Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 8 de septiembre de 2013 Num: 966

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El llamado
Arturo Echavarría

El mejor verso de
San Juan de la Cruz

Luce López-Baralt

El huracán mítico
de Palés Matos

Mercedes López-Baralt

Devórame otra vez
Juan Otero Garabís

Querida abuela
Hjalmar Flax

En una calle del
Viejo San Juan

José Luis Vega

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Quien lo probó, lo sabe

Alejandra Atala


Las enseñanzas del corazón,
Francisco Ríos Zertuche,
Planeta,
México, 2013.

Abrir este paginario ha sido entrar en el universo que ya presagiaban Malraux, Xirau, Jägger, entre otros que enunciaron que si el siglo XXI no era espiritual, ya no lo fue. Las enseñanzas del corazón es una invitación a volver los ojos, la mente y el alma hacia eso que palpita en nuestro pecho, tan cercano y a veces tan distante e ignorado.

Uno es él, Francisco, el narrador, pluma sensible que con clara expresión y elocuencia nos va relatando la historia, la vida y las enseñanzas de su abuela, allá, en un rancho en el desierto de Coahuila.

Sanadora, vidente y chamana, son los sustantivos que acompañan a Mamá Florinda. Ojos, boca, oídos, gusto, tacto y, sobre todo, corazón, son los que acompañan a Francisco en su carácter de apasionado aprendiz de lo que ya es y sólo es menester ir develando.

La condición humana y, propiamente, el alma, son los protagonistas de este relato en treinta y ocho capítulos lineales que nos lleva a la apertura de los velos del espíritu del hombre, para mirar, en el universo de espectros y miedos que lo habitan, las posibilidades de sanación, es decir, del exterminio de esos fantasmas o monstruos o alimañas que se han adherido a él. Este extermino sólo es posible a través del exorcismo, cuya mecánica es la palabra, en este caso, la mayéutica que propicia el juicio en los Talleres del Perdón, que son el móvil de este libro. Los cómo y los qué, los irá dirigiendo con sabiduría Mamá Florinda, quien, infuso, poseía el don de la sanación.

Toda obra, llámese poema, cuento, narración, ensayo, implica una pregunta inicial, a modo de hipótesis, misma que en su contenido irá resolviendo. En Las enseñanzas del corazón esta resolución o respuesta, a través de las voces de los talleristas, la abuela y el narrador, va teniendo una sola directriz de orden espiritual, pedagógico, psicológico y psicoanalítico: “Mi abuela gustaba de ilustrarse. Adquirió la placentera adicción por la lectura en la Escuela del Espíritu Santo, en Los Ángeles, California. En su cuarto, tenía una pared repleta de libros. Había ahí algunos autores tales como Jung, Freud y Santiago Ramírez. Le gustaban las autobiografías y las novelas sobre sentimientos y emociones; estas últimas las corregía con tinta china. Decía: a esta acción corresponde tal reacción, no la que escribió la autora.”

Literatura y psicoanálisis podría ser parte de esta hipótesis, en tanto no todo lo que se escribe entraña verdad y mucho menos la capacidad de curar o sanar.

Bien y mal, parece decirnos Ríos Zertuche, son simples y contundentes adjetivos que marcan de un plumazo los juicios de quienes apenas se asoman al alma humana, dejando trunca toda una posibilidad de conocimiento y profundización de la psique humana.

Las enseñanzas del corazón nos guía en el sano equilibrio entre el decir y el mostrar que el corazón no es un órgano más del cuerpo, que es con él y en él que se da sentido a la Vida como sinónimo inevitable del Amor.


Mitad de los cincuenta

Raúl Olvera Mijares


La Generación de la Ruptura y sus antecedentes,
Lelia Driben,
FCE,
México, 2012.

Juan García Ponce intentó caracterizar la que ha venido a llamarse Generación de la Ruptura (según Teresa del Conde) o bien Generación de la Apertura (según Vicente Rojo), en un ensayo póstumo dedicado a la memoria de Lilia Carrillo, por medio de las siguientes palabras: “Ese reducido grupo de pintores que, desde la perspectiva actual, debemos considerar responsables del cambio que se mostró en la pintura mexicana a partir aproximadamente de la mitad de la década de los cincuenta. Ignoro si fue un cambio positivo o negativo. La pintura, a través de los que llegarían a ser sus creadores más representativos, se hacía eco de un cambio en el mundo y lo mostraba, como si de pronto la forma de la realidad, la realidad de la forma, hubiese estallado y los primeros en advertir su desintegración fueron los artistas.” Octavio Paz y Luis Cardoza y Aragón fueron otros autores que se ocuparon de los hallazgos de esta generación. Un acierto es haber ofrecido un contexto suficientemente amplio, a partir de los tres grandes del muralismo mexicano (José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siquieros), pasando por una serie de figuras de transición que fungieron también como precursores (Tamayo, Mérida, Gerzso, Goeritz y Paalen); luego vienen los maestros (Vlady y Juan Soriano), y después dieciséis pintores que ya son propiamente los integrantes, para rematar con Francisco Toledo.

Varios de los artistas abordados (Gerzso, Goeritz, Paalen) compartían cierto origen hebreo, el exilio, la persecución durante la última guerra. De hecho esta generación acogió a miembros extranjeros como Vlady (Rusia), Roger von Gunten (Suiza), Kazuya Sakai (japonés nacido en Argentina) y Brian Nissen (Inglaterra), eso sin mencionar la influencia del exilio español (Vicente Rojo y Alberto Gironella, cuyo padre era catalán), una época aquella bastante abierta para recibir las corrientes que llegaban del exterior. Algunos miembros, menos prominentes que José Luis Cuevas o Pedro Coronel, realizaron igualmente una obra de excepción, si bien menos conocida, como Rodolfo Nieto, Tomás Parra y Enrique Echeverría, sin olvidar los nombres de Gilberto Aceves Navarro y Gabriel Ramírez.

Los hechos más destacables serían una serie de galerías (Prisse, Proteo, Juan Martín, Pecanins), la relación de amistad que existía entre varios grupos de artistas: uno sería Vlady, Gironella, Bartolí y Echeverría; otro sería Felguérez, Carrillo, Gerzso, un poco con la inclusión de Remedios Varo, Leonora Carrington y Alice Rahon. Es difícil hermanar a un grupo de artistas plásticos que no era tan homogéneo como suele pensarse, de tal suerte que el año de nacimiento y los años de mayor producción parecen ser los criterios más sólidos, aunque también la des-marcación respecto de la escuela nacionalista mexicana, el acoger las influencias contemporáneas extranjeras y el afán de hallar una brújula en los parámetros formales de la pintura (dibujo, geometría, una paleta de colores).


Vida y obra como estandartes

Ricardo Guzmán Wolffer


La palabra contra el silencio. Elena Poniatowska ante la crítica,
Nora Erro Peralta y Magdalena Maiz-Peña (selección),
Era,
México, 2013.

Suele confundirse al autor con la obra: al escritor de novelas negras se le supone perspicaz y violento, al poeta maldito un vicioso con momentos de lucidez, etcétera. En el caso de Poniatowska, vida y obra corren por caminos separados y reconocibles, con significado propio y con trascendencia en su entorno inmediato y hasta nacional. De ahí que recopilar las opiniones de quienes hablan de ella sea una labor fácil, por las muchas facetas definitorias, pero también difícil, por el número de autores que comentan o admiran el quehacer de esta parisina-mexicana universal. Sólo en la academia habrá muchos trabajos más, no incluidos.

En el recuento literario se aglomeran nombres importantes de observadores de esta persistente y talentosa mujer: bastaría ver el índice de este libro para advertir el peso de la obra literaria, pero también la humana, de Elena: la Poniatowska. Rulfo, Pitol, Pacheco, Paz, Sefchovich, Monsiváis, Lamas, y más. De algunos, incluso se toman dos textos. La obra se divide en cuatro rubros: 1. la escritora en su obra; 2. su pasión por escribir sobre México; 3. testimonios e imaginarios culturales; y, 4. la historia.

Reconocida por su notable libro sobre la masacre de Tlatelolco, se analiza parte de su enorme obra pero, sobre todo, de su persona y de su labor social. ¿Es feminista?, le preguntan indirectamente, y elude la respuesta directa, pero su quehacer solidario en muchos frentes apenas publicitados muestran que, más allá de definiciones y sectarismos, Poniatowska ha actuado como una protectora de las mujeres necesitadas por su condición laboral y no por su condición de género. Sorprende que el polifacético maestro Pitol prefiera hablar de su admiración por la autora y su calidad humana, que de una obra que da para tomos; o que de Rulfo se tome una pequeña nota sobre Lilus Kikus que evidencie la valía de este libro “infantil”; también llama la atención que Monsiváis inicie su texto al mencionar las entrevistas hechas por la periodista, pero no tanto que, como otros autores, hable de las dos vertientes exacerbadas de la Poniatowska: el amor y el sufrimiento: “las mujeres padecen como requisito del martirologio que antecede a la autonomía”. Tal opinión es reforzada por Sefchovich. La bondad de Poniatowska es destacada por muchos. Habría que añadir su modestia: al ser cuestionada sobre su forma de entrevistar, precisa “ocurre que hago preguntas impertinentes, pero por pura inconsciencia”, “tengo poca fe en mí misma, y a medida que pasa el tiempo tengo menos fuerzas para tener fe en mí misma y también menos capacidad de concentración y de trabajo”.

Un libro disfrutable para quienes conocen la obra de esta autora imprescindible del México reciente; un libro revelador para quienes se acercan apenas a esta creadora de una particular literatura femenina: un libro que retoma la mirada que no ha dejado de caer sobre Elena Poniatowska.


Un cuento fingido

Edgar Aguilar


Ladrón de niños y otros cuentos,
Ricardo Chávez Castañeda,
FCE,
México, 2013.

Un escritor (Federico Frey) publica un libro que no recuerda haber escrito. El libro en cuestión, una novela, lleva por nombre Ladrón de niños. La novela pronto se convierte en una especie de bestseller. Los cercanos a Federico Frey –jóvenes becarios, amigos ocasionales– adulan al autor hasta el hartazgo, y es a través de ellos que conocemos algo de la obra: el ladrón “es alguien de los muchos personajes insípidos que rodean a cada niño en la fiesta, en el campamento, en la misma papelería”, para luego raptarlo –no sabemos con qué argucias– y finalmente asesinarlo. Mas a Federico Frey, aparte de no comprender cómo es que concibió y en qué momento escribió el libro, su propia creación, si es que verdaderamente es producto de él, le resulta repugnante, a tal grado de atormentarle y de oscurecer cada vez más su ya de por sí atribulada existencia, que inferimos por la complicada relación apenas insinuada con su única hija. A medida que busca desentrañar el origen de su escritura, la novela y su título irán desapareciendo o acortándose paulatinamente en un intento obsesivo por hallar una certeza, lo que derivará, como suponemos, en una negación de la realidad. De manera paralela, Federico Frey sufrirá una serie de desdoblamientos que terminarán por conducirlo al abismo de la locura.

Nos atrapó el título en la portada. Ladrón de niños es un formidable, excelente nombre para un cuento. Pero a partir de las primeras líneas olfateamos la orientación que habrá de seguir el relato: “Federico Frey pudo advertir antes la existencia de ese libro que venía firmado con su nombre pero que él no escribió.” Procedemos no obstante a la lectura. Y conforme avanzamos confirmamos que se trata de una narración deshilvanada, hecha a modo para que se nos brinden las piezas de un rompecabezas, que parecen únicamente corresponder entre sí por artilugio del autor. ¿Cómo vislumbrar al supuesto ladrón del título del cuento? ¿Y cuál es su relación con los niños robados? Aquél y éstos se ven simplemente reducidos a un libro imaginario –dentro de una historia real– en la mente de un escritor neurótico (Federico Frey) que sin embargo ha escrito una “soberbia” novela en la que interviene un asesino de niños. Nos queda entonces la sensación de que el título de la novela, al incidir sólo temáticamente en la percepción del protagonista (quien será incapaz de resolver el enigma), bien pudo haber sido cualquier otro, y por lo tanto, también otro el nombre del cuento. ¿Ficción sobre ficción? Tal vez. Pero inverosímil en su pretendida complejidad. 

Cinco cuentos largos, acompañados de un prólogo de Ignacio Padilla, integran este volumen que da muestra de la vocación narrativa de Ricardo Chávez Castañeda, perteneciente a la llamada Generación del Crack. “El final del futbol”, “La esquina del fin del mundo”, “La caída del cielo” y “Sobrevivir” complementan la selección. El cuento que hemos ínfimamente abordado, “Ladrón de niños”, fue acreedor al Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2012.


De perversas biografías

Juan Gerardo Sampedro


Nación tv (La novela de Televisa),
Fabrizio Mejía Madrid,
Grijalbo,
México, 2013.

La breve historia de Televisa tiene por lo menos un par de antecedentes y una disimulada competencia. Refiero: la xew y Telesistema Mexicano, por un lado y la trm (Televisión de la República Mexicana), la contraparte estatal al proyecto privado de la televisión satelital. Veinte años separan el nacimiento de la xew del proyecto televisivo. La radio comienza a surcar el aire en 1930 y la tv en 1950.

En la recopilación de los hechos que dan cuenta de la conversión del más importante medio que conocían los habitantes del país a la pantalla de las salas de clase media (el paso de la xew a la imagen blanco y negro de la Videovox), se documenta que las voces de las radionovelas y las voces de los cantantes exclusivos de la dobleú pasarían a formar parte de la programación de lo que también se conoció (antes de que fuera El Canal de las Estrellas) como el “Canal 2, en cadena…” Así, se resalta que la televisión es “la radio que se ve”. (Cfr. Granados, Pável, w, 70 años en el aire, Clío, México, 2000).

Los mismos empresarios han estado ahí desde entonces: la familia Azcárraga, ya sea Vidaurreta, Milmo o Jean. El mismo clan ha sido el Eco del estado y del poder y el tinglado de la manipulación y el servilismo. No debería haber sorpresas. Ellos –los dueños de los medios– han terminado con la incomodidad peligrosa que pudiera surgir y enfrentárseles, comprando acciones y conciencias. Nada sorpresivo, nada oculto: todo en algún momento ha salido a la luz pública. Incluso desde siempre han trascendido los golpes bajos y las traiciones entre el clan familiar por el control del gran monstruo llamado Televisa y sus filiales, incluyendo el terreno deportivo (el manejo del Estadio Azteca, la transmisión de los Mundiales y las Olimpiadas) y las revistas de espectáculos. La ambición tiene su parte genética, al parecer.

Fabrizio Mejía Madrid da a conocer ahora un  la novela mexicana ha perdido la imaginación para abocarse a los temas biográficos en detrimento de su calidad, Nación tv puede ser un ilustrado ejemplo.

En Nación tv, el autor da gato por liebre: se asoma a las vidas de quienes han hecho posible que los jodidos cuenten con un entretenimiento. Pero eso no hace de un discurso una novela. El lector no se halla ante un argumento que se logre sostener de un mínimo soporte narrativo. O mejor aún: el soporte narrativo de Nación tv está adherido a un material endeble.

Lo que se entrega como novela es la vida sórdida de Jacobo Zabludovsky, dueño del manejo noticioso; del eterno conductor de Siempre en domingo, Raúl Velasco, de las malas ocurrencias de la India María o la corrupción del Pirulí y de Paco Stanley.

Hay en Nación tv datos imprecisos: siempre se había dicho que la primera transmisión de la tv estuvo planeada para el cuarto informe del presidente Miguel Alemán y no para una misa en la Basílica de Guadalupe. Dato quizá sin importancia, pero como éste hay otros más.

Nación tv es un texto que se vale de muchas y variadas fuentes pero el propósito final se cae de manera estrepitosa: no hay una crítica al poder de los medios y sí una gran obsesión por el rescate de las perversas biografías de sus personajes.