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Domingo 8 de diciembre de 2013 Num: 979

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Hugo Gutiérrez Vega

En torno al sinarquismo

Cada uno de los campesinos reunidos en la plaza de armas de la ciudad de León llevaba dos o tres banderas en sus manos destrozadas por el trabajo. El orador era Juan Ignacio Padilla y de su boca salía un montón de compañeros asesinados por el gobierno. Todos ellos estaban “presentes” en la memoria de la Unión Nacional Sinarquista, el movimiento más importante y aguerrido de la derecha mexicana. Con “orden” decía sus nombres y en este dictatum estaba implícita la lucha en contra del anarquismo que, según advertía el orador Padilla, era la fuente de todo desorden.


Salvador Abascal

He leído las investigaciones del profesor Meyer sobre la historia de la Unión y los desarrollos de su fundamentalista actitud frente a la vida política del país. El trabajo del señor Meyer tiene indudables méritos, pero, posiblemente, sus afinidades ideológicas con ese fascismo campesino le restan la objetividad necesaria para observar los muchos y muy variados matices de la cuestión. Enumero algunas observaciones sobre los sinarquistas, sus caídos, sus muchas banderas, su parafernalia fascista y su indudable origen campesino:

1. León puso el mayor número de mártires de la Unión. El fraude electoral cometido a una candidatura independiente a la Presidencia Municipal provocó un estallido encabezado por las banderas sinarcas y descabezado por las ametralladoras del Ejército Nacional.

2. Enrique Morfín, miembro de la Sinarquía Nacional, me contaba que los jerarcas del movimiento iban a Madrid para estudiar en la Academia de Mandos de la Falange Española. Hay fotos en las que aparecen con la “camisa nueva” haciendo el saludo romano.

3. La entrada de más de cincuenta mil jinetes sinarcas a Morelia y la toma simbólica de la ciudad (iban desarmados) llevaba dedicatoria al general Cárdenas y fue una de las grandes hazañas de Salvador Abascal, el mayor fundamentalista de la extrema derecha.

4. Abascal llevó a Baja California, la tierra de las utopías franciscanas, anarquistas y sinarquistas, a unos tres mil colonos. Se establecieron muy cerca de la gran Bahía de Magdalena y el gobernador del territorio, el general Mújica, les dio una prudente ayuda humanitaria. Rodolfo Gil documenta, con mucha claridad, las complejas relaciones de Abascal, líder de la Colonia de María Auxiliadora, con los jerarcas de Cultura Hispánica de Tokio y, en particular, con el coronel Fujirito, ayudante del mariscal Tojo. Todo apuntaba a un nuevo intento japonés de atacar por las espaldas a Estados Unidos. En la Bahía de Magdalena encontrarían un punto de salida los barcos y los submarinos de la flota imperial.

El encapuchamiento de la estatua de Benito Juárez y otras muchas estupideces liquidaron al movimiento que llegó a contar con casi un millón de campesinos. El “gallito” se volvió motivo de broncas y escarnios y la Unión se fue hundiendo en la nada política. Ya vendría el Yunque a ocupar la avanzada de la extrema derecha agazapada en las filas del decadente Partido Acción Nacional.

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