Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 22 de septiembre de 2013 Num: 968

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Intimidad
Raymond Carver

En una plaza de Tánger
Marco Antonio Campos

La otra mitad
de Placencia

Samuel Gómez Luna

Los rostros del
padre Placencia

Alfredo R. Placencia
a la luz de la poesía

Jorge Souza Jauffred

El indio y los Parra
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
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Lluvia y letras

Mariana Domínguez Batis


Conferencia sobre la lluvia,
Juan Villoro,
Almadía,
México, 2013.

El agua imaginada por los poetas: la lluvia en las rimas de Dante, Pessoa, Neruda, Cortázar o Verlaine, es el tema de una conferencia destinada a difuminarse en el soliloquio de un bibliotecario y, a su vez, el soliloquio terminará por mutar en una autoconfesión en torno al amor, los libros y el fenómeno atmosférico que tanto ha inspirado a los escritores a través de los siglos.

A manera de improvisación es como fluye Conferencia sobre la lluvia, de Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), cuyo principal personaje es un bibliófilo que ha dedicado su vida entera a ordenar una biblioteca, cuyos libros han desordenado también su vida.

Todo menos casual es que el monólogo sea protagonizado por un bibliotecario; de la misma manera en que tampoco son fortuitas las pinceladas escénicas que caracterizan el pluvial volumen, ya que fue escrito y pensado por Villoro como una pieza teatral para inaugurar el Foro Polivalente Antonieta Rivas Mercado, en la Biblioteca de México de la Ciudadela.

El estreno tuvo lugar el 28 de agosto pasado, con la actuación de Diego Jáuregui, bajo la dirección de Sandra Félix, de la Compañía Nacional de Teatro, y apoyado por Luis de Tavira, en la tercera ocasión en la que el sociólogo, escritor y periodista mexicano incurre en los terrenos de la dramaturgia.

Además de ello, el volumen también se puede leer como un ensayo sobre el “arte de la conferencia” –del que en la vida real Villoro es un representante ejemplar–, definido por el protagonista como una manera de establecer un vínculo entre “el que sabe y el que puede hacerlo” o, más coloquialmente, como “una transfusión cerebral”.

El autor, Premio Iberoamericano de Letras José Donoso (2012), detona con su monólogo, una vez más, el necesario debate del papel mismo del conferencista, así como el del bibliotecario, que paulatinamente han caído “en desuso” debido al cambio tecnológico, con la aparición de posibilidades como los ebooks.

A pesar de ello, a lo largo del texto se reivindica la importancia de “dar los libros de mano en mano” y del “contacto humano que genera lectura”, concepción que se enarbola como estandarte en contra de la idea de la desaparición irrefutable del libro físico frente al electrónico y a las tabletas y lectores.

Uno de los máximos incentivos para leer esta novedad editorial es el amor a los libros que transmite, por medio de la experiencia del bibliotecario que “olvida dónde dejó las llaves, pero detecta cualquier cambio en un librero”, reflejo sin duda de la pasión que ha acompañado desde niño al autor de El testigo (Alfaguara, 2004).

Es a través de las páginas del volumen que el lector redescubrirá la alegoría de la lluvia como fecundidad, trasladada a la noción de lluvia como semilla de creación, porque “llueve mejor en la imaginación”, justo donde “algunos poetas han sabido desarreglar el cielo”.


Las impetuosas corrientes de hoy

Raúl Olvera Mijares


La historiografía del siglo xx. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno,
Georg g. Iggers,
Fondo de Cultura Económica,
Santiago de Chile, 2012.

Georg G. Iggers (Hamburgo, 1926), a través de la historia de las ideas, habría de llegar al análisis acerca de los supuestos y posiciones desde donde el historiador acomete su labor académica. Los conceptos de evidencia, objetividad, causalidad y progreso son definitorios. También las disciplinas adyacentes o auxiliares en que se apoya el historiador, alguna vez la filosofía, más tarde las ciencias sociales y, hasta hace relativamente poco, la crítica textual y la hermenéutica, si bien ahora se observa un regreso hacia la macroeconomía y la política global. A inicios del siglo XIX existían dos maneras fundamentales de cultivar la historia, una basada en la erudición y las antigüedades, y la otra en las letras. Leopold von Ranke intentó sentar la historia sobre bases sólidas: escribir exclusivamente a partir de las fuentes primarias. La historia sería desde entonces, a diferencia de lo que había sido con Herodoto, Tucídides y hasta el Guicciardini, una labor especializada, una disciplina científica, fuente invaluable de cultura.

En Alemania la Escuela Histórica de Economía Nacional con Gustav von Schmoller, a la que se sumaría más tarde la rama vienesa iniciada por Carl Menger, surgiría a principios del siglo XX. La revisión minuciosa de las fuentes económicas, políticas y sociales cobró aún mayor relevancia. Se deja sentir también la invaluable influencia del sociólogo Max Weber, quien rechazaba el endiosamiento del Estado y propugnaba por una ciencia cuyos valores e ideales resultaran en verdad libres y autónomos. En Francia, con Lucien Febvre y Marc Bloch surge la revista Annales que años después, en un periodo entre los sesenta y setenta, va a ser escenario de síntesis insospechadas por parte de historiadores como Fernand Braudel, Pierre Goubert, Jacques Le Goff, Georges Duby, Emmanuel Le Roy Ladurie y Robert Mandrou. Una escuela donde criterios antes despreciados comenzaron a cobrar influjo, como la arquitectura, la decoración de interiores, la moda y la gastronomía, en suma, la cultura material por lo común menospreciada.

La escuela marxista de historia jugó un papel preponderante en Europa del Este en particular, aunque también en Francia, Alemania Occidental e Inglaterra. El pensamiento postmoderno y la importancia del lenguaje y su decodificación hicieron su entrada en escena con Roland Barthes, Michel Foucault y Jacques Derrida, sin obviar a pioneros como Bachelard y Lyotard, quienes influyeron en la escuela Microhistórica Italiana con Carlo Ginzburg y Giovanni Levi. Por otra parte, las ideas del antropólogo cultural Clifford Geertz, discípulo del filósofo alemán Ernst Cassirer y seguidor de sus teorías simbólicas en torno de la cultura y el lenguaje, ejerció una gran influencia en los años noventa, particularmente en Estados Unidos. La orientación hacia la lingüística y la interpretación de la cultura como un texto se hizo patente.


Latinoamérica como referente literario

Ricardo Guzmán Wolffer


Intermitencias latinoamericanas,
Ignacio M. Sánchez Prado,
UNAM,
México, 2013.

El análisis de la posible unidad de parte del continente americano ha estado en el imaginario colectivo desde hace décadas y generaciones. En algún momento se hablaba del bloque latinoamericano, entre otras cosas, para hacer frente a la intervención estadunidense. Incluso se hablaba de México como el hermano mayor; papel que, de haber existido, ha sido abandonado. Países con mejor economía podrían hablar de ese liderazgo que resulta cuestionable ante las políticas públicas sobre sectores estratégicos. El discurso de Alfonso Reyes en cuanto a la construcción de ese lenguaje e identidad común en Latinoamérica fue modificado con los textos de Paz, pero el autor repasa con precisión muchos aspectos sobre el pensamiento de Reyes que claramente deben seguir nutriendo no sólo esta idea, aceptable o no, de la comunidad subcontinental, sino de la interiorización de la arqueología intelectual nacional. Reyes es estudiado en varios temas con justeza: sus alcances analíticos son medulares en nuestro país.

¿Cómo hablar de la identidad latinoamericana, cuando autores recientes han atomizado la discusión sobre los procesos culturales?: lo particular ha sido tomado como universal. El análisis de Sánchez se tiende sobre la literatura, como creación y como análisis.

Hablar de literatura latinoamericana, cuando el mercado predominante viene de los consorcios editoriales, donde se privilegia la traducción y no la producción local, es opinable, como apunta el autor. ¿Es necesario armar ese bloque para contrarrestar la mirada europea? El autor retoma el planteamiento de Reyes relativo a que la cultura americana, ante el estudio de lo europeo, termina por asimilar lo local con lo foráneo en una síntesis natural, como se apunta sobre la obra de Jorge Luis Borges, cuya afinidad con las antiguas literaturas del norte de Europa es evidente en sus conferencias y ensayos, de las cuales toma lo necesario para su propia invención. Para reconocerse latinoamericano debe superarse el colonialismo literario.

Sánchez construye alrededor del concepto de “historia de la literatura”, con apuntes que, más que definir, muestran la discusión académica sobre este tema, y obliga al lector a plantearse sus propias conclusiones: muchos de los “conflictos” literarios de otras latitudes no se dan en México. El autor cuestiona los premios literarios y lo opinable de los resultados cuando intervienen consorcios editoriales que han abandonado la publicación de propuestas literarias de fondo ante el paso del bestseller, replanteado como esa literatura profunda que se va orillando en la imprenta. Ante las carencias de la crítica literaria mexicana, contrapone la calidad de los lectores y su poco ejercicio crítico, incluso en el consumo. Plantea el enfrentamiento entre literatos y académicos.

Un libro de ensayos notable que habla con profundidad sobre más de lo que promete.


Entender el asedio

Jorge Alberto Gudiño Hernández


Victus,
Albert Sánchez Piñol,
Alfaguara,
México, 2013.

Me desconcierta el enorme interés que despierta la novela histórica. Sobre todo en nuestros días, cuando parece vivir una de sus épocas más fértiles. El desconcierto obedece a que estos libros suelen quedar a medio camino entre la literatura y la historia. Así, los historiadores suelen despreciarlos por ser trabajos poco serios, por permitirse digresiones atípicas en el estudio de la materia, por el componente de ficción que los sustenta. Los lectores de literatura suelen enfrentarse a textos largos, áridos a fuerza de contener datos por doquier y anegados del punto de vista del autor. El peor de sus defectos, sin embargo, no se ha mencionado. Las novelas históricas tienen que enfrentar el problema de la fidelidad. Si deciden aproximarse a ella, entonces deben renunciar al final sorpresivo pero, sobre todo, a una trama in crescendo. Sucede que la vida, la historia, los acontecimientos, no han sido escritos por alguien que diseñó la línea anecdótica para ir generando tensión dramática. Es por ello que este tipo de libros suelen tener demasiadas páginas. Peor aún: muchas de ellas resultan aburridas, prescindibles, en términos de construcción narrativa.

Por eso Victus llega a refrescar el género. Albert Sánchez Piñol (Barcelona, 1965) decidió contar la Guerra de sucesión española. Lo hace a partir de un profundo conocimiento de los documentos en torno al hecho histórico. Así, el lector puede enterarse de las absurdas batallas entre una importante cantidad de países para decidir quién debe ser el nuevo monarca. Más aún, Sánchez Piñol ofrece todo un tratado en torno a la teoría del asedio y la defensa.

El protagonista de la novela, Martí Zuviría, narra desde su propia vejez. En su antebrazo están tatuados nueve puntos, mismos que representan su grado en la escala de los ingenieros. Así pues, Victus no se centra sólo en la geopolítica de la época. Al contrario, da cuenta de la vida de Martí, desde que es expulsado de las filas de los carmelitas hasta el momento de la caída de Barcelona. Esto hace que la tensión dramática se funde no sólo en el contexto histórico, en cada uno de sus personajes o en el interés que podría el lector tener respecto a los acontecimientos reales. Al contrario, de forma complementaria los lectores se dejan llevar por las peripecias del personaje, por sus aventuras y desventuras, sus temores y sus amoríos.

De esta forma se consigue un nivel superior en la lectura: el que permite la identificación con los personajes en sus circunstancias vitales, más allá de los hechos latos. Si a ello se le suma la clara exposición de las técnicas de asedio y defensa, y el diseño de algunos de los protagonistas, entonces Victus se va convirtiendo en una mejor novela. Sobre todo porque, a la larga, los lectores legos bien pueden disfrutar de las mieles de la historia, y aquéllos que conocen el desenlace de los acontecimientos pueden dejarse llevar por una trama diseñada ex profeso para la ficción.



Anoche dormí en la montaña,
Héctor Manjarrez,
Era,
México, 2013.

En cuatro apartados se divide este cuentario: Infidelidad, Polis, Anoche dormí en la montaña y Antaño; a su vez, cada uno de ellos se compone, en ese mismo orden, de “La esposa y el esposo y el amigo y el otro” y “La mujer, el amante, el marido y el hermano”; de “Una pura y dura”, “Florencia en La Habana” y “La mujer del parque”; de “En el bordecito del horizonte”, “El Café París”, “Medios y fines”, “Repetida mente”, “Una carta de amor” y “La fuerza de tanta devoción”; y finalmente de “Amelia”. Se anota aquí la lista completa de títulos por dos razones: la delicia de los mismos y su capacidad para indicar mucho de su tono y de su tema, en primer lugar, y en segundo porque quien ha leído toda o parte de la obra literaria de Manjarrez sabe lo que va a encontrar en este volumen: una capacidad fabuladora y verbal admirables, una mirada agudísima, siempre vestida de suave –y a veces no tanto– ironía, y como resultado, un universo literario redondo.



Lo inconstante,
Lasse Söderberg,
La Otra/Universidad Autónoma de Sinaloa,
México, 2012.

Como lo dice inmejorablemente, que lo diga Juan Manuel Roca: “Lasse Söderberg va al fondo de las cosas porque no cree en la imagen por la imagen, porque no escribe palabras por escribirlas sino porque sabe que ellas son llaves que abren puertas a otros mundos. Mundos que siempre están en éste, aunque por momentos sean umbrales que señalan el paisaje enfermo de un presidio. Sabe que la palabra expresada con certeza nos modifica. Que una mujer puede escribir el vocablo ‘sol’ y que esa palabra alumbre. Que sin artilugios ni sentimentalismos, como en uno de los títulos de su obra exista el resplandor de una ‘rosa de tinieblas.’” Así se expresa un gran poeta –el colombiano Roca– de otro: con la generosidad luminosa de quien a sí mismo se encuentra en la escritura ajena; ejercicio que el lector podrá hacer en esta breve recopilación de la poesía de Söderberg, que abarca más de seis décadas, desde 1950 hasta 2011.



Bangladesh, tal vez,
Eric Nepomuceno,
Almadía,
México, 2012.

Brasileño de nacimiento, este traductor, periodista y narrador nacido hace seis décadas y media ha vivido voluntariamente a caballo entre dos idiomas o, lo que es lo mismo, entre dos cosmovisiones: su portugués originario y el español que, sin duda, se le ha metido hasta las venas –es traductor al portugués, entre otros, de Cortázar, García Márquez, Rulfo, Borges, Galeano y Gelman–, tanto como lo ha hecho el ejercicio constante del oficio periodístico –ha colaborado, entre muchos más, en Diario de Sao Paulo, El País, Página 12 y Cambio 16–, todo lo cual se refleja, como no podía ser de otra manera, en su extensa obra literaria, dentro de la cual –y a diferencia de otros narradores siempre cargados hacia la novela y su supuesta superioridad genérica– el cuento tiene un sitio de privilegio. Cuarenta dólares y otras historias y Cosas del mundo, dos de sus cuentarios, han dado suficiente prueba de la calidad narrativa de Nepomuceno, como lo hace ahora esta colección de diecinueve piezas elaboradas con la minuciosidad de un miniaturista que quisiera levantar –y lo consigue– un mundo entero todo hecho, precisamente, de miniaturas.