Pulowi De Uuchimüin
testimonio de una escritora wayuu

No estoy en un proceso de oposición a la refundación de Abya Yala; tampoco es mi intención que de alguna forma interpreten este ensayo como una defensa del colonialismo. Quiero comenzar diciéndoles que nunca le creí a mi abuelo sus conversaciones secretas con el diablo, hasta que lo escuché hablando con él; era de noche y yo no conciliaba el sueño, que me era esquivo, sobre todo porque faltaban muchas horas para que amaneciera y la aventura de ir al corral de las vacas era lo que hacía irreconciliable el sueño con mi ansiedad.

Daba vueltas en mi chinchorro, todos dormían y el ruido de las cuerdas era un chirrido al menor de mis movimientos, espantando el sueño de mi abuelo. En una de ésas, fue cuando le escuché: “Ésta es la nieta de la que te hablo, la que no duerme”. Yo le había escuchado antes que sólo él podía dar oídos al diablo y supe que hablaban de mí cuando le dijo mi nombre: “Tella”. Al día siguiente supe lo que era tener tortícolis. Indiscutiblemente esa relación con mi abuelo la guardó mi ser, para luego tener esa fuerza creadora, realzada por textos narrativos de autores como Juan Rulfo y Gabriel García Márquez, que me mostraron la ruta.

¿Cuál ruta? Yo nunca supe a dónde iría; ahora sé que por mucho que limpiaran mis caminos, me iba con los pies descalzos, no importaba que las espinas me hincaran. Pero nunca seguí el camino, sólo las señales, lo prohibido, aquello que decía “no apto para menores de edad”, o que estaba prohibido tocar por mamá, como el libro de hojas viejas con olor a baúl de abuela, sólo porque en su título estaba la palabra “desalmada”. Pero a los siete años qué vas a entender del viento de la desgracia, de Ulises y de la candidez.

Total, a esa edad no llegué al estado de la Eréndira cuando fue desnudada de un zarpazo por un carnicero que pagaba por niñas vírgenes. Esculcaba a escondidas el pequeño baúl donde papá guardaba con mucho sigilo un carnet de la Anapo (Alianza Nacional Popular) y un libro cuyo título era Qué hacer y un sobre viejo con estampitas de la Unión Soviética. Lo más curioso para mí eran los libros, pues a mi papá no le gustaba leer. Pero él sabía de todo; veía El mundo al instante y eso fue suficiente para darme todas las respuestas que de niña quise saber.

Yo no sigo el camino, sigo las señales, que a la larga también son “otros caminos”, como la vez que me dijeron que nací 145 años después de escrita la última proclama del Libertador Simón Bolívar. Mi bautizo fue en la Catedral de Santa Marta, ciudad donde murió El Libertador, y me gradué de abogada un 24 de julio —día de su natalicio— en la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla. Esas efemérides me hacen tener más coincidencias con El Libertador que el mismo Hugo Chávez Frías e, incluso, con todo aquél que se llame socialista.

Otra señal fue el 31 de diciembre. Este día no significa el fin del año, sino el cumpleaños de todos los wayuu y fue una mentira que de tanto decirla, se convirtió en realidad. Por mi manifiesto, me vi un día de mayo en un Simposio de Literatura Indígena con todos los Migueles de mi buenaventura (Rocha, López y Cocom Pech) y mi camino, el que mis padres y abuelos limpiaban para que las espinas no hincaran mis pies, lo fui desviando por seguir otra señal, pues todos eran poetas menos yo. Mis personajes, a los que les doy mi voz, mantienen una lucha contra el Estado, mientras que ellos se reencuentran con la luna, la Madre Tierra, la lluvia y con el sol.

Mi literatura no regresa a la Madre Tierra convertida en lluvia y tampoco emprende ese viaje en espiral hacia el cosmos. Mi literatura sale de ella, de la rabia de la Madre Tierra, de los cambios de la Luna, del calor del Sol, del golpe de la brisa en el rostro de la marchanta que trae en su espalda 80 kilos de sal marina, en la explotación del wayuu por el wayuu y de éste por el hombre blanco.

A los doce años descubrí que todos tenemos una Úrsula Iguarán en casa y desde entonces y para siempre, veré en mi madre y en mi gran madre, Mamá Victoria, la mujer que lucha para que su estirpe no se extinga, así estén condenados a cien años de soledad y no vuelvan a tener una segunda oportunidad sobre la faz de la tierra. A ver en mi padre a un José Arcadio Buendía y en mis hermanos varones, a Aurelianos Segundos y José Arcadios Segundos, queriendo ser yo la bella Remedios, deseando vivir en un mundo para mí sola, porque éste que habito no me comprende.


La siembra. 1932

Estoy inmersa en una realidad que no me asombra mientras viva y camine en ella y de la que salgo sólo para darme cuenta que fustiga, duele, lastima y sus reales elementos, para nada mágicos, han sido los que me han dado la fuerza creadora de Manifiesta no saber firmar, Nacido: 31 de diciembre, De dónde son las princesas, Daño emergente y lucro cesante y el Encierro de una pequeña doncella.

Este último trabajo me representa como el venado que camina hoy por el territorio de los antepasados dakotas y mañana por cualquier sendero de Abya Yala. Si hubiera pasado por el hermoso ritual del encierro, seguramente mi voz y mis letras fueran otras. Hubiera aprendido a quedarme callada cuando correspondiera, porque nosotros no sabemos pedir perdón como los blancos cuando ofendemos. Nosotros compensamos por cada ofensa causada y cobramos por las recibidas.

En mí influyeron los cantos y las historias de mi abuelo, el consentimiento de mi gran madre, Mamá Victoria, las prohibiciones de mi madre, las complacencias de mi padre, el camino a Comala y ver que todo aquello era la Media Luna donde vive un tal Pedro Páramo y Susana Juan. Los muertos de Sayula y Comala esperando que alguien se acuerde de ellos como los nuestros en Jepirra (Cabo de la Vela).

Yo soy la india, la aborigen, la mestiza con origen, soy wayuu. Mi literatura es otra cosa, mi literatura es latinoamericana. No me seducen los cantos de la sirena: una vez que te cantan y seducen, sabes que si entras no puedes volver a salir. Yo soy una Pulowi de Uuchimüin*, no me seducen los cantos de seres mitológicos, sino los míos propios.

Siento que me desvié a tiempo de ese camino llamado Abya Yala, porque cuando los escucho hablar de pureza, de lengua madre, de escribientes y hablantes, no sólo siento que se aíslan, sino que también me llevan con ellos, cuando yo he concebido que mi literatura es para el mundo, no sólo para los wayuu. Es el único camino que debo seguir para conquistarlo, para colonizarlo con mi literatura, con mis creaciones, para que el mito del conquistador conquistado sea una realidad cuando todos hablen y cuenten “Manifiesta no saber firmar”. Se trata de revertir el proceso, ir de lo escrito a lo oral. Entonces el mundo será Latinoamérica celebrando el cumpleaños a todos los wayuu nacidos el 31 de diciembre.

Estercilia Simanca Pushaina nació en la comunidad wayuu El Paraíso, resguardo Caicemapa (Distacción, La Guajira, Venezuela). Escritora, empresaria y abogada. Su relato “Manifiesta no saber firmar” (2004) originó el documental Nacido: 31 de diciembre (2012). Como conferencista: “Del encierro a la globalización” (San Juan de Pasto, 2006), “Las mujeres indígenas en el arte” (Hermosillo, 2007), “Los wayuu en la literatura” (Guadalajara, 2009), “Ficción wayuu” (Cartagena de Indias, 2010).

* Pulowi: Encanto femenino (mito wayuu). Uuchimüin: caminos del sur