Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 20 de octubre de 2013 Num: 972

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Marjorie Agosin:
Querida Ana Frank

Esther Andradi

El poeta viajero
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Cees Nooteboom

La migración en la
música popular

Raúl Dorantes y Febronio Zatarain

Migración, identidad
y lengua

De fronteras,
migraciones y lluvias

Sandra Lorenzano

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Columnas:
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La Jornada Semanal

 

De fronteras,
migraciones
y lluvias

Sandra Lorenzano

¿Migraciones? ¿Fronteras? Vivo entre el ansia por encontrar un territorio y la resistencia a anclarme. Por eso deambulo intentando hacer caso omiso a las fronteras, salvo cuando en la garita de Otay, allá, en plena línea divisoria entre ellos y nosotros (aunque muchos de esos ellos sean también nosotros y al revés), junto a uno de los monumentos más horribles que hemos sido capaces de crear (¿han visto ustedes esa obra que dizque rinde homenaje al jarabe tapatío? ¡Le dan ganas de escaparse a cualquiera!), allí digo en el norte norte, cuando me miran con cara de que soy una transgresora (¿me saben algo? Me siento culpable a priori. Soy culpable, a priori y a posteriori), casi delincuente y de que no saben si me dejarán pasar del otro lado. Y soy una privilegiada, lo sé, porque tengo visa y no tengo que arriesgar la vida para ver a mi familia o a mis amigos del otro lado, no me violan como a los miles de mujeres migrantes que salen de nuestro país o pasan por él cada año. Ni me retachan a la primera de cambio.

¿Migraciones? ¿Fronteras? Geográficas, genéricas (de géneros literarios y sexuales), afectivas. He deambulado por todas, con esa misma ansia que les decía por encontrar un territorio y la resistencia a anclarme. La escritura rodea, palpa, las fronteras, los límites. Del sur al norte y de regreso, en la memoria, en el deseo. Del ensayo a la novela, del cuento a la poesía; también en la memoria; también en el deseo. ¿O cuál será la regla, la ley, el papel, que me obliguen a hacer mi hogar en otro cuerpo que el deseado?

¿Fronteras? ¿Migraciones?

Nací el mismo año en que Luchino Visconti estrenaba Rocco y sus hermanos, esa impresionante película, maravilla del neorrealismo italiano de este aristócrata seducido por el marxismo, que habla de la vida y de la muerte, de los sueños y los dolores, como hablan las cosas que verdaderamente valen la pena; y que habla también de la migración interna de Italia, de un pauperizado sur a un moderno y pujante (y prejuicioso) norte. Los cinco hermanos Parondi llegan a Milán desde la Potenza profunda, con una madre que es todas las madres, “madre coraje” que presiente la tragedia en la piel. La película fue siempre una suerte de objeto de culto en mi familia, casi un fetiche. Recién ahora puedo entender por qué (o inventar el porqué). Hacia el final del filme, un jovencísimo Alain Delon –Rocco– le dice, con lágrimas en los ojos a su familia mientras celebran su triunfo como boxeador: “Mi verdadero deseo es volver a nuestro pueblo, a nuestro hogar”, y volteando a ver al menor de sus hermanos, agrega: “Tú sí podrás volver, Luca… Nunca olvides que somos del pueblo del olivo…” Debo confesar que después de haber visto peleas, desalojos, violaciones, robos, golpes, injusticias y demás horrores que la película muestra, esta es la única escena que me hace llorar. “Mi verdadero deseo es volver a nuestro pueblo…”. La frase: “Tú sí podrás regresar, Luca” me recuerda al poema “Ulises a Telémaco”, de Joseph Brodsky, otro inmigrante, en otra época y, sin embargo, el mismo desgarramiento, la misma imposible nostalgia: “No recuerdo ya cómo acabó la guerra, / ni cuántos años tienes hoy. / Hazte hombre, Telémaco, y crece. / Sólo los dioses saben si hemos de encontrarnos.”

¿Pensarían nuestros abuelos en el regreso a su pueblo, como Rocco? ¿Piensan todos los exiliados, los migrantes, los desplazados, los desterrados, en el regreso? Hay quienes permanecen atados a la nostalgia, al pasado, y hay quienes se incorporan a la nueva realidad, con mayor o menor esfuerzo. “Y sin embargo –escribió Nabokov–, algún día miraré por la ventana y veré un otoño ruso.”

Él se preguntaba por el otoño, yo me pregunto por la lluvia: ¿Cuáles son las lluvias que me mojan? ¿Dónde están aquellas que eran cómplices de los días de escuela en el invierno? Mamá nos servía el café con leche, y veíamos caer la tormenta con la alegría del que sabe que le espera no el guardapolvo blanco de todas las mañanas sino largas horas de juego, sin salir de casa, oyendo el repicar de las gotas en el techo. Bendecíamos la lluvia como si fuéramos campesinos. Y ahora, ¿cuáles son las lluvias que me mojan?

Juan Gelman tituló “Bajo la lluvia ajena” el largo texto que incluyó en el libro Exilio del que es coautor junto con Osvaldo Bayer. “La lluvia ajena.” De pronto pensé que me convertí en argen-mex no el día de 1983 en que me llamaron de la Secretaría de Relaciones Exteriores para decirme que yo era “oficialmente” mexicana; tampoco cuando al poco tiempo me llamaron, ahora de la embajada de Argentina en México, para decirme que la nacionalidad argentina es irrenunciable, con lo cual ambas instituciones fomentaron y alimentaron lo que yo ya sentía como una esquizofrenia galopante. Decía que no me convertí en argen-mex entonces, sino el día en que la lluvia que caía en la ciudad dejó de ser ajena y se volvió tan mía como aquellas que nos regalaban una mañana completa de juegos y libros en el invierno porteño.