
Mariana Frenk,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2014.

1. Mariana Frenk es una figura clásica. Cuando leo y releo los textos que conforman este libro póstumo pienso que son milagrosos: por muy pequeñitos que sean acaban volviéndose gigantes. Quisiera entender la razón de esa capacidad explosiva que permite que de un texto breve, apretado, ceñido al máximo, se obtenga de pronto un texto gigante, objeto de asombro susceptible y capaz de llenar por sí mismo espacios inconmensurables como los de este pequeño objeto que, compactado, condensa en un cuadradito luminoso un libro entero; es más, creo quizá que la producción de sus aforismos parte de una reficcionalización de ciertos emblemas convertidos en lugar común que al descuadrarse provocan la sorpresa, como sucede por ejemplo con las fábulas de Tito Monterroso o, ¿por qué no? con los aforismos de Georg Christoph Lichtenberg, ese ilustre antecesor de Mariana, personaje casi enano y muy sabio que vivió en Alemania en el siglo XVIII y escribió prodigiosos aforismos.

Otro aspecto de su obra me produce una gran fascinación: la consistencia que mostró a lo largo de toda su vida y la sabiduría, y el humor que desplegó en todos sus escritos, desde los más antiguos hasta los de sus últimos años. Ya decía en 1930: “Para amar a la humanidad hay que ignorarla” que, comparado con otro aforismo escrito en 1985, esboza algo semejante, pero de manera matizada: “¿Amor al prójimo? Claro que sí – sobre todo si el prójimo está lejos.” Podríamos quizá explicar su método de trabajo con estas palabras suyas de 1992: “El efecto de los medicamentos depende de la dosis, y el de las pinturas, el de los matices, en el terreno de las relaciones humanas todo depende de la dosis y del matiz.” Otro dato, consecuencia de lo anterior, que me asombra y deleita, es la eterna juventud de Mariana; en realidad, ella nunca envejeció, su espíritu fue siempre el mismo: abierto, inteligente, comprensivo, irónico, incapaz de aseveraciones dogmáticas y coercitivas, pero como sucede inexorablemente, su rostro fue mostrando el efecto de los años. Me divierte y me conmueve uno de sus diálogos, que en realidad son de la misma familia escrituraria que los aforismos, aunque menos sintéticos que ellos. Demuestra una coquetería exquisita y un narcisismo apaciguado por el humor, como se ve en este diálogo producido en 1977:

“Tengo dos espejos. En uno de ellos me veo más o menos bien, digamos medianamente atractiva. En el otro... No tengo palabras para describírtelo. Como mi propia bisabuela. Y fea, espantosamente fea. Tardo cada vez más de una hora en recuperar mi equilibrio anímico, aunque me diga una y otra vez: ‘¿Cómo vas a tomar en serio ese espejo absurdo? Son prejuicios que tiene. Es un amargado, un frustrado. A lo mejor le pasaron cosas terribles en su fase prenatal’.

Me pregunto por qué no lo tiro o se lo regalo a una amiga, por qué no, en todo caso, simplemente dejo de mirarme en él. Ah, esta pregunta, querida amiga, no te la puedo contestar.”

Y veinte años después reitera: “Ancianas del mundo, aprendamos a llevar nuestras arrugas con garbo.” Seguido de otro de 1992;

“(Ante el espejo) Que no te depriman hermana, las arrugas que cruzan tu frente, ni las líneas verticales encima de tu boca, ni tampoco las caprichosas rayas en tus sienes. Da un paso hacia atrás, y todas ellas se habrán suavizado notablemente, y con otro paso atrás lucirás –en el espejo– tan bonita como hace, digamos, unos cuantos años.”

A Mariana no le gustaba mucho recordar el paso del tiempo ni precisar las fechas exactas de los acontecimientos que habían marcado su vida, por eso prefería alejarse de los espejos. Una vez me dijo de manera terminante: “Nunca me preguntes qué año era porque no sabré qué contestarte, no sé; mi nieto Julio Frenk llama a esto cronofobia y él mismo dice que él la tiene sólo en sentido contrario, él está vigilando, observando el tiempo, agarrándolo y teniéndolo bajo control y yo vivo así ignorándolo, pero las dos son formas de cronofobia.

2. Cuando cumplió cien años, en 1998, la entrevistamos Esther Seligson y yo. Una de las preguntas fue: ¿Qué te gusta todavía de la vida?:

“A los quince años –reconoció–, me gustaban algunas cosas que todavía no conocía y que ahora conozco, a los quince años me gustaba, por ejemplo, la literatura con una ele mayúscula, terriblemente mayúscula. Y la vida... Y el aire, en el sentido de viento, nací bajo el signo del aire, soy Géminis, lo digo con legítimo orgullo (risas).”

Y ante nuestro desconcierto de que una persona tan irónica y culta creyese en la astrología replicó:

“Yo creo que hay algo en la astrología, no creo que sea el factor decisivo, pero sí que es un factor entre otros, eso sí. Incluso puedo contar, no lo digo en broma, lo digo muy en serio, les puedo contar eso... yo sé muy poco de astrología, sé algo sobre mi signo, que tiene muchas facetas, positivas y negativas, sé, desde cierto punto de vista, que lo que puede ser negativo de un signo puede ser positivo en el otro, y viceversa ¿no? así es que todo tiene muchas facetas.”

Otro aspecto esencial en la obra de Mariana, lo que la mantuvo siempre increíblemente joven, fue su capacidad lúdica, jamás la perdió ni siquiera cuando ya no veía y estaba en su silla de ruedas: “Hay muchas formas de jugar, siguió contando: un juego con el equilibrio, un juego, por ejemplo, si uno ve a un niño que pone encima de una caja que no debe romperse un vaso que aún menos debe romperse y encima otra caja pero con la absoluta seguridad de que a esta altura o a esta otra se va a caer todo, entonces el que se arriesga a jugar ese juego, a pesar de todo, sí es Géminis. Así es que hay algo, estoy segurísima; incluso he hablado con una famosa astróloga que es amiga mía, y ella me dijo que no cree que la astrología sea absolutamente determinante para el destino de un hombre, de un ser humano, sino que es un factor entre otros –tal vez ella lo creía un poco más que yo–, pero sí, yo creo que es un factor entre muchos.”

Y ser Géminis y creer en la astrología se resumía para Mariana en algo esencial: la coincidencia de la fecha de su nacimiento con la de uno de sus autores preferidos, al que todavía podía recitar de memoria cuando ya tenía 105 años: “Lo maravilloso de ser Géminis es haber nacido dos días antes de Thomas Mann, es decir, en el mes de mayo, eso sí –añadía riéndose– si dicen ‘esta pobre ancianita tiene manía de grandeza’ entonces están en su derecho, tienen razón.”

No es extraño pues que en otro aforismo escribiera: “La vanidad y la prepotencia de un creador –músico, pintor, poeta, no importa– opaca mientras vive no sólo la imagen de su persona, sino también en gran medida la de su obra. Después de su muerte, ésta recupera todo su esplendor.”

De su pasado en Hamburgo hablaba poco, decía con cierta nostalgia que era “una ciudad gris, gris pero de un gris vivo” y agregaba: “pero si en Hamburgo un día no llueve es como cuando alguien se pone un disfraz, pero los cielos de la lluvia, sobretodo antes de la lluvia, no tienen un gris así parejo, aburrido, mortífero, son más preciosos.” Cuando estuve en Hamburgo visité el Museo de Pintura: allí me llamó la atención un bello paisaje de Caspar David Friedrich, cuyo color “de linaje literario y de un gris vivo”–según Mariana–, ilumina al pintor que de espaldas a nosotros contempla un paisaje ejecutado a la manera romántica. Y al decirlo, recordaba a su ciudad, ella que se había mudado a su departamento de Campos Elíseos en México porque estaba cerca del cielo y porque, cuando llovía, podía recordar el cielo lluvioso de su ciudad natal:

3. La vida de Mariana fue espléndida. Sufrió el exilio, volvió sólo por breves temporadas a Hamburgo, de donde salió en 1930 para venir a México: “Por lo menos durante mucho tiempo era muy desagradable para los judíos vivir en Alemania –nos cuenta a Esther Seligson y a mí– claro, ningún cerebro de gente normal podía imaginarse lo que en realidad sucedió después.” Y lo que sucedió es imposible entenderlo, y, con todo, nunca le tuvo aversión al idioma alemán, su lengua materna: “No se puede acusar a una lengua de los asesinatos cometidos por quienes la hablaban”, decía, la lengua de sus poetas preferidos, la lengua de Thomas Mann.

Me impresiona en consecuencia un cuento que aparece en el libro que comentamos justo después de varios textos muy divertidos y agudos consagrados a la moda, vanidad de vanidades. Se trata de “Niñas vestidas de rosa” que, por su título, muy bien podría caber en esa sección. Es, sin embargo, uno de los raros textos en donde Mariana se refiere a una de la épocas mas terribles del nazismo y narra muy a su manera la historia de Erwin Fischer, judío vienés, deportado a un campo de concentración del cual pudo evadirse y refugiarse en un pueblo, asaltado más tarde por un destacamento nazi que fusila a casi todos los sobrevivientes judíos. Fischer sale ileso físicamente, emigra a México, pero es incapaz de olvidar el horror de su vida, concentrada en un símbolo, según Mariana, la mancha roja que sobre su vestido rosa ostenta una niñita asesinada con la que Fischer ha convivido durante su estancia en ese lugar.

Haber llegado a México en 1930 salvó a Mariana y a los suyos de los campos de exterminio, y al preguntarle por qué eligió este país para asilarse con toda su familia, nos respondió, lo transcribo, aunque habría que leer el estupendo prólogo de Margit Frenk donde lo explica ampliamente:

“Bueno, en primer lugar, yo personalmente... porque no sabía que desciendo de judíos españoles, sabía que era judía pero lo del origen español lo supe mucho más tarde. Entonces yo tenía desde niña una gran inclinación a todo lo que era español y me puse a estudiar primero portugués y después español, tenía una gran adoración a todo lo que era español. A los dieciséis entré por primera vez a la Biblioteca Municipal de Hamburgo y vi esas paredes muy altas desde arriba hasta abajo llenas de libros y pensé: bueno en la vida hay que leer todo esto, y pedí el Amadís de Gaula, bueno, imagínense. Y más tarde supe que mi origen era español, incluso tengo un documento de mi origen, y como ustedes bien lo saben, el rey Juan Carlos hizo un decreto en que toda persona que pueda demostrar que es de origen sefardita al cruzar la frontera española será considerado automáticamente ciudadana española.” Y prosigue: “Mis dos padres eran judíos de Bohemia. Yo nací como súbdita de Francisco José, Franz Joseph de Habsburg, el hermano mayor de Maximiliano. Entonces yo decía, para una gente de buena memoria olvidar totalmente un idioma en quinientos años no es pedir demasiado, ¿no? Yo sé ahora una cosa rarísima que no sabía entonces, sabía muy poco a esa edad, creo que a la edad de dieciséis años, en mi primera clase de español, éramos como treinta personas o veinticinco, algo así. El maestro leyó un pequeño párrafo y nos dijo a cada uno de nosotros que leyéramos el mismo párrafo, cuando yo leí, se quedó viéndome y me dijo: ‘¿En su casa hablan español?’, y yo pensé: ‘Este pobre hombre se ha vuelto loco, estoy en un curso de principiantes, ¿cómo puede pensar que hablamos español en la casa?’, le dije, ‘No, señor.’ Más tarde me enteré de que en Hamburgo había muchos sefarditas, y sobre todo portugueses, incluso existe allá un cementerio judío-portugués, por azar –añade–, no destruido por los nazis.”

Esa fue la vida de Mariana Frenk, esa es su obra, de la cual sólo se había publicado una parte mientras vivió. Agradezcamos a Margit, su hija, y a Esther Janowitz, que hayan recopilado y prologado este hermoso volumen.


Emulando al cine

Jorge Alberto Gudiño Hernández


Novela B,
Mónica Bustos,
Suma de Letras,
México, 2013.

Mucho se ha escrito en torno a la relación entre la literatura y el cine; en concreto, entre la narrativa y las películas. Las discusiones suelen extenderse hacia lo absurdo. Es claro: cualquier adaptación implica pérdida. De ahí que tengan razón quienes argumentan que las películas suelen ser inferiores a las novelas de donde parten. Y ese mismo argumento sería válido en sentido contrario. Salvo que la adaptación modifique de tal forma a la obra primera para mejorarla, el resultado será más o menos similar y el manido argumento volverá a la palestra. Pese a ello, lo cierto es que ambos lenguajes han abrevado uno en el otro. Los ejemplos son tan numerosos y variados que no vale la pena detenerse a enumerarlos. Baste decir, entonces, que tanto la literatura como el cine le han aportado al otro medio nuevos recursos narrativos.

Eso pasa con Novela B, de Mónica Bustos (Asunción, 1984), que parte de una premisa por demás válida en el mundo cinematográfico. Existen ciertas películas (las que integran al denominado “cine serie B”) que se hacen con muy bajo presupuesto. Así, es común toparse con algunas fallas: la edición es deficiente, el manejo de cámaras no es el idóneo, los actores están lejos de ser profesionales. Pese a ello, este tipo de cine tiene muchos adeptos, toda vez que se construye al margen de los grandes emporios cinematográficos. ¿Cómo trasladar esta idea a la literatura?

La pregunta es tan válida como difícil de contestar. A diferencia de la producción de una película, la escritura de una novela no suele contar con un presupuesto previo. Así, argumentar la escasez de dinero para justificar ciertas deficiencias técnicas en el entramado novelístico no puede sustentarse. Sin embargo, Mónica Bustos lo intenta.

Novela B es muchas novelas. Su hilo conductor es una misteriosa mujer que aparece y desaparece. A su presencia se suman cultos vampíricos, motociclistas, monstruos y carreteras que van desde Chihuahua hasta la Patagonia. La historia de cada uno de estos personajes se presenta como la pieza de un rompecabezas que el lector ignora si podrá ensamblar con el resto: sucede que algunas piezas están mal cortadas, la línea argumental parece rota sin razón y, a veces, los personajes resultan más hilarantes que tenebrosos. En otras palabras: da la impresión de que la novela no cuenta con la mejor manufactura posible. Y, pese a ello, funciona.

Mónica Bustos es una autora joven, quizá demasiado. Sus referentes salen a relucir casi de inmediato (no sólo es el cine serie b lo que la motiva, también ciertos directores, estilos muy bien definidos). Algunos momentos dentro de la novela precisan mayor sutileza y, en otros, es fácil que el lector se extravíe por falta de claridad. Sin embargo, Novela B es un libro arriesgado y refrescante, de ésos que dejan una sonrisa al final de la lectura. Además, nos muestra cómo el cine también deja una impronta en la literatura, y eso no es cosa menor.