Opinión
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J.D. Brazos abiertos
L

o que me ha dado la lectura de Salinger es tanto que empezaré por ocuparme sólo de mis primeras impresiones, y además sólo de una manera rudimentaria, a base de meras enunciaciones de lo que me prometo hacer en circunstancias menos apremiantes. Aludo a la biografía de David Shields y Shane Salerno, que Simon & Schuster publicó en septiembre de 2013, en Nueva York, un libro de 700 páginas, en inglés, con una introducción, fotografías, testimonios, notas biográficas, bibliografías, agradecimientos, números de ISBN, incluso el de su formato electrónico, la parafernalia completa, con todo requisito que exige la página legal y la avidez del buen lector, con derecho a querer la máxima autoridad y calidad en sus lecturas.

Aparte, quizá lo que justifica mi urgencia es la más primitiva de las motivaciones, al menos según el criterio de creer que ser el primer lector en comentar Salinger en México representa algún valor. Ni siquiera tengo tiempo (interno) de averiguar si ésta es una justificación válida, ya sea primitiva o no; mi deseo de registrar mi paso, aun arriesgadamente precipitado, por Salinger, este esperado, novedoso y plenamente autorizado trabajo biográfico, es más arrollador que mi temor de ser considerada una ilusa.

A través de la prensa empecé a enterarme del tema desde el pasado 25 de agosto, cuando The New York Times anunció la inminente salida del documental y del libro Salinger, información que La Jornada transmitió el día 27 y que El País publicó el 4 de septiembre, en un artículo de Eduardo Lago. Hasta aquí, yo no tenía sino datos de este par de acontecimientos literarios y fílmicos sobre J. D. Salinger, pero nada más.

Sin embargo, resignada como estaba a esperar leer el libro o ver el documental algún día, así como a considerar la espera una ventaja, pues propiciaría una mejor perspectiva para el momento en que buenamente consiguiera hacer lo que esperaba, cuando de pronto, el 10 de septiembre, por correo electrónico recibí el propio libro que ha originado estas líneas, Salinger.

Terminé la lectura que estaba haciendo y dejé para después la que tenía programada hacer, y entonces me senté a leer Salinger, y prácticamente no me levanté hasta terminar de leerlo ayer, lo que me posibilitó a sentarme hoy a comentarlo, y a no levantarme hasta finalizar mi nota, aunque elemental.

Desde Barcelona mi agente literaria me hizo el envío, con estas palabras: Creo que te entusiasmará este libro por tu querencia al autor. A ella le consta esta querencia, pues, dado que ella ha sido la agente literaria de J.D. Salinger al español, por conducto de ella procuré hacer llegar a Salinger un texto mío de 1981 en que lo defiendo a él de los ataques que en un momento dado le hizo Mary McCarthy; y también con mi agente quise hacerle llegar a Salinger un libro mío de 1985 en el que, a partir del debut de su hijo como actor, al relacionar a J. D. Salinger con Thomas Merton defiendo y elogio el recurso del silencio paradójico al que los dos recurrieron con tal de hablar más, y al aislamiento paradójico del mundo al que los dos recurrieron con tal de enlazarse más con el mundo; y todavía en otra ocasión, y en respuesta a otro texto mío en el que yo descalificaba las dos traducciones al español de la novela más famosa de Salinger, esta agente literaria mía me ofreció intentar una tercera traducción al español de dicha novela. Aparte de que ninguno de estos intentos de enlace con Salinger se me materializaron, los cito tanto porque es otra de las tácticas del comentarista primitivo, probar el derecho que tiene de acercarse a un autor o comentar un libro suyo o sobre él, mediante la presentación de hechos que documenten el tiempo que tiene de estar cerca de él y las razones o los hechos que se lo autorizan. En este caso, entre otras posibles, cito estas demostraciones específicas además para justificar que fuera mi agente quien me regalara la posibilidad de ser de los primeros lectores de Salinger, ella sabía cuánto apreciaría yo el regalo y lo significativo que sería para mí ser el primer lector en México que comentara esta biografía, algo paradójico, pues propiamente no la he comentado, pero el buen lector sabrá que, aun sin propiamente comentar su biografía, escribir estas líneas me ha acercado a Salinger, como si él las hubiera estado esperando, con los brazos abiertos.