Binnizá e Ikojts:
parques eólicos contra soberanía alimentaria

Sofía Olhovich Filonova

La vida comunal de los pueblos binnizá e ikojts se realiza en territorios aledaños al sistema lagunar del sur del Istmo de Tehuantepec. Sus comunidades conforman una región biocultural (ver Eckart Boege, en Patrimonio biocultural de los pueblos indígenas), mediante una transformación respetuosa y armoniosa de la naturaleza, con saberes históricos del manejo y aprovechamiento de los recursos naturales.

Un paisaje agrobiocultural istmeño fundamental es la convivencia del Mar Muerto y los pescadores: ellos laboran de manera artesanal, a pie y atarraya y/o con chinchorro, dentro y a orillas de las grandes lagunas y en las lagunas temporales; o bien en los veleros ikojts, que aprovechan el viento para pescar camarón, lisa, bagre, sabalote, jaiba, abulón, huachinango y unas 50 especies de peces del mar lagunar, alimentando a los pueblos de la región y permitiendo el trueque en los mercados locales y su venta en los mercados regionales.

Otro paisaje agrobiocultural son los ranchos binnizá, donde se trabaja el milenario sistema agrícola de la milpa, y se siembra xubahuini, el maíz de la variedad zapalote chico, pequeño, blanco, resistente a los fuertes vientos, de tan sólo cuatro meses de desarrollo, adaptado y mejorado desde hace miles de años por los pueblos campesinos, los verdaderos fitomejoradores. Las zonas milperas sobresalientes son Santa María Xadani, Guixhiro’ —colonia Alvaro Obregón—, Santa Rosa de Lima, San Blas Atempa, los ejidos Charis y Zapata. De sus milpas se obtiene frijol andalón, jitomate criollo, ajonjolí, cacahuate, chile xigundú, guié biguá —cempasúchil—, además de árboles maderables y de sombra como guanacaste, lambimbo, almendro, pochota y el árbol gulabere; así como huertos frutales y árboles florales de gran valor, como tamarindo, platanares, mangos, ciruelos, papayas, guayabas, chicozapotes, limón, guanábana, papause,  yashu —aguacate—, palmeras; entre los florales, el guiechachi (cacalosuchitl) o flor de mayo y el guiexhuba o jazmín del istmo.

De aquí se desprenden importantes actividades culturales y gastronómicas que dan vida a gran parte de la soberanía alimentaria de esta región, el consumo local de la producción local; basta visitar el mercado regional de Juchitán, el de Tehuantepec, o de cualquier mercado local o barrial, donde encontramos tortillas de distintos grosores, texturas y tamaños, como guetabigui —totopo—, guetabicuni —memelitas—, tamales guetabadxizé y guetazé, los guetabingui de camarón y pescado condimentados con axiote, molito de camarón con bolitas de masa y epazote, tamalitos de frijol, queso enchilado, agua de tamarindo, los plátanos fritos, el mango enchilado, el agua de coco, bebida de la taberna y el bupu —este último es un atolito de maíz con la espuma de la flor del cacalosuchitl.

Alimentos siempre presentes en la gastronomía binnizá que vemos representada en la botana tradicional de las velas, Saa Guidxi, una de las principales fiestas comunales organizadas por y para el pueblo, en las que las mujeres portan huipiles inspirados en las flores de tulipán, guiechachi, alcatraz y rosita; este dibujo se borda sobre un diseño simétrico que simboliza el cosmos, donde las flores representan a las estrellas en el cielo y los rumbos cósmicos.

Estos paisajes forman parte de otro regional, donde la selva baja caducifolia y el manglar son los principales ecosistemas. La flora y la fauna son aprovechadas sin ser devastadas (yagasiidi, palmares, zapotales, arbustos, huizaches), en los que viven tortugas, culebra perico gargantilla, culebra minera, liebre de Tehuantepec, ratón acuático, ave zacatonero istmeño, matraca chiapaneca, gucha’chi’ (iguana), ngupi (armadillo), tlacuache, palomas y zanates. Por los caminos, senderos y brechas, el ganado ramalea.

La región de Laguna Mar Muerto y Lagunas Superior e Inferior es considerada “sitio prioritario para la conservación de los ambientes costeros y oceánicos de México” (Conabio, 1998). El patrimonio biocultural de estos pueblos será “acribillado” de múltiples formas por los aerogeneradores de los parques eólicos de las multinacionales Unión Fenosa, Iberdrola, Mareña Renovables y Preneal. Las actividades que dan vida a la soberanía alimentaria regional se verán afectadas.

Las tierras donde se erigen los parques eólicos cuentan con el privilegio de canales de riego, pero la agrobiodiversidad y la agricultura tendrán cada vez menos espacio. La deforestación desmedida y la cobertura de suelo con miles de toneladas de cemento significan desertificación y sequía. Los aerogeneradores no pueden funcionar si los rodean árboles con más de tres metros de altura. Sin permiso ni castigo, los responsables del Parque Eólico de Piedra Larga, en Unión Hidalgo, en diciembre del 2011 tumbaron cien huanacastes de 20 y 30 metros, parte de la selva baja caducifolia, cuyas raíces fungen como comunicantes de afluentes subterráneos, mantos freáticos y estuarios.


La fiesta de la cruz de mayo. 1931

Lo mismo sucede en el parque eólico en la Playa de San Vicente (Biyoxo), donde selva y manglares son arrasados con miles de toneladas de cemento en las bases de aerogeneradores de hasta 120 metros de altura, separados unos de otros por 75 metros, en formación: interminables y enormes cortinas de cuchillas decapitando aves, despedazando murciélagos, aves endémicas y migratorias en el corredor migratorio de aves más importante del continente. Se dice que por aquí pasan al día cerca de 600 mil aves.

De construirse el parque eólico de la Barra de Santa Teresa, los derrames de lubricantes del motor de los aerogeneradores contaminarán el hábitat lagunar, en cuyo lecho y en los manglares se depositan las larvas de camarón y se reproducen peces de vital importancia para la vida económica y alimentaria de la región. Es previsible el azolve irreversible de las lagunas si se construyen esos 200 aerogeneradores en la Barra, ubicada al centro de este gran “mar muerto” en cuyo extremo se encuentra la Isla Pueblo Viejo (centro arqueológico y ceremonial), donde vive milenariamente el pueblo ikojt.

Se destruyen los oficios y las cadenas económicas y artesanales de la región, mientras que la derrama económica es de beneficio total para las empresas, y sólo en ultimo término y de manera miserable para los arrendatarios (caciques terratenientes) o los técnicos foráneos. Para el pueblo nada que no sea destrucción del medio comunal. Este desarrollo industrial se escuda tras un discurso falso de “energía limpia”. Para la investigadora Patricia Mora, el “uso intensivo de los recursos naturales no es energía verde”. Los daños bioculturales por la dimensión del megaproyecto Corredor Eólico del Istmo son inconmensurables.

Proyectos y megaproyectos anteriores —ferrocarril, supercarreteras, refinerías, ganadería intensiva, agroindustrias, agroquímicos, empresas que contaminan los ríos y falta de manejo adecuado de los desechos urbanos y tóxicos—, ya han destruido mucho y enajenado al pueblo. Lo que el Istmo requiere es reforestación, milpas, pesca y protección de los ecosistemas que han resistido los embates del capitalismo y albergan la naturaleza que identifica a los pueblos binnizá e ikojts.