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Luis Miguel despide el año en el Auditorio
 
Periódico La Jornada
Sábado 7 de diciembre de 2013, p. 8

En un nuevo rencuentro con el público defeño, Luis Miguel ofreció el jueves pasado el primero de dos conciertos en el Auditorio Nacional con los que despide el año y deseó de manera adelantada feliz Navidad a los asistentes. ¡De una vez!, dijo, y cantó un villancico.

Una audiencia anhelante llenó el foro, con un público de lo más diverso, donde destacaron las fans mujeres de hace muchos años, tantos como puede tener su balada La incondicional, que refiere una dama amorosa que no espera nada de él.

Una producción iridiscente, con miles de focos que resaltaron aún más la silueta híper saludable del llamado Sol. Es sexy para ellas, que se desbordan a gritos, algunos verdaderos cuchillos en los tímpanos, presas de fanatismo por Luisturrey, quien se da el lujo de hacerle el feo a Araceli Arámbula, a Carey, etcétera. La fama de valentino le crea un magnetismo que raya en el misterio. ¿Cómo le hará? ¿Qué tanto les hará que quedan hechizadas?

Anhelantes, las manos de las bellas de las primeras filas estiran al máximo los brazos para que el intérprete las tocara con la punta de los dedos. Esta imagen se repitió todo el concierto.

Dos intensas horas

Tiene muchas tablas y sabe dosificar su rosario de éxitos, entre baladas, dance, rancheras y boleros. Puede pasar de la actuación que proyecta depresión hasta el polo contrario, mostrando una sonrisa de actor de anuncio de pasta de dientes.

¡México, buenas noches! Me da mucho gusto estar aquí. Un aplauso para la gente que está hasta la última fila, allá arriba! Señalaba con el dedo índice y el auditorio se convertía en su templo. Gracias, gracias. ¡¿Quieren cantar!?, y le respondían con solicitudes de canciones hasta con los ¡hazme un hijo! ¿Quieren oír algo romántico o algo movido? Vamos a cantar juntos. Así fue, con Historia de un amor. Por momentos alzaba el micrófono, callaba y los coros lo ayudaban.

Fueron dos horas de subidas y bajadas, de subjetividades tocadas a fuerza de melodías, de movimientos de cadera, de apóstrofes mil para extasiar al voyeurista, porque un hombre busca a una mujer, siempre.