Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 29 de septiembre de 2013 Num: 969

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El lugar de los hechos
Élmer Mendoza

Mutis en la era
de los setenta

Javier Wimer

Kawabata y García Márquez: dos novelas habitadas por muchachas
Juan Manuel Roca

Paternidad y amistad: orfandades contemporáneas
Fabrizio Andreella

Entre cleptocracias
y cenicidios

Jochy Herrera entrevista
Con Luis Eduardo Aute

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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
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Luis Tovar


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Verónica Murguía

Un semáforo, por el amor de Dios

Hace unos días, los habitantes de mi calle nos despertamos con la novedad de que el delegado había tenido la ocurrencia de mandar pintar una ciclovía frente a nuestras casas. Esto provocó un pequeño ataque de pánico colectivo, ya que en esta zona los lugares para estacionarse son tan escasos, que ni diez franeleros por cuadra se dan abasto.

El anhelo por estacionarse provoca una cotidiana versión del juego “sillas musicales” pero con coches: primero, se dan vueltas y vueltas esperando un lugar, vigilando el movimiento en las banquetas con ojo de águila. Cualquiera puede ser un conductor y hay que estar listo para cuando suban a su coche y se vayan.

Cuando arrancan, es como si un juez invisible diera un banderazo de salida: todos aceleran en dirección al codiciado hueco, sacan la mano, dan volantazos y se mientan la madre. El vencedor suele bajarse del coche con aire humilde, pues ya se sabe que fanfarronear ante tanta demanda suele acarrear rayones en la carrocería.

Así las cosas, al ver el camión de la delegación atestado de baldes de pintura roja, rollos de cinta, brochas, conos fosforescentes y trabajadores, sentimos una desazón horrorosa. Y es que esta calle es muy sucedida: hay choques y atropellados a cada rato.

–Perdón señor, ¿qué van a hacer? –preguntamos a un hombre vestido con un overol fosforescente que esperaba con un rollo de cinta plástica el momento en el que los vecinos se fueran para tenderla y evitar que alguien se estacionara.

–Una ciclovía.

–¿Aquí? ¡Pero si aquí hay un tráfico horrible y los peseros vienen hechos la raya, señor! ¡No respetan a los otros coches, imagínese como les va a ir a los ciclistas!

El pobre trabajador se encogió de hombros:

–Pues sí, pero aquí nos mandaron y yo sólo estoy haciendo mi trabajo.

Entonces hizo rodar un tambo y lo colocó al lado del coche del vecino.

Cuando éste salió y fue informado de la situación, tuvo una crisis: ¿Qué debía hacer? ¿Irse a trabajar y ya nunca más estacionarse delante de su casa? (En esta zona muy pocos edificios tienen estacionamiento, ya que fueron construidos en su mayoría por los años cincuenta). ¿Reportarse enfermo y echarle bronca al pintor a sabiendas de que éste no tenía culpa? ¿Poner el portafolios en la banqueta, sentarse sobre él y echarse a llorar?

Pronto se formó una multitud heterogénea, constituida por señoras en pants, hombres trajeados y listos para irse a la oficina, niños del turno vespertino y empleados de los negocios de la zona. Todos como locos.

Sospecho que los trabajadores de la delegación estaban conscientes de las reclamaciones que iban a llover, pues demostraron una solidaridad inusitada con los vecinos:

–Sí –respondían con aire contrito–, pero nosotros no somos los responsables. Al rato viene mi supervisor y le dice a él.

El supervisor nunca llegó, pero una comisión de vecinos agitados fue a la delegación y la peregrina ocurrencia del delegado está suspendida. Por el momento.

Esta anécdota sin consecuencias es un botón de muestra que pinta enteros a los delegados de esta ciudad: ¿que no hay semáforos y por eso hay decenas de accidentes por mes? Pónganles una ciclovía. ¿Se quejan de las ratas que merodean por el parque y que tratan de morderles las suelas de los zapatos? Hay que inaugurar un taller de encuadernación, los domingos por la mañana. ¿Baches? Un curso de danzón para personas de la tercera edad. ¿Franeleros abusivos? Una mega ofrenda floral en memoria de Benito Juárez. Etcétera.

Me imagino al responsable, orondo como un pavorreal, diciéndole a un amigo:

–En mi informe voy a poner que, gracias a mí, hay ahora, en esta colonia, una ciclovía. Vas a ver cómo apantallo a Mancera. Hay que impulsar el deporte, ¿no?

Sí, hay que impulsarlo. Pero no donde peligren los ciclistas, donde ya corren riesgos los peatones y todos sabemos distinguir entre los coches de una aseguradora y otra por la cantidad de siniestros que se suscitan.

Si les hace falta inspiración, aquí van algunas sugerencias: hacen falta patrulleros diligentes y honestos; botes de basura; alumbrado eficiente; estacionamientos administrados por la delegación; cursos de manejo para conductores de peseros; bacheo; sembrar más árboles; excusados públicos –podrían ser rentables y urgen. Y semáforos, por el amor de Dios.