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Los gatos del cardenal
E

lena Ribera de la Souchère tuvo dos pasiones: el periodismo y los gatos. De la primera hablamos cuando falleció. De la segunda, basta decir que Elena llegó a tener 50 felinos y se vio obligada a mudarse a los suburbios de París por quejas de los vecinos. Otra Elena tuvo también problemas a causa de su decena de gatos, lo cual le valió expulsión y consecuentes mudanzas: Elena Garro.

El culto de los felinos, que remonta al Egipto y a la Grecia antiguos, es aún compartido por numerosos personajes: Mozart, Rossini, Baudelaire “Los gatos poderosos y suaves, orgullo de la casa”, Mallarmé, Colette, incluso políticos: De Gaulle, Churchill, y tantos otros sumisos al poder del gato, quizás símbolo de su búsqueda, petrificado en el silencio de la misteriosa Esfinge.

El cardenal y duque de Richelieu (1585-1642) dirigió Francia bajo la regencia y el reino de Luis XIII. Cambió la geopolítica europea para establecer el poderío de Francia. Es uno de los fundadores, con otros espíritus esclarecidos, de la Francia moderna. El cardenal rojo, la eminencia para nada secreta del rey, reputado hombre cruel como artesano de guerras sangrientas, conocido responsable de ejecuciones de rivales y de hogueras donde quemaban brujas junto con sus animales domésticos, fue una persona tiernamente apasionada de sus gatos.

Alejandro Dumas convirtió a Richelieu en uno de los personajes principales de Los tres mosqueteros, novela traducida y leída durante casi dos siglos a lo largo y ancho del planeta, cuya difusión hace del cardenal rojo una figura conocida en el mundo bajo un aspecto tan maquiavélico y cruel como grandioso hombre de Estado. Sin embargo, cofundador de La ligue de Défense pour les félins, junto con Maupassant, Dumas no podía ignorar la pasión del cardenal por los gatos.

Los privilegios y los lujos de los gatos de Richelieu no eran un secreto para el pueblo. Como no lo son, para la historia, los nombres de los 14 gatos de angora que sobrevivieron a la muerte del cardenal y heredaron de él una generosa pensión. Los nombres de los gatos turcos conservados como parte de la Historia de Francia son: Felimar, Lucifer, Ludovic-le-cruel, Ludoviska, Mimi-Piaillon, Mounard-Le-Fougueux, Racan, Soumise y Gazette.

Estos gatos, y otros fallecidos antes que el cardenal, la vida de un gato siendo más breve que la de un hombre, escucharon secretos de Estado europeos. Diez de ellos dormían en la cama de este todopoderoso dirigente. Su presencia era indispensable al cardenal para trabajar. Soumise (Sometida), su preferida, se paseaba sobre su escritorio cuando discutía con ministros extranjeros los negocios, alianzas, guerras, contubernios.

Gracias a Richelieu, los gatos fueron despojados de un carácter arisco y adquirieron la condición de deliciosos auxilios a la reflexión de animales de compañía. El cardenal, después de erigirlos en benévolos raticidas, les otorgó el noble privilegio de guardianes de la Bibliothèque Royale a cargo de combatir roedores. Tarea que cumplían con maestría de estrategas y éxito de vencedores. Como su amo: cardenales.

Cuando veo, en París, gatos abandonados, me pregunto qué castigo impondría Richelieu a sus dueños, capaces de olvidarlos para irse de vacaciones y dejarlos en grave peligro. Animales domésticos, han perdido su atávico instinto de caza, su condición de depredadores, que les permitiría sobrevivir en la civilizada jungla de la ciudad.

Equiparable maldad de ladrones que, en lugar de adoptar un felino abandonado, raptan un gato con dueño, provocando pena de animal y amo. Tal la última aventura de Tsuno, el gato independiente, rebelde, de nuestro amigo vecino, marionetista, quien lo deja libre… y en peligro. Secuestrado por un ratero, Tsuno no cesó de maullar durante su encierro: el amor de la libertad, atavismo en los gatos, lo salvó.

Richelieu habría condenado malos amos y ladrones a la hoguera, desde luego sin la compañía de gato alguno que pudiese darles la revelación del misterio.