Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 11 de agosto de 2013 Num: 962

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

De sueños, puertas
y bolas de cristal

Adriana Cortés Koloffon entrevista
con Cristina Fernández Cubas

Jaime Gil de Biedma: homosexualidad,
disidencia y poesía

Gerardo Bustamante Bermúdez

Manuel González
Serrano: misterio,
carnalidad y espíritu

Ingrid Suckaer

Un sueño de Strindberg
Estela Ruiz Milán

Un Ibsen desconocido
Víctor Grovas Hajj

Casandra, de Christa
Wolf, 30 años después

Esther Andradi

El río sin orillas: la fundación imaginaria
Cuauhtémoc Arista

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
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Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
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Hugo Gutiérrez Vega

José Guadalupe de Anda,
Los cristeros y Los bragados (I DE II)

Muchas personas nos han preguntado sobre las dos novelas que, a propósito de las guerras cristeras, escribió el excelente autor José Guadalupe de Anda. En el prólogo de la última edición de los dos libros publicada por Miguel Ángel Porrúa, José María Muriá, uno de los principales historiadores de Jalisco, catalán y zapopano convicto y confeso, nos entrega una serie de datos sobre la azarosa existencia de don Guadalupe. Sabemos que nació en San Juan de los Lagos en 1880. En esa época el municipio de la población dedicada al culto de una de las vírgenes más taquilleras y milagrosas del país, era de apróximadamente 20 mil habitantes. Don Guadalupe era hijo de rancheros ricos e hizo sus primeros estudios con una “amiga” de su pueblo natal. A los quince años abandonó el hogar y el pueblo y se fue a correr aventuras. Su primer signo (y el último también) es el de ferrocarrilero, pues fue telegrafista de los Ferrocarriles Nacionales y viajó por todo el centro del país hasta que se estableció en uno de los pueblos más sofisticados de México, El Oro, ciudad minera con casas sorprendentes, un teatro afrancesado y buenos ejemplos de art nouveau.

Se piensa que don Guadalupe escribía desde muy joven, pero sus tres novelas fundamentales fueron publicadas cuando cumplió los cincuenta y cinco años. Antes de eso había publicado algunos textos en el periodiquíto La sequía, y un cuento titulado “El santo de Juan Esteban” en la famosa revista Bandera de Provincias que publicaban en Guadalajara Agustín Yáñez, Alfonso Gutiérrez Hermosillo y Efraín González Luna, entre otros. Salvador Novo, chilango impostado, se burló de los jóvenes provincianos llamándolos “niños pendejos” y acusándolos de ser responsables de una publicación que estaba hecha de “reflejos de reflejos  de reflejos”.

En 1904 regresó a San Juan para asistir al funeral de su padre. Emprendedor y entusiasta,  puso una fábrica de sombreros, La Jalisciense, y abrió el primer hotel para peregrinos ricos, el Hotel Jalisco. El resto de los peregrinos tenía que alojarse en mesones con camastros cuyas patas descansaban en latas llenas de petróleo para evitar que se subieran las cucarachas. Estos animalitos eran tan listos que trepaban por las paredes, caminaban por el techo y, en un acto de paracaidismo, se dejaban caer sobre los desventurados durmientes. Se casó en 1901 con doña María de Jesús Pedraza. La pareja procreó siete hijos. Esta fertilidad lo obligó a regresar a los ferrocarriles y fue jefe de estación en San Luis Potosí, Guanajuato, León e Irapuato. (Recuerdo que cuando viajaba en los heroicos Ferrocarriles Nacionales con mi santa abuela, el garrotero, poco antes de llegar a la calumniada estación de Irapuato, gritaba con voz llena de alarma: “Irapuato, cuiden las carteras y los relojes”).

El 1916 lo encontramos ya en Ciudad de México como cajero general y oficial mayor de los Ferrocarriles. En ese momento inicia su carrera política gracias a un acto de fortuna que le permitió acercarse al general Obregón, pues siendo jefe de estación de Irapuato dio paso preferente a un tren que llevaba pertrechos para el ejército obregonista. Algo parecido sucedió con Margarito Ramírez, el contovertido político jalisciense.

José María Muriá afirma que, siendo De Anda diputado federal, testimonió, con su hijo Gustavo, el asesinato de Obregón en La Bombilla. Por esa época ya era don Guadalupe tesorero de la campaña obregonista y diputado federal por el sexto distrito de Jalisco. En 1924 fue nuevamente diputado por el distrito de La Barca, primero suplente de Margarito Ramírez y, cuando éste se retiró, don Guadalupe se convirtió en propietario.

Muriá se refiere a algunos aspectos pintorescos de nuestro autor: su ludopatía y su frecuente asistencia a los partidos de jai-alai en el Frontón México. Estas aficiones debilitaron sus ahorros y lo obligaron a vivir en una modesta casa de la colonia Santa María la Rivera que, en aquellas épocas, era una especie de territorio jalisciense ubicado en el centro de la ciudad capital. Ahí vivieron, entre otros, Mariano Azuela, Carlos González Peña y Antonio Moreno y Oviedo.

Más tarde fue diputado por Tepatitlán, senador suplente en 1929 y funcionario en varias secretarías de Estado. Su afición al tabaco le causó un enfisema que lo mató en 1950.

(Continuará)

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