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Infancia y Sociedad

El diamante de doña Elena

E

n 2008, con motivo del 60 aniversario de la Escuela Nacional de Maestras para Jardines de Niños, Elena Poniatowska aceptó gentilmente asistir a la celebración; su presencia llenó de luz y de entusiasmo a alumnas y maestras y les dejó, además, un gran regalo que hoy me permito compartir aquí. Ella escribió en el libro de visitas distinguidas:

“Construir la conciencia de un niño es un raro privilegio. Revelarle su potencial humano, el tesoro que tiene adentro es otro. Impulsar su actividad cerebral es contribuir al ensanchamiento de su persona, a la construcción de su autonomía. Un niño que adquiere conciencia de sus posibilidades será más tarde un ciudadano que ame y defienda a su país y en sus actos estará siempre el recuerdo de la maestra que lo hizo creer en sí mismo.

“Al decirles esto, tengo presente en los años de primaria a la seño Velásquez, una maestra cuyos dedos estaban perpetuamente manchados de tinta y de gis. Cuando nos graduamos nos dijo que teníamos dentro un diamante en bruto y que debíamos pulirlo, que no permitiéramos que nadie ni nada lo empañara. Sus palabras me han acompañado a lo largo de la vida y he tratado de proteger ese diamante que a veces se oculta y a veces olvido. A la que no olvido porque le tengo un inmenso agradecimiento es a la maestra que empezó a tallarlo con sus palabras experimentadas y generosas, a la ‘seño Velásquez’ que todavía puedo ver en sueños frente a la clase”...

Hoy que doña Elena ha sido elegida para recibir el Premio Cervantes de Literatura, su diamante luce más grande y brilla más que nunca: qué orgullosa estará –en donde se encuentre– la seño Velásquez de esa alumna suya que hoy brilla en el firmamento.

Maestra de maestras, Elena Poniatowska nos recuerda la tarea esencial de la educación a través de los maestros: impulsar a sus alumnos a convertirse en lo mejor que pueden ser; a metamorfosear su propio ser para convertirse en personas plenas, pensantes y creativas. Porque educar significa formar y no entrenar ni instruir.

Las mujeres mexicanas que amamos el lenguaje escrito, el periodismo y la literatura, estamos realmente muy felices de que Elenita Poniatowska, en alguna forma maestra de todas nosotras, reciba este galardón. Me parece también que este merecido reconocimiento llega muy oportuno para amplificar la voz de una gran mujer preocupada por la gente, por los maestros, por la educación y la cultura.

De Elenita Poniatowska he recibido recientemente unas palabras de estímulo a mi trabajo que, como le dije a través del correo electrónico, me significaron –viniendo de ella– una condecoración. ¡Felicidades maestra Elenita!