jornada


letraese

Número 207
Jueves 3 de Octubre
de 2013



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate




Naief Yehya

Una mirada porno a la violencia

En las últimas décadas, la presencia del lenguaje visual pornográfico se ha vuelto cada vez más patente en la cultura popular y la vida cotidiana de los ciudadanos. Desde los anuncios publicitarios hasta los periódicos sensacionalistas, la pornografía ha penetrado en la cultura de una manera rápida y ha progresado hacia formas cada vez más transgresoras. El narrador, periodista y crítico cultural Naief Yehya comparte algunas de las reflexiones sobre el fenómeno de la pornografía y su impacto cultural que aparecen en su nuevo libro Pornocultura (Tusquets, 2013).

Anteriormente ha publicado otros dos libros sobre la pornografía. ¿Qué es lo que hizo que retomara el tema?
Después de la investigación para la reescritura de mi primer libro Pornografía. Obsesión sexual y tecnológica (Tusquets: México, 2012), di con muchas cosas inquietantes que no cabían en ese primer libro. Éste abordaba los aspectos de la historia, la semiótica, la economía o la sociología que determinan la pornografía. Cuando llego en él a la parte de cómo la Internet está transformando  la pornografía y cómo la pornografía está transformado la Internet, encuentro una serie de fenómenos perturbadores que requerían tocarse por sí mismos.

Los dos más relevantes son, por un lado, que la abundancia exuberante de pornografía en línea –el tener todo un universo pornográfico al alcance de los dedos en cualquier momento y en cualquier lugar– sí transforma la sociedad, sí crea un fenómeno de “pornificación” de la cultura, es decir, se filtra hacia la cultura popular normal, hacia lo que se suele llamar el mainstream; por otro lado, la red se transforma en otra cosa, sus características se van impregnando de elementos pornográficos. Otro elemento muy perturbador era la aparente violentización de la pornografía, es decir, al tener un acceso tan inmediato a la pornografía en línea era muy fácil caer en sitios de pornografía extrema, sangrienta, violenta. Esto causa una nueva oleada de pánico moral: un observador que dé con esto pensará que toda la pornografía se está volviendo absolutamente grotesca. Me parecía importante por eso contar la historia de la violencia en la pornografía a partir de un punto de origen, que fue el cómic estadunidense de los años cincuenta, y de ahí empezar a hacer un recuento de cómo llega la violencia al cine. Si a esto sumamos el hecho de que la pornografía entra súbitamente en colisión con una serie de imágenes abyectas de decapitaciones, ejecuciones, torturas, tormentos de seres humanos reales que por algún motivo circulan en la red como experiencias, quizá no pornográficas, pero sí estimulantes y que se distribuyen gratuitamente en los sitios de pornografía extrema, entonces la importancia de abordar el fenómeno me parece crucial.

¿Por qué existe, en su opinión, un público que consume este tipo de violencia sexual?
No es tan raro que la gente tenga fantasías sexuales violentas. La fantasía de la violación no es una rareza, incluso en las mujeres. La manera en que percibimos las emociones de horror, de terror, de pánico, no está tan lejana del estímulo erótico. De alguna manera estos estímulos se tocan, conviven más en unas personas que en otras. La simple idea de que no sea raro que haya gente que relacione el dolor físico con el estímulo erótico podría anunciarnos que hay una serie de conexiones neuronales que son extrañas. Hay gente que le gusta este tipo de estímulos dolorosos mezclados con rituales de dominio y de sometimiento como en el sadomasoquismo. A otras personas les gusta el realismo crudo de la violencia, su estímulo es la noción de saber que lo que está viendo es real. Es difícil saber qué es lo que el cerebro produce como estímulo pero debe ser algo similar a esto.

¿Por qué no incluyó imágenes en el libro para ejemplificar a qué se está refiriendo?
Cada vez que se habla de la pornografía, cada vez que surge el tema de publicarlo, se inicia el debate de si llevará o no imágenes. Para las editoriales en México, la imagen es muy controversial, muy compleja. Mi experiencia en diversas editoriales ha sido de mucha incomodidad ante los problemas de derechos de autor; un tema como el mío puede implicar que el libro sea censurado, que algunas librerías no quieran distribuirlo. Eso sería un punto, aunque no el más determinante para que no aparezcan imágenes. Si realmente requiriera de imágenes, tendrían que aparecer a cualquier costo. Pero cuando uno reflexiona sobre la pornografía, quizá lo más importante no sea mostrar sino saber escribir, saber hacer funcionar la pornografía sin que ésta sea visible, hablar de ella sin simplificarla para el lector. Si hubiera llevado imágenes, habría sido un libro muy diferente.  

La objeción tradicional a la pornografía es que cosifica a las personas, desde las feministas en las décadas de los setentas y los ochentas hasta el actual problema del tráfico de personas. ¿Cuáles serían para usted los grupos más vulnerables en la pornografía?
La deshumanización es fundamental en la mayoría de las representaciones cinematográficas. Cuando nosotros vemos una película, usualmente lo primero que hacemos es deshumanizar a los personajes. Esa es la manera como opera el cine. En el cine pornográfico es todavía más radical porque lo que se presenta es, por un lado, de un realismo extremo y, por otro lado, una fantasía total. Si nos aferramos como lo hacían las feministas de los años setenta y los ochenta, e incluso la nueva oleada de feministas, que quieren ver literalmente las imágenes, estamos completamente lejos de entender cómo opera la pornografía. Hay que comprender que se trata de una industria, por lo menos en Estados Unidos y Japón, donde hay una legislación a través de la cual las trabajadoras de la industria pueden quejarse. Cuando hablamos de pornografía, automáticamente la gente tiende a hacer mucho más aguda la crítica de las condiciones laborales, de cómo se explota a la gente, y hay buenas razones para hacerlo.

Mucha gente que sabe de esto, como Lydia Cacho, pierden de vista que pornografía no es lo mismo que prostitución. Continuamente mezclan y confunden los ámbitos. Que haya producciones industriales en las que la gente aparezca sin su consenso es un mito. Lo que ahora sucede es que el viejo pornógrafo que antes era satanizado ha sido desplazado por millones de pequeños pornógrafos que se convierten en protagonistas, distribuidores, productores y directores de sus propias imágenes pornográficas. Muchos de los que quieren criticarla en términos de los años setenta no se han dado cuenta de que la pornografía dejó de ser negocio hace diez años. La pornografía ya no es este monstruo generador de dinero como se imaginaban Andrea Dworkin y Catherine McKinnon. Hay una gran desinformación e ignorancia, muchas veces voluntaria, porque quieren seguir persiguiendo esta clase de figuras. No vamos a decir que no ha sucedido; por supuesto que ha sucedido. Pero cuando existen filas enormes de muchachitas cuyo deseo es ser estrellas de porno, es algo raro imaginar que alguien va a venir a seducir a una de ellas y obligarla a participar en una película porno.

¿Es posible evitar una crítica moralizante a la pornografía? ¿Sería algo deseable?
La pornografía es transgresora o no es. No puede volverse decente, políticamente correcta, agradable. La pornografía tiene que poseer un elemento provocador o es otra cosa. Pornografía básicamente se define como transgresión. Es el género de la transgresión por antonomasia. Si se pretende convertirla en algo legítimo, la pornografía aparecería por otra parte (Rafael Fuentes Cortés).


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